Pasodoble espa?ol
?Se puede ser m¨¢s o menos espa?ol en funci¨®n de los resultados de la selecci¨®n? S¨ª. Si gana Espa?a, hay que ver lo cojonudos que somos. Si pierde, menuda pandilla de in¨²tiles. Esta l¨®gica, basada en un patriotismo que depende de algo tan caprichoso como el acierto de una pelota, nos obliga a subirnos a una monta?a rusa que combina, con escandalosa facilidad, abismos y subidones. No obstante, esta ret¨®rica de residencia de oficiales y de como-en-Espa?a-ni-hablar no se contagia a los jugadores. Por suerte, nuestros representantes no apelan a la racialidad ni se llenan la boca de palabrer¨ªa rojigualda y de ol¨¦-catap¨²n. Unos meses antes, los futbolistas pactan sus primas, escuchan el himno con privada indiferencia y salen a ganarse los contratos de imagen con el sudor de su frente. ?Por qu¨¦ juegan los jugadores? Tras la cardiovascular victoria del mi¨¦rcoles, Guardiola cont¨® en Catalunya R¨¤dio que jugaba para los suyos: familiares, amigos, seres queridos. Una afirmaci¨®n tan simple rompe esquemas y explica im¨¢genes tan ricas en matices como la de Camacho y Pep abraz¨¢ndose de verdad. Porque por m¨¢s cul¨¦ que sea Guardiola y m¨¢s merengue que sea el seleccionador, por m¨¢s que a Camacho se le suponga una espa?olidad s¨®lo comparable a la catalanidad de Pep, pueden abrazarse y agradecerse no que la espa?ola cuando besa bese de verdad sino la confianza mutua y compartir la alegr¨ªa de una victoria justa. Autoestima, respeto y distancia corta, nada que ver con las gestas de un Cid Campeador que, si tuviera que luchar hoy, lo har¨ªa montado en un Babieca patrocinado por Repsol.
En esta Eurocopa, las patrias son m¨¢s ficci¨®n que nunca y s¨®lo perviven como un eco de lo que nunca fueron. Las derrotas y victorias ponen a prueba la capacidad de contener la euforia si se gana y la autoestima si se pierde. Puestos a so?ar, ?por qu¨¦ no imaginar un pa¨ªs en el que la derrota merezca un solidario silencio y ganar no suponga recurrir a esa espa?olidad de testosterona al ajillo, altanera y orgullosa trituradora de p¨¦rfidas albiones o balc¨¢nicas hordas, una se?a de identidad que deber¨ªa permanecer en el ba¨²l de los malos recuerdos? En d¨ªas de resaca como este, conviene recordar que Marcelino no le marc¨® ning¨²n gol al comunismo sovi¨¦tico sino a un portero de futbol al que tambi¨¦n le gustaba jugar para los suyos. Y que, m¨¢s all¨¢ de la tristeza o de la alegr¨ªa que transmiten las gestas o fracasos de los que, en un acuerdo t¨¢cito de ficci¨®n representativa, juegan en nuestro nombre, no vale la pena cargar las tintas. Ni para bien, ni para mal.
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