El hombre que sab¨ªa demasiado
Pocos diplom¨¢ticos habr¨¢n marcado tanto la pol¨ªtica europea espa?ola como Javier Elorza, que deja su puesto de representante permanente de Espa?a ante la UE, para ir a Par¨ªs, tras seis a?os al frente de ese miniministerio (200 personas), pero con m¨¢s poder de decisi¨®n y negociaci¨®n que muchos grandes departamentos. Elorza ha estado presente en el barullo comunitario directamente desde 1985 e indirectamente incluso antes. Patriota donde los haya, leal a cualquier Gobierno, este funcionario de 54 a?os ha defendido siempre con ah¨ªnco los intereses espa?oles. En toda negociaci¨®n sal¨ªa como un toro a por el 100% o m¨¢s; nunca dispuesto a aceptar menos. Su voz, f¨ªsico y gestos imponen; y su dedicaci¨®n, d¨ªa y noche, es absoluta. Aficionado a los cuadros hiperrealistas de motos y al art nouveau, su pasi¨®n es Europa, o, mejor dicho, Espa?a en Europa. Posiblemente sea la persona que m¨¢s sabe de este enorme tema en la Administraci¨®n espa?ola. Desde hace muchos a?os era ¨¦l quien produc¨ªa el primer papel -siempre interesante, siempre completo, siempre descarnado- sobre las cuestiones de importancia que iban surgiendo en los horizontes comunitarios. Y as¨ª, adelant¨¢ndose y de forma omnicomprensiva, marcaba la pauta. Su salida de Bruselas cierra toda una ¨¦poca y un estilo, que tambi¨¦n ha marcado al Comit¨¦ de Representantes Permanentes -el famoso Coreper-, al que Elorza siempre ha metido marcha.
Nos conocemos desde hace 15 a?os, coincidiendo a veces del mismo, otras de diferente lado de la barrera. Es un hombre a escuchar. Nuestras coincidencias han sido amplias; nuestros desacuerdos, pocos, aunque importantes -hoy siguen-, en materia de construcci¨®n de una Europa flexible, con vanguardias, geometr¨ªas variables, cooperaciones reforzadas o integraciones diferenciadas. Algunos empezamos a proponerlo ya en 1991, cuando se negociaba Maastricht, y de nuevo cuando se preparaba el Tratado de Amsterdam, en 1995, en un informe de esos que, como me indic¨® en su tono jocosamente cr¨ªtico, "se pueden arrancar p¨¢gina a p¨¢gina: ?esto no vale! ?Esto tampoco!". Pero hoy, una vez m¨¢s, es un tema que reaparece en el centro del debate europeo.
Ahora, el Gobierno de Aznar ha aceptado entrar a discutir la ampliaci¨®n de las cooperaciones reforzadas, por las que unos pa¨ªses, por mayor¨ªa, podr¨ªan integrarse m¨¢s que otros que no lo deseen, sin que ¨¦stos retengan una capacidad de impedirlo, como es el caso en la actualidad. Es de esperar que, si se impone la idea, sea como m¨¦todo para avanzar en la integraci¨®n, y no como manera de hacer avanzar intereses particulares, como lo ser¨ªa, por ejemplo, una eventual pol¨ªtica espec¨ªfica de cohesi¨®n diferenciada de los n¨®rdicos hacia los b¨¢lticos. La flexibilidad requiere preservar la confianza mutua, el mercado ¨²nico como parte de un tronco com¨²n fuerte, un marco institucional ¨²nico y una ayuda a los rezagados.
A cualquier ministro, a cualquier presidente del Gobierno, un Elorza le resulta de suma utilidad. El estilo Elorza era perfecto cuando ten¨ªa superiores pol¨ªticos que defend¨ªan una pol¨ªtica de mayor integraci¨®n y sab¨ªan vestir los intereses nacionales con tonos m¨¢s suaves y europe¨ªstas. Con Felipe Gonz¨¢lez en La Moncloa, Francisco Fern¨¢ndez Ord¨®?ez, Javier Solana o Carlos Westendorp en Exteriores, el elorzismo se ve¨ªa arropado. Elorza quedaba m¨¢s difuminado, pero no por ello menos eficaz. A partir de 1996, con el Gobierno de Aznar, sin embargo, este esquema se quebr¨®. Entre Elorza y La Moncloa ha habido un vac¨ªo pol¨ªtico que nadie llen¨®, salvo Elorza, convertido en cuasi ministro. Y con una actitud menos integracionista, y de cruda defensa de intereses nacionales de Aznar, la pol¨ªtica europea espa?ola se volvi¨® abiertamente elorziana en la forma y menos integracionista en el contenido. Sea como sea, Espa?a le debe bastante a Javier Elorza. Tras ¨¦l no llegar¨¢ el diluvio; s¨ª otra ¨¦poca.
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