?Qu¨¦ hacemos con Montserrat? PILAR RAHOLA
La Iglesia anda revuelta. Y si los que entienden de la cosa tienen raz¨®n, el revuelo vira hacia la derecha. No en balde los dos cambios m¨¢s importantes de la c¨²pula, el del secretario general del arzobispado de Barcelona (que ha sustituido al progre Enric Puig por un seminarista de la l¨ªnea dura de Burgos) y el del abad de Montserrat (el actual es m¨¢s afin, dicen, a las tesis integristas de Ricard Maria Carles e incluso est¨¢ bien visto por la jerarqu¨ªa espa?ola), confirman una doble tesis: que la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica no s¨®lo no progresa sino que vuelve a planteamientos ultramontanos, y que estamos lejos de esa Iglesia de implicaci¨®n social que tanto papel hab¨ªa tenido en su momento, lentamente dirigida hacia el compromiso metaf¨ªsico, seguramente m¨¢s cercano al cielo que a la pesada carga de los problemas mundanos. Carles ser¨ªa as¨ª el paradigma: castigo al divorcio y a la anticoncepci¨®n, anatema a la homosexualidad y al sexo, una buena dosis de rezos diarios, que en la mortificaci¨®n est¨¢ el ¨¦xito. Pero, como dice un preclaro periodista, quiz¨¢ la iglesia tiene que ser as¨ª, derechona, carcona e integrista, para ser aut¨¦ntica.Pero el art¨ªculo, ?v¨¢lgame Dios!, no tiene la intenci¨®n de analizar las conspiraciones de la curia, que si las de palacio son complejas, ?c¨®mo deben ser las vinculadas a la divinidad! Pero aprovechando el Pisuerga, nos permitiremos ese momento Serrat para decirnos que hoy puede ser un gran d¨ªa, quiz¨¢ un gran d¨ªa para tocar los cimientos sagrados: esa dualidad casi teol¨®gica entre Catalu?a y Montserrat, esa pareja de hecho m¨ªtica que cimenta el edificio de las esencias patrias, ?cu¨¢ndo ser¨¢ revisada? Reconozco que este art¨ªculo no lo habr¨ªa escrito antes, quiz¨¢ por aquello tan cervantino del "con la iglesia hemos topado". Pero tambi¨¦n porque Montserat tiene una carga simb¨®lica que nos toca de cerca y porque forma parte de la memoria colectiva de la resistencia, y eso a¨²n es mucha memoria. Pero habr¨¢ que ponerse a la labor si queremos construir un discurso de pa¨ªs moderno, alejado de la fr¨¢gil consistencia de las esencias memor¨ªsticas que actualmente a¨²n lo definen. ?La catalanidad pasa por Montserrat? Y m¨¢s a¨²n, ?Montserrat debe ser el comod¨ªn simb¨®lico que tanto sirve para un fregado futbol¨ªstico como para un lavado pol¨ªtico, reivindicaciones al uso incluidas? Esa mezcla a¨²n tan activa y, desde mi punto de vista, tan retr¨®grada, entre naci¨®n y religi¨®n, ?puede conformar el lugar com¨²n del discurso nacional? ?Y es ¨¦se un discurso moderno?
Me permitir¨¦ la osad¨ªa de algunas opiniones incorrectas. Primero, mi respeto por Montserrat pero tambi¨¦n mi convicci¨®n: en un pa¨ªs que aspira a la normalidad la religi¨®n tiene su ¨¢mbito, y ese ¨¢mbito tiene que ver con la privacidad y no con el simbolismo colectivo. Si una naci¨®n necesita elevar sus abad¨ªas a la categor¨ªa de m¨ªtica nacional, ello s¨®lo puede significar dos cosas: o que vive bajo una dictadura donde todo vale, o, si vive en democracia, que no ha superado a¨²n su etapa adolescente. Catalu?a adolece de ello: parece a menudo un gran cuerpo maduro con granos adolescentes en la cara. Y la adolescencia, en la madurez, tiende a ser pat¨¦tica. Creo sinceramente que tenemos que superar de una vez por todas el legado Torras y Bages y distanciarnos de esa mezcla de religi¨®n y esencia que impide formalizar un discurso moderno, ecl¨¦ctico y heterodoxo de la Catalu?a actual. En todo caso me parece prediluviano visualizar en pleno final de siglo ese permanente uso y abuso de Montserrat como si fuera un fast-food v¨¢lido para todos los ¨¢gapes: un poco de partido pol¨ªtico, otro poco de consejos comarcales, un poco m¨¢s de selecci¨®n nacional, un mucho de president con primera dama, un tanto de Copa de f¨²tbol, y qu¨¦ se yo, Montserrat arriba y abajo con la esperanza de que el gran s¨ªmbolo, si no garantiza la ayuda divina, nos garantice como m¨ªnimo la simpat¨ªa terrena. Una especie de gran Lebowsky, sin tanta marcha y menos bolos. Y al margen de preguntarnos qu¨¦ deben pensar los militantes musulmanes o jud¨ªos, o directamente as¨¦pticos, que tambi¨¦n deben converger en la gran convergencia y que convergen seguro en el pa¨ªs real, nos preguntamos sobre todo por qu¨¦. ?Por qu¨¦ abusamos a¨²n de Montserrat?
Creo que abusamos porque al discurso oficial de Catalu?a ya le va bien mezclar esencias, s¨ªmbolos y religiones, en una estrategia calculada para situar el debate del pa¨ªs en el est¨®mago y no en el cerebro. Apelados as¨ª los sentimientos m¨¢s irredentos y menos racionales, uno no se pregunta ad¨®nde pu?etas van a parar los presupuestos de sanidad, o los planes de educaci¨®n, entretenido como est¨¢ en el barrizal de sus emociones. La Generalitat pasa a ser una teolog¨ªa y no una Administraci¨®n, y sus gobernantes se revisten de metaf¨ªsica, alej¨¢ndose de los errores mundanos. Mientras tengamos eso, m¨¢s religi¨®n que ideolog¨ªa, m¨¢s esencia que necesidad, m¨¢s s¨ªmbolos que realidades, m¨¢s garant¨ªas tendr¨¢n que cabalgar largo tiempo los jinetes que gobiernan desde casi siempre. Creo que la Catalu?a real es s¨®lida, pero creo tambi¨¦n que ese mito extra?o, hecho de gram¨¢tica nacional-cat¨®lica, que se yuxtapone a la Catalu?a real, la fragiliza extraordinariamente. Le quita empuje y, sobre todo, le impide navegar a velocidad de crucero.
Dejemos la memoria hist¨®rica para la memoria, y la resistencia para lo que haya que resistir, pero sobre todo revisemos las bases de nuestro discurso actual: religi¨®n y naci¨®n son un buen paquete esencial, pero son una mala ideolog¨ªa. No s¨®lo conforman una imagen antigua del pa¨ªs, sino que desenfocan notablemente la imagen del presente. En todo caso, si me permiten el anatema patri¨®tico, dejemos descansar al mito, dejemos que Montserrat se dedique a lo suyo, y preocup¨¦mosnos por la ¨²nica verdad teol¨®gica de nuestras vidas: que Pujol se dedica a lo nuestro. Y que, de eso no nos salva ni Dios por mucho que subamos a Montserrat a besar a la Virgen. Catalu?a y Montserrat son cosas distintas. Habr¨¢ que empezar a decirlo a pesar del riesgo de ser excomulgados.
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