El Juli y por los pelos
S¨®lo se salv¨® El Juli y aun por los pelos. S¨®lo El Juli, en tarde de fracasos generalizados, alguno de ellos elevado a la categor¨ªa de petardo.Algunos gacetilleros en estos casos suelen decir que el torero salv¨® la tarde. O sea, que El Juli habr¨ªa salvado la tarde, en su versi¨®n. Pero no ser¨ªa verdad. La tarde no la salva ni dios. Una tarde de toreros incompetentes, de toros impresentables y con m¨¢s trampas que una pel¨ªcula de chinos, ni dios querr¨ªa salvarla, entre otras cosas para que no se le cayera la cara de verg¨¹enza.
La tarde esta de la famosa Corrida de Beneficencia tampoco se crea que fue nada excepcional; nada que hiciera presagiar el fin del mundo. Antes al contrario, la tarde de marras no pas¨® de ser una tarde cualquiera, una de tantas, lo habitual en todas las plazas de habla hispana. Con la ¨²nica diferencia de que se produc¨ªa en Madrid donde hay una afici¨®n que con los tramposos se las tiene tiesas y no le da la gana de regalarles nada.
R¨ªo / Caballero, Morante, Juli Toros de Victoriano del R¨ªo; 2?, devuelto por inv¨¢lido; segundo, sobrero del mismo hierro; inv¨¢lidos, excepto 5?, manejables y hasta pastue?os
Primer sobrero, de Guadalest, devuelto por inv¨¢lido. Manuel Caballero: estocada tendida trasera, rueda de peones y descabello (silencio); pinchazo hondo tendido atravesado traser¨ªsimo, rueda de peones, pinchazo igual que el anterior, ruedas continuas e insistentes de peones redondel a trav¨¦s y dos descabellos (pitos). Morante de la Puebla: estocada baja atravesada ech¨¢ndose fuera y descabello (pitos); pinchazo hondo atravesado, rueda insistente de peones y cuatro descabellos (bronca). El Juli: estocada (silencio); pinchazo y estocada (oreja). El Rey presenci¨® la corrida desde el palco regio, acompa?ado por el presidente de la Comunidad de Madrid y el jefe de la Casa Real. Plaza de Las Ventas, 15 de junio. Corrida de Beneficencia. Lleno.
Esta tarde alucinante, se repite calcada en otro coso -Sevilla, sin ir m¨¢s lejos- y ahora estar¨ªamos hablando de faenas cumbre y de gloriosas puertas del Pr¨ªncipe. Porque el toreo moderno no es bueno ni malo de suyo sino seg¨²n le caiga a la afici¨®n. As¨ª Manuel Caballero, triunfador en todo el orbe cristiano, tore¨® en Sevilla corriendo, rematando por alto los pases, imbuyendo de fe¨ªsmo y vulgaridad cada acci¨®n, en medio de ol¨¦s, jip¨ªos jubilosos y m¨²sica maestro. Luego vino a Madrid, lo repiti¨® tal cual en la Corrida de Beneficencia, y le dijeron que por ah¨ª no, que torear es distinto asunto, que a otro can con ese hueso.
Similares pareceres podr¨ªan valer para Morante de la Puebla, que en Sevilla tore¨® bien, aunque no tanto como para las dos orejas que le dieron, sufri¨® una cornada muy seria y se trajo para Madrid y el resto del orbe t¨¢urico un cartel convertido en augurio que lo proclamaba el mes¨ªas prometido; el que har¨ªa morder el polvo a cuanto diestro se moviera con pretensiones art¨ªsticas. Mas lleg¨® a Madrid y se encontr¨® con la realidad del toro; que no es el de Sevilla, sobre inv¨¢lido anovillado, y hasta con pinta de eral, mutilado de pit¨®n o sospechoso de haber padecido la infamia.
El toro de Madrid aun inv¨¢lido -toda la corrida de Beneficencia mostr¨® semejante lacra- tiene seriedad, cornamenta y a veces hasta se le escapa una punta de casta, que constituye la peor preocupaci¨®n de los toreros, principalmente los malos. Y puede ocurrir incluso que ni siquiera est¨¦ inv¨¢lido. Sendos ejemplares con estas caracter¨ªsticas le correspondieron a Morante de la Puebla, y no los quiso ni ver. Con el primero de ellos no pudo y lo mat¨® de infamante manera, a paso banderillas; al segundo, con trap¨ªo y enterizo, lo machete¨® descompuesto desde la distancia y a los pocos minutos ya estaba entrando a cazarlo sin disimulos. Entre la desastrosa actuaci¨®n y el f¨²nebre terno, con bordados tipo sarc¨®fago, que visti¨® para la ocasi¨®n, Morante de la Puebla regresa de sus compromisos de Madrid marcado con la etiqueta propia de los toreros del mont¨®n y a precio de saldo.
El mismo camino llevaba El Juli, a quien soltaron en primer lugar un toro de impresionante cornamenta astifina pero que se desplomaba con s¨®lo mirarlo y a cada pase se ca¨ªa patas arriba o rodaba por la arena. A estos toros -el de El Juli y los de la tarde entera- los llamamos inv¨¢lidos y es una forma fr¨ªvola de decir porque no sufren exactamente invalidez sino borrachera; o m¨¢s exactamente la p¨¦rdida del sentido de la realidad y la vida que produce la drogadicci¨®n.
A m¨ª que no me vengan con historias. Ning¨²n animal de la creaci¨®n, sea de pelo o de pluma, salvaje o dom¨¦stico, terrestre o marino, se cae patas arriba porque le d¨¦ un pase El Juli. El¨ªjase cualquier miembro del reino animal, valgan perros o gatos, desde el elefante a la gallina ponedora, y se podr¨¢ comprobar que no se cae ninguno as¨ª le quiera endilgar Manuel Caballero un derechazo con el pico, o Morante de la Puebla una pinturera rebanada en la suerte de s¨¢lvese quien pueda.
El sexto toro estaba tambi¨¦n desnortado y cojitranco, y sin embargo El Juli salv¨® la situaci¨®n pas¨¢ndolo por ver¨®nicas, haci¨¦ndole el aparatoso quite de la lopecina, banderille¨¢ndolo con cierto m¨¦rito, aplic¨¢ndole una faena de muleta tesonera, ce?ida, en alguno de sus pasajes honda y ligada, que provoc¨® ovaciones generalizadas y entusiasm¨® a la mayor¨ªa de los espectadores. Y pues mat¨® bien, le dieron una oreja que tiene el valor del oro pues su paso por Madrid estaba abocado al fracaso y la concesi¨®n del trofeo le salv¨® en el ¨²ltimo momento. Por los pelos, s¨ª, pero menos da una piedra.
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