Controvertido 7
Grupos de presi¨®n organizados ha habido siempre en teatro, circo y toros. La "partida de la porra" se hizo famosa en el siglo XIX por su intolerancia de lo mediocre en el teatro. Un grupo organizado se carg¨® en el Mar¨ªa Guerrero una obrita de Fox¨¢ llamada Oto?o del 3006, a la que patearon en el m¨¢s puro estilo iconoclasta. En M¨¦xico fue famosa por su rigor la "porra de ingenieros", como famosa es la pe?a La Sultana de Cali, que se puede quedar sentada, ponerse de pie o tirar los sombreros anchos seg¨²n se haya comportado el matador que da una vuelta al ruedo.En Madrid tenemos el 7. Heredero de la tradici¨®n iniciada por Luis Pelayo Bruna, taxista de Madrid y dotado de una inconfundible voz que le vali¨® el remoquete de El Ronquillo. Era un tipo curioso y ocurrente a quien trat¨¦ ocasionalmente. Un d¨ªa de corrida de Beneficencia, con el matrimonio Franco en el palco, que coincidi¨® con la fiesta de Nuestra Se?ora del Carmen, aprovech¨® un silencio de la plaza para lanzar un estent¨®reo: "?Felicidades, do?a Carmen!", al que ella correspondi¨® sonriente y el p¨²blico con una cerrada ovaci¨®n a la ocurrencia. Pasados sus ¨¦xitos iniciales, fue acusado de "trincar" de toreros y ganaderos, y su fama qued¨® empa?ada.
El 7 de ahora es controvertido y no ser¨¦ yo quien se atreva a criticarlo ni a ensalzarlo porque me siento a veces en las bajuras del vociferante tendido. A veces estoy de acuerdo con su oportunidad de cr¨ªtica, con su desnuda denuncia: "?A qui¨¦n defiende la autoridaaad?", frase patentada por uno de los ultrasiete y que nunca pierde vigencia. Acepto -a veces con admiraci¨®n- la rapidez con la que producen la resonancia magn¨¦tica del toro renqueante.
No me gustan -claramente- quienes van con pa?uelo verde o silbato por lo que tiene de derrotista y premonitorio. Claro que, a pesar de los pa?uelos verdes, presidentes hay que se empe?an en mantener en el ruedo vergonzosos ejemplares. Con mi propia y modesta experiencia cerca de los toros, encuentro denigrante ese insultante ?miau! que gritan a cada pase dado a un torillo sin fuerzas o con defensas poco respetables. Para eso se inventaron las broncas al final de la faena, pero nunca con el torero ante la cara del toro.
Al denostado 7 se le ha atribuido infinidad de pecados: connivencia maliciosa de la afici¨®n, aceptaci¨®n de mariscadas y prebendas, af¨¢n de protagonismo personal, frustraci¨®n de poder denegado. Adem¨¢s de la acusaci¨®n de ser defensores de los desheredados de la fortuna: Ruiz Miguel, Frascuelo o los correosos toros del cura de Valverde.
Los toreros no ven con simpat¨ªa al 7. Algunos tratan de gan¨¢rselo con sonrisas o gestos. Resulta peor. No digamos si un torero se encara con los poderes f¨¢cticos del m¨ªtico tendido. Es como si hubiera firmado su autodestrucci¨®n. Manzanares anduvo castigado mucho tiempo por desencuentros con el tendido 7. A Fundi a¨²n le tienen puesta la proa porque les dio la espalda en una vuelta al ruedo por ellos protestada.
Con todo y con ello, alguna f¨®rmula de 7 cr¨ªtico tiene que haber. Sin el 7, presidencia y empresa rematar¨ªan el atentado contra la afici¨®n. Colar¨ªan los toros claudicantes, se otorgar¨ªan orejas devaluadas y es posible que hasta inventaran algo as¨ª como "el nuevo toro de Madrid". Preferiblemente con poca cara y pocos kilos. Sin consagrar aqu¨ª al 7 como guardi¨¢n absoluto de la pureza, forzoso es atribuirles un cierto m¨¦rito.
Aunque, cuando uno trata de vender alg¨²n d¨ªa una entrada sobrante, el posible comprador al leer el tendido casi siempre dice: "?Huy del 7! Ah¨ª no voy ni atao".
Antonio ?lvarez-Barrios es periodista.
Babelia
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