La gran rivalidad
Ingleses y alemanes, dos de las principales tribus del f¨²tbol, se enfrentan hoy en Charleroi
Cuando se trata de un partido entre Inglaterra y Alemania, se hace un alto dentro de cualquier torneo. Es un duelo que rebasa lo estrictamente futbol¨ªstico por la polaridad de dos pa¨ªses que siempre han tenido vocaci¨®n hegem¨®nica. En Charleroi, un pueblo franc¨®fono de la cuenca minera belga, se enfrentan las dos selecciones en un encuentro que est¨¢ marcado en rojo desde que se celebr¨® el sorteo. A la abundante historia que han protagonizado los dos equipos hay que a?adir el temor a una explosi¨®n de violencia de los hooligans, tanto ingleses como alemanes. Muchas voces importantes han mostrado su desagrado con el escenario, que trae recuerdos de Lens, otra ciudad minera, escenario de graves disturbios durante el Mundial de Francia. El agente de polic¨ªa Albert Nivel estuvo a punto de perder la vida tras sufrir el ataque de un grupo de v¨¢ndalos alemanes. Mucho menos se discute el desgraciado palmar¨¦s de los hooligans ingleses, incapaces de perdonar una cerveza y una pelea. Las circunstancias no abonan la idea de un d¨ªa tranquilo en Charleroi. Es fin de semana, con lo que eso significa de facilidad para el viaje de los hinchas a una ciudad relativamente cercana a los dos pa¨ªses. Y la trascendencia del encuentro a?ade un punto m¨¢s de dramatismo.Pero el partido es algo m¨¢s que una excusa para recogerlo en las p¨¢ginas de sucesos. Cualquier Inglaterra-Alemania despierta el m¨¢ximo inter¨¦s de los aficionados. Durante los ¨²ltimos 40 a?os han estado condenados a enfrentarse en duelos espectaculares, casi siempre favorables a los alemanes. Aunque la rivalidad era latente por cuestiones extrafutbol¨ªsticas, se puede decir que todo comenz¨® en la c¨¦lebre final de la Copa del Mundo de 1966. En Wembley, Inglaterra venci¨® por cuatro goles a dos a Alemania en un partido que todav¨ªa es principio y final en el f¨²tbol brit¨¢nico. La iconograf¨ªa de esa final ha dejado una huella demasiado profunda en Inglaterra, atacada por la nostalgia de la victoria, del debate sobre el gol fantasma de Geoff Hurst y de la inolvidabe imagen de Bobby Moore -trofeo en mano- a hombros de sus compa?eros, con las casacas rojas que hoy pasean los hinchas en homenaje al ¨²nico equipo que les ha dado un campeonato.
Desde entonces, Inglaterra y Alemania han establecido una rivalidad que en Europa no tiene equivalente. Cuando han tenido que medirse en los grandes torneos, Alemania ha vengado de sobra su derrota en Wembley. Venci¨® a los ingleses en el Mundial de M¨¦xico 70 -otro partido novelado hasta el exceso-, en la fase de clasificaci¨®n de la Eurocopa de 1972 -la tarde que lanz¨® a Gunther Netzer a la fama-, en el Mundial 82 y en el Mundial 90 -con el lanzamiento fallado por Stuart Pearce en la tanda de penaltis- y en la pasada edici¨®n de la Eurocopa, tambi¨¦n en Wembley, tambi¨¦n con otro tiro fallado en la ronda de penaltis. Inglaterra ha sufrido el martillo alem¨¢n con demasiada frecuencia, pero se resiste a aceptar el papel de v¨ªctima. El orgullo no se lo permite.
A¨²n en estos d¨ªas, en los que los dos equipos est¨¢n en entredicho, alemanes e ingleses se sienten campeones del mundo. Es la clase de mentalidad que vuelve atractivo cualquier enfrentamiento entre ellos. Alemania se resiste a aceptar su declive. Gary Lineker sol¨ªa decir que el f¨²tbol es un juego en el que se enfrentan dos equipos y que siempre lo gana Alemania. Pero su modelo ya no es una referencia en Europa. Ni sus jugadores. Entre sus internacionales, s¨®lo Bierhoof act¨²a en Italia, tierra de promisi¨®n para los mejores jugadores alemanes. La gerontocracia es dominante, tanto como la elecci¨®n de un tipo de jugador ordinario, cada vez m¨¢s lejano a la estirpe de los Haller, Beckenbauer, Overath o Schuster.
Los ingleses han hecho un meritorio esfuerzo de aggiornamento, m¨¢s apreciable en sus equipos que en la selecci¨®n. La influencia de los jugadores continentales ha sido profundo en la Premiere League, pero el equipo nacional no acaba de dar el salto. En el mejor de los casos es un h¨ªbrido entre las viejas ra¨ªces y la nueva generaci¨®n representada por futbolistas como Beckham, Owen o Scholes. Pero poco importan las pegas que se puedan poner a los dos protagonistas del partido de Charleroi. Saludables o convalecientes, ingleses y alemanes siempre obligan a pensar en el f¨²tbol como expresi¨®n de la tribalidad. Esperemos que esta vez sea en paz.
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