Pocas nueces en Mosc¨²
No ha habido acuerdo en Mosc¨², como se preve¨ªa, sobre el escudo antimisiles que EEUU pretende. En su lugar, Clinton ha debido contentarse en su primer encuentro con el nuevo presidente ruso -uno llega, otro se va- con un compromiso a largo plazo para la destrucci¨®n mutua de plutonio de uso b¨¦lico y el anuncio de un centro conjunto de alerta temprana sobre lanzamientos de misiles. El l¨ªder estadounidense hab¨ªa acariciado la idea de convencer a Vlad¨ªmir Putin para modificar el Tratado ABM, de 1972, de manera que permitiera a EEUU poner en pie un limitado sistema antimis¨ªles que har¨ªa su espacio impenetrable a eventuales ataques de Estados incontrolados (no Rusia). El Pent¨¢gono considera imprescindible una decisi¨®n este oto?o para poder comenzar el a?o pr¨®ximo la construcci¨®n en Alaska de un superradar y lograr la operatividad del conjunto alrededor del 2005. El espionaje, la CIA, considera que por esa fecha Corea del Norte (pero no s¨®lo), que en 1998 ensay¨® un cohete de largo alcance, podr¨ªa estar en condiciones de alcanzar EEUU.Mosc¨² no est¨¢ por modificar el Tratado Antibal¨ªstico en el que se estableci¨® el equilibrio del terror (y la garant¨ªa de supervivencia) al renunciar entonces Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica a protegerse contra un ataque masivo de su coheter¨ªa estrat¨¦gica. El ABM es para el Kremlin el arco de b¨®veda de su seguridad nuclear, y razona que si Washington se dota de semejante blindaje (aun tan limitado en su capacidad como el Pent¨¢gono ha reiterado), su propio arsenal podr¨ªa convertirse en algo inane. Putin ha lanzado balones fuera avanzando hace unos d¨ªas un proyecto vagamente alternativo, desechado ayer por Clinton, por el que ambos Gobiernos podr¨ªan cooperar en un sistema para destruir cohetes enemigos inmediatamente despu¨¦s de su lanzamiento.
Putin no est¨¢ solo en su rechazo al proyecto defensivo estadounidense de 50.000 millones de d¨®lares. Tampoco gusta a Pek¨ªn, que, aunque no incluido en el ABM, considera que se dirige contra China y amenaza con aumentar su producci¨®n de cohetes de largo alcance. Y muchos aliados europeos de Washington, como qued¨® patente en Berl¨ªn este fin de semana, han mostrado su rechazo porque temen un resurgir de la carrera armamentista y la proliferaci¨®n general. Dentro de EEUU, el muy influyente Jesse Helms, presidente del Comit¨¦ de Relaciones Exteriores del Senado, ya advirti¨® que cualquier acuerdo armamentista de envergadura concluido por Clinton con Putin "llegar¨ªa muerto" al Congreso. Se?alaba as¨ª la conveniencia, poco discutible, de que estos temas sean abordados por el pr¨®ximo inquilino de la Casa Blanca.
Washington y Mosc¨² tienen entre manos demasiados conflictos abiertos y potenciales (Chechenia, Kosovo, Irak, la expansi¨®n de la OTAN, Asia central...) como para hacer una prioridad del escudo espacial. De hecho, el propio desarrollo interno de Rusia, un pa¨ªs cuyo PIB en 1999 fue el 2% del estadounidense, es crucial para la seguridad tanto de EEUU como europea. Como lo es saber si evolucionar¨¢ hacia una democracia abierta, m¨¢s integrada pol¨ªtica y econ¨®micamente con Occidente, o si, por el contrario -y hay signos inquietantes en los primeros meses de Putin-, retroceder¨¢ hacia un modelo en el que los poderes del Kremlin se fortalezcan a costa de las libertades nacientes. Clinton ha reafirmado que Putin es alguien con quien EEUU puede entenderse. Quiz¨¢, pero ¨¦l no va ser quien deber¨¢ hacerlo. En cualquier caso, la personalidad del nuevo jerarca ruso y sus intenciones son todav¨ªa un enigma. Y lo que por ahora emerge se mueve entre un te¨®rico reformismo econ¨®mico, un abierto desprecio por los derechos humanos y un gusto claro y preocupante por el poder militar.
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