Los anuncios resucitan ¨¦xitos musicales
Los 'spots' de televisi¨®n popularizan entre los j¨®venes viejas canciones olvidadas
El autom¨®vil pasa veloz ante un desdichado que barre en un desolado y viejo restaurante de carretera. El tipo s¨®lo alcanza a o¨ªr una r¨¢faga del b¨¢rbaro Get up, I feel like being a sex machine, de James Brown, y convierte el l¨²brico get up del cantante sure?o en un gueropa que repite como un encantamiento. Y lo es: de repente, los escolares espa?oles se saludan gritando "?gueropaaaa!" y sus hermanos mayores acuden a las tiendas solicitando la m¨²sica del anuncio de Renault Clio. Que resulta ser una grabaci¨®n del a?o l970, una de esas bombas at¨®micas de la m¨²sica funky que los pinchadiscos se suelen guardar en la manga para reanimar una pista de baile algo l¨¢nguida y conseguir que alcance la temperatura de fusi¨®n.Otra vez ha funcionado la magia de la publicidad. No es ciertamente una noticia candente: desde principios de los a?os noventa, cuando la marca de pantalones vaqueros Levi's descubri¨® el poder de la m¨²sica soul, los anuncios de televisi¨®n han sido el mejor canal para vender m¨²sicas antiguas y, parad¨®jicamente, grupos nov¨ªsimos.
Frente a la din¨¢mica restrictiva de las radio-f¨®rmulas, que limitan sus codiciadas listas a artistas de moda con gruesos presupuestos promocionales, los creativos de las agencias gozan de margen para elegir entre miles y miles de canciones memorables: aparte de temas de actualidad, cuentan con un archivo inagotable de cl¨¢sicos del jazz, el pop, el blues, el rock, el soul, el funk, melod¨ªas de Broadway, la chanson, Hollywood, las horteradas veraniegas.
Con ese tipo de canciones, los publicitarios lo tienen f¨¢cil. De cada una de esas piezas existen todo tipo de versiones, lo que permite elegir el fragmento que mejor se acomoda a las implacables exigencias del anuncio, con sus escasos segundos para el estribillo.
La variedad de opciones facilita la negociaci¨®n con las discogr¨¢ficas que detentan los derechos de sincronizaci¨®n. Unas empresas que, sabedoras del potencial reanimador de las campa?as, suelen moderar sus exigencias econ¨®micas. Est¨¢, adem¨¢s, la pr¨¢ctica del cover. Es decir, la copia hecha a medida por an¨®nimos m¨²sicos de estudio, a veces con vocalistas camale¨®nicos como Jordi Vila, capaz de imitar convincentemente a una gama de artistas que va desde don Antonio Mach¨ªn a Elvis Presley.
Y si alguna editorial musical se sube a la parra o se niega a conceder la licencia para encajar tal canci¨®n, queda la posibilidad de contactar con los citados m¨²sicos y solicitarles una melod¨ªa similar, que evite por los pelos ser considerada legalmente un plagio en toda regla. Una pr¨¢ctica fea, cierto, pero muy en l¨ªnea con la picaresca de que hace gala la industria musical.
Un ejemplo muy celebrado: MoviStar mont¨® una campa?a con Ain't no mountain high enough, un conmovedor dueto de Marvin Gaye y Tammi Terrell, cuyas intervenciones iban subtituladas. Universal, que posee las grabaciones de la difunta pareja, reaccion¨® demasiado tarde: otra multinacional, Sony, hab¨ªa conseguido permiso de la empresa de tel¨¦fonos pa- ra a?adir la pegatina oficial -"contiene la canci¨®n de..."- a la banda sonora de la pel¨ªcula Qu¨¦date a mi lado, un gran dram¨®n protagonizado por las actrices norteamericanas Susan Sarandon y Julia Roberts. Cerca de 100.000 personas picaron y compraron un disco que, aparte de Ain't no mountain high enough, s¨®lo conten¨ªa rutinaria m¨²sica cinematogr¨¢fica. Por un poco m¨¢s dinero, los compradores pod¨ªan haber adquirido un doble CD rebosante de inmortales interpretaciones de Marvin Gaye, pero la recopilaci¨®n no llamaba la atenci¨®n en el punto de venta, donde esas pegatinas son los mejores reclamos para el comprador ocasional.
Como el pasado a?o, la casa discogr¨¢fica EMI ha publicado El mejor ¨¢lbum de m¨²sica de anuncios TV, una sabrosa colecci¨®n que muestra las ¨²ltimas tendencias de este concubinato. Se aprecia que ya ha deca¨ªdo la benem¨¦rita tendencia de las bebidas refrescantes a utilizar juveniles grupos espa?oles con credibilidad indie, moda que tanto ayud¨® a acelerar la carrera de Dover, Australian Blonde o Undrop.
Se comprueba que tel¨¦fonos m¨®viles y autom¨®viles financian las campa?as m¨¢s omnipresentes, potenciadas por ¨¦xitos frescos o rancios. S¨®lo ese tipo de empresas tienen presupuesto suficiente para conseguir los derechos de Navidades blancas, de Irving Berlin, o God, de John Lennon. Esta ¨²ltima canci¨®n, tajante himno de descre¨ªdos, termin¨® vendiendo el modelo Golf de Volskwagen, una concesi¨®n que los lennonianos dif¨ªcilmente perdonaran a su viuda ("pero ?realmente Yoko Ono necesitaba otro mill¨®n de d¨®lares?").
Para los que prefieren creer en la inviolabilidad de las canciones, queda el consuelo moral de algunos nobles resistentes empecinados. George Michael, Van Morrison, Manu Chao y los grupos Radiohead o REM se niegan tajantemente a ceder sus creaciones para usos publicitarios. Neil Young fue m¨¢s all¨¢ y en 1988 utiliz¨® el videoclip de su This note's for you para ensa?arse con Michael Jackson y otras insaciables estrellas que venden su m¨²sica.
Tom Waits es otro militante empecinado de la separaci¨®n entre arte y comercio, dispuesto a denunciar a cualquier spots o jingles que imitan su voz cavernosa: gan¨® una cuantiosa compensaci¨®n econ¨®mica contra una empresa que recurri¨® a lo que en Estados Unidos conocen como un sound alike, aunque eso no haya impedido a una agencia espa?ola hacer recientemente algo similar.
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