El desd¨¦n con el desd¨¦n
JULIO A. M??EZA fin de cuentas, Carlos Fabra no ha dicho nada del otro mundo al arengar a los j¨®venes cachorros de la derecha universitaria. No ha venido a decir nada inesperado. Yo creo que era una intervenci¨®n perfectamente joseantoniana, de esas seg¨²n las cuales la universidad o lo que sea ser¨¢ lo que nosotros queramos o no ser¨¢ nada, muy en la l¨ªnea del que se siente validado por el peso de las urnas, cuando cuenta con casi todas ellas en lugar de asignarle un futuro de destrozos, o con el peso de otras razones cuando las urnas est¨¢n combadas por las telara?as. Quiero decir que la modernidad reci¨¦n adquirida no siempre es contrapeso suficiente ante una tradici¨®n de siglos, as¨ª que pasa lo que pasa y no pasa m¨¢s porque estamos, como quien dice, en las postrimer¨ªas del siglo, que si no bien podr¨ªamos asistir a otras maravillas m¨¢s o menos medi¨¢ticas. En las figuras -en ejercicio- de personajes como Fabra, Julio de Espa?a o Fernando Giner tenemos un resumen estupendo de lo que viene a ser nuestra actual cultura municipal agrupada en sus respectivas diputaciones provinciales.
Siempre consider¨¦ que la enemiga contra Joan Fuster por parte de la gerifaltia local proven¨ªa no tanto de la ¨ªndole de sus pensamientos -que no creo que muchos de sus detractores estuviesen en condiciones no ya de rebatirlos, sino siquiera de discutirlos- sino del hecho mismo de permitirse el alarde de pensar en un entorno donde el bander¨ªn del corner marcaba el l¨ªmite huertano de un reflejo antiintelectual de m¨¢s envergadura que solvencia. Al menos, los espa?olistas disfrutaban haciendo ensayos sobre Castilla como agon¨ªa. Aqu¨ª, ni eso, de modo que cualquier pensamiento ajeno a la complacencia de lo inmediato incurr¨ªa sin propon¨¦rselo en el ¨ªndice de las fallas prohibidas. Pero tampoco es sana la propensi¨®n al victimismo inclinado a establecer fronteras m¨¢s o menos locales. Sin ir m¨¢s lejos, aunque supone un cierto desplazamiento, ?lvarez del Manzano, alcalde de la capital de la gloria, vuelve a los dolores de anta?o afirmando que las parejas de hecho son m¨¢s propensas a machacarse entre s¨ª que las que han pasado por la vicar¨ªa de alguna iglesia, aunque se trate del m¨¢s modesto registro civil. Eso podr¨ªa pasar por una ocurrencia m¨¢s de un sujeto b¨¢sicamente pinturero de no ser porque el mism¨ªsimo Fraga Iribarne corre en su apoyo, con lo que el doctrinario del fundador retoma los elementos refundados de la doctrina. Una cosa es que la cabra tire al monte y otra distinta que se niegue a dejar de triscar por los acantilados.
As¨ª que nuestro pa¨ªs tiene mala suerte incluso como periferia de una mayor¨ªa absoluta a la que tanto ha contribuido y que tantos esfuerzos consume en centrar su imagen. Aqu¨ª da la impresi¨®n de que una vez logrados los ¨²ltimos objetivos no se sabe bien qu¨¦ hacer con el triunfo abrumador que se llevan entre manos. V¨¢zquez Montalb¨¢n se ha referido recientemente a la vestimenta de Zaplana como la de alguien habituado a alegrar con su presencia los banquetes de bodas y comuniones, pero se le ha olvidado observar que su actitud es la del perpetuo invitado. Invitado a qu¨¦, podr¨ªa uno preguntarse de tener ganas de hacerlo. Invitado a hacer de Zaplana haciendo de presidente de la Generalitat, y eso hasta el punto de que en muchas ocasiones p¨²blicas parece m¨¢s bien su portavoz. Sorprende tanta desgana en persona tan animosa, y no se sabe si ser¨¢ a causa de tanta negligencia que muchos de los suyos se comportan como el centrocampista persuadido de que puede fingir penalti ante la distracci¨®n del ¨¢rbitro.
De una manera que habr¨ªa que examinar con m¨¢s cuidado, la impresi¨®n es que s¨®lo la autopromoci¨®n cultural escapar¨ªa a ese rosario de triqui?uelas y trilerismo de esquina en que se ha convertido buena parte de la pol¨ªtica y la convivencia social valencianas. Claro que la ventaja de los pl¨¢sticos, lo mismo que sucede con la danza, en que sus frecuentadores no necesitan recurrir a la palabra para expresarse, y casi siempre es mejor que no lo hagan, de modo que cada cual puede entender lo que hacen como prefiera. Cosa distinta, se reconocer¨¢, es la televisi¨®n p¨²blica, que deber¨ªa ser tambi¨¦n cultura a su manera, y en la que se observa asimismo esa desgana que sobrecoge el ¨¢nimo una vez cumplido el d¨ªa. Ya ni siquiera Ximo Rovira se toma en serio su papel de presentador, Mar Flores parece en periodo de pr¨¢cticas perpetuas pese a la antig¨¹edad de su programa, B¨¢rbara Rey alardea de una desidia militante que obliga a desconfiar de la bondad de sus recetas. S¨®lo Jes¨²s V¨¢zquez se deja ganar por el entusiasmo en un programa instalado sin vacilaci¨®n en las guarradas, as¨ª que ya me explicar¨¢n c¨®mo est¨¢ el patio. Y encima, Conejero, por no dejar de lado la alta cultura, designa un digno sucesor sin dar mayores explicaciones. Lo que faltaba.
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