Pinos verdes junto al mar
Echan flores masculinas y femeninas en distintas ramas. No son exigentes con la calidad del suelo en que crecen. Arden los pu?eteros como la tea con la primera chispa, intencionada o no, que salta en su entorno cuando a¨²llan los canes de ese viento de Poniente, seco y desagradable por estas tierras valencianas. Son nuestros pinos. Pinos blancos y negros, pinos rodenos y pi?oleros, pinos carrascos y retorcidos pinos mar¨ªtimos. Son, en encima de todo, nuestros: retales de nuestro patrimonio paisaj¨ªstico, y tantas veces eslab¨®n sentimental que nos enlaza con el mismo entorno en que crecen.Y, de entre todos los pinos valencianos dignos de cuidado, los castellonenses disfrutan o disfrutaron de unos muy especiales, muy ligados a las m¨¢s sanas tradiciones festivas y l¨²dicas de la poblaci¨®n: los ¨¢rboles del Pinar del Grau, o El Pinar por excelencia de Castell¨®n. La leyenda local reza que fue el gigante Tombatossals quien los arranc¨® de las calvas colinas que rodean la capital de La Plana y los puso junto al mar. Las leyendas no son verdad, pero son lindas, y las aprendimos en el libro, en la escuela, por boca de nuestros mayores. La verdad es un pulm¨®n verde a lo largo de la l¨ªnea de la costa, que generaron humildes dunas de arenas; unas arenas que separan o separaban el mar sin l¨ªmites de las tierras bajas y pantanosas de La Plana. La verdad es que ese pulm¨®n verde, sin mojones ni vallas, fue secularmente lugar de asueto para las gentes de por aqu¨ª. Fue naturaleza respetada y conservada y disfrutada en deliciosas excursiones campestres.
En los albores de la modernidad destartalada, all¨¢ por 1956 y siguientes, los mun¨ªcipes principales de Castell¨®n, cuyas veleidades con la izquierda conservacionista debieron ser escasas, recalificaron terrenos en El Pinar, subastaron terrenos en El Pinar, aparecieron vallas y campos de golf en El Pinar, y se dej¨® construir en El Pinar. As¨ª lo quiso la historia y la falta de cauces democr¨¢ticos que hubiesen permitido a los castellonenses defender lo suyo y p¨²blico frente a los intereses privados. Claro como una l¨¢mpara y lamentable hasta hoy en d¨ªa.
Cuando la transici¨®n democr¨¢tica era todav¨ªa un embri¨®n, hubo en Castell¨®n un sano movimiento ciudadano bajo el lema Tot el Pinar per al poble. Algo se consigui¨® en una ciudad m¨¢s acostumbrada a callar sus pesares, que a manifestarlos p¨²blicamente. Pero el pesar contin¨²a junto al Pinar. Ahora, la modosa derecha gobernante y arboricida, ha recalificado terrenos para hacerlos urbanizables, y desaparecer¨¢n pinos, y la arboleda sufrir¨¢ una agresi¨®n m¨¢s; una agresi¨®n a lo p¨²blico que es una agresi¨®n a todos aquellos para quienes El Pinar son los ¨¢rboles y algo m¨¢s. Ya hay nuevas y relucientes vallas junto a los pinos, muy modernas y muy poco conservacionistas. Ya, tambi¨¦n, han empezado a movilizarse grupos y colectivos sociales contra el arboricio en El Pinar; intentan estos buscar el apoyo de Agust¨ªn Ibarrola, el vasco del arte y los ¨¢rboles con cortezas humanizadas por su pincel.
Bellas cortezas las de los ¨¢rboles de Ibarrola; la corteza de nuestra moderna y vieja derecha es dura y ¨¢spera: recalifica, tala y construye en El Pinar de todos. Esta derecha est¨¢ en el quinto pino.
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