El palco de los hermanos Marx
Jugadores con el pelo te?ido e hinchas exultantes por el ¨¦xito invadieron el recinto de autoridades
Augusto C¨¦sar Lendoiro es un hombre comedido en las celebraciones, pero ayer la alegr¨ªa le levant¨® de su asiento en los dos goles del Deportivo. M¨¢s que impulso, parece que fue un gesto consciente. "En esta ocasi¨®n, mi alegr¨ªa no ofend¨ªa a nadie", explic¨®, ya que "el Espanyol no se jugaba nada". Nada m¨¢s acabar el partido, Lendoiro, micr¨®fono en mano, se dirigi¨® desde el mismo palco a la multitud que hab¨ªa invadido el c¨¦sped desobedeciendo las recomendaciones transmitidas por megafon¨ªa. "Este t¨ªtulo", vocifer¨® en medio del griter¨ªo, "va para todos los gallegos que andan desperdigados por el mundo y para toda Espa?a, que siempre ha querido mucho a este club".Como si la arenga de Lendoiro hubiese sido una se?al, la tribuna de autoridades se convirti¨® de pronto en el lugar m¨¢s codiciado del estadio. Y, en pocos minutos, el reducto m¨¢s inaccesible del estadio, donde estaban el vicepresidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y varios consejeros de la Xunta, tom¨® el aspecto del camarote de los hermanos Marx. Los primeros en tomarlo al asalto fueron los propios futbolistas, que subieron desde el c¨¦sped para saludar a la multitud. Detr¨¢s se fueron las c¨¢maras, y como ya nadie pod¨ªa contener aquello, decenas de aficionados acabaron col¨¢ndose tambi¨¦n y echando a las autoridades de su privilegiado grader¨ªo.
Los jugadores y los hinchas se encaramaban a las sillas y, en su avance, pisoteaban a cualquiera, aunque fuese todo un consejero de Manuel Fraga. El forofismo contagi¨® a los futbolistas, que se sumaron con entusiasmo a los gritos de la multitud contra algunos de los principales adversarios del Deportivo. "Bar?a, cabr¨®n, saluda al campe¨®n", gritaba toda la plantilla, que tampoco evit¨® las consignas contra el Celta, el vecino que jugaba frente al Bar?a.
La aparici¨®n estelar fue la de Djalminha, un tanto rezagado de sus compa?eros. El brasile?o se present¨® con el pelo te?ido con una pasta azul celeste -"hab¨ªa sido una apuesta con un amigo", explic¨®- y vistiendo, en lugar de la camiseta, una especie de t¨²nica blanca. Para los hinchas fue el delirio. Mientras ¨¦l, encaramado a una butaca, saludaba a la multitud, dos chicas agachadas trataban de sacarle furtivamente los cordones de las botas. Con toda la seriedad del mundo, un muchacho lleg¨® a pedirle que le reglara el pantal¨®n y se quedara en cueros.
El look de Djalminha hizo fortuna. Minutos despu¨¦s, toda la plantilla hab¨ªa regresado al vestuario y, entre botellas de champ¨¢n vac¨ªas y el agua inund¨¢ndolo todo, se afanaban por decorarse el pelo como el brasile?o con ayuda de utilleros y masajistas. Algunos, a rega?adientes, como Mauro Silva. "Esto quema, parece ¨¢cido", se quejaba el centrocampista entre la jarana general. Pronto surgieron otras propuestas est¨¦ticas. La m¨¢s imitada, la de colocarse en la cabeza una especie de turbante confeccionado con papel de plata. "Estoy en una nube", confesaba Fran, "hasta dentro de un par de d¨ªas no me dar¨¦ cuenta de lo que hemos logrado. En el 94 fue un disgusto enorme, pero ahora ya s¨¦ lo que es saborear ¨¦sto despu¨¦s de tanto sufrimiento". Finalizado el ritual, toda la plantilla se subi¨® a un autob¨²s descubierto para acudir a Cuatro Caminos. "Ahora, a emborracharse", sentenci¨® Makaay.
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