'Pat¨²' CARMELO ENCINAS
Pat¨² de Azabache era el nombre que le dieron de cachorro sus criadores y el que a¨²n figura en el registro de razas caninas. Cuando le vi en el stand de aquella feria de mascotas donde lo exhib¨ªan junto a sus progenitores y hermanos de camada, me pareci¨® el ser animado m¨¢s tierno de todo el planeta. Con apenas dos meses de vida, el perrillo era una especie de bola de algod¨®n a la que hab¨ªan puesto ojos y orejas. Miraba a todo el que pasaba como si cada curioso fuera un acontecimiento extraordinario e inclinaba la trufa del morro configurando un gesto de ingenuidad que enamoraba a cualquiera.De ese gesto que nunca perdi¨® qued¨¦ enganchado y aquella misma tarde me convert¨ª en propietario de un monta?a del Pirineo. Hab¨ªa acudido a la feria para comprar un h¨¢mster a mi hijo y sal¨ª del recinto con un cachorro que diez meses despu¨¦s pesar¨ªa setenta kilos. Recuerdo que, seg¨²n iba conduciendo, pensaba en el dineral que hab¨ªa pagado por el bicho inquieto que mordisqueaba incesante la tapicer¨ªa de mi coche.
Sin embargo, tras abrir la puerta y ver la cara de los chicos al aparecer con aquella criatura, la adquisici¨®n me pareci¨® una aut¨¦ntica ganga. El regocijo que provoc¨® fue tal que hubo hasta l¨¢grimas de emoci¨®n mientras una lluvia de manos ca¨ªa sobre su lomo y sobre su cabeza. Era realmente tan dulce y gracioso que resultaba imposible resistir la tentaci¨®n de achucharle. Despu¨¦s de la cl¨¢sica discusi¨®n dom¨¦stica sobre posibles apelativos, le llamamos Pat¨², y con ese nombre, que respond¨ªa a sus or¨ªgenes raciales, irrumpi¨® aquel d¨ªa en nuestras vidas, convirti¨¦ndose en uno m¨¢s de la familia.
La tarde del domingo 9 de abril, una inyecci¨®n letal acab¨® con la vida de nuestro Pat¨². Era un l¨ªquido ros¨¢ceo que la mano piadosa de Jer¨®nimo, un veterinario amigo, hizo correr por sus venas hasta paralizarle el coraz¨®n. El animal padec¨ªa una enfermedad degenerativa en los huesos que pronosticaba un final espantoso y tratamos de evit¨¢rselo. Para que ¨¦l no sufriera sufrimos nosotros, porque, cuando hay afecto de por medio, la puesta en escena de una soluci¨®n eutan¨¢sica resulta muy dura para quien la posibilita. S¨®lo el tacto y la sensibilidad de Jer¨®nimo, cuyo trato profesional y personal es el que nos gustar¨ªa que los m¨¦dicos dispensaran a los humanos, consigui¨® aliviarnos el trago. Puede que a muchos les resulte rid¨ªculo llorar por un animal cuando en este planeta mueren cada d¨ªa cientos de miles de personas en condiciones infrahumanas. Si es as¨ª, no tengo inconveniente alguno en reconocer que me puse en evidencia.
Y mi ¨²nica disculpa es el cari?o intenso que siempre me mostr¨® esa criatura, cari?o leal y desinteresado al que nunca podr¨ªa resistirse nadie con un m¨ªnimo de sensibilidad. El cari?o as¨ª es un bien preciado y escaso en el mundo de los racionales. Pens¨¦ entonces en lo ego¨ªsta y cruel que resulta la actitud de quienes adquieren un cachorro por un capricho moment¨¢neo o para hacer un regalo original. Pens¨¦ en toda esa gente que compra un perro como quien compra un juguete, y que cuando empieza a crecer, enferma o plantea el menor problema dom¨¦stico, le abandona en cualquier carretera para quit¨¢rselo de encima.
En los pocos segundos que tard¨® en penetrar el fluido mort¨ªfero, y mientras acariciaba su cabeza, pasaron por la m¨ªa vertiginosamente los buenos momentos que nos hizo pasar aquel animal. Curiosamente, la secuencia no registr¨® ninguna de las muchas fechor¨ªas que su car¨¢cter rebelde le llev¨® a cometer a lo largo de su existencia. Pat¨² trepaba la valla, por mucho que la elevara, para emprender los m¨¢s impetuosos escarceos amorosos, levantaba las flores del jard¨ªn y meaba donde le daba la real gana. Nada de eso me vino a la memoria en esos segundos terminales de su vida.
Record¨¦, en cambio, su ladrido noble y poderoso, la expresividad de sus ojos reclamando una caricia, los saltos en la hierba y los largos paseos por la monta?a donde reinaba. S¨¦ que nunca pudimos corresponderle la atenci¨®n y el cari?o que ¨¦l nos dispensaba y, aunque parezca est¨²pido, tengo mala conciencia. Quise por ello cavar un hoyo profundo en el jard¨ªn para que estuviera siempre cerca de nosotros. All¨ª, bajo un plantel de petunias, reposa ahora el cuerpo inerte de aquel Pat¨² de Azabache. Nuestro Pat¨².
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