El imperio desde la cocina PEDRO ZARRALUKI
El otro d¨ªa conoc¨ª a una griega, llamada Loxandra, que vivi¨® en el Estambul otomano y muri¨® poco antes de que empezara la I Guerra Mundial. Los personajes que nos resultan m¨¢s pr¨®ximos vienen a veces de muy lejos y viajan entre las p¨¢ginas de un libro. El camino que siguen hasta llegar a nosotros suele ser, adem¨¢s, bastante azaroso. En el caso que nos ocupa, la vida de Loxandra fue novelada por Mar¨ªa Iordanidu en la d¨¦cada de los sesenta, pero no ser¨ªa hasta hace un par de a?os cuando una mexicana llamada Selma Ancira, que asist¨ªa a un encuentro de traductores en la poblaci¨®n francesa de Arl¨¦s, oyera hablar de ella. El entusiasmo de Selma por la narraci¨®n de aquella mujer grande y golosa acab¨® persuadiendo a Esther Tusquets y a su hija Milena, que la han publicado en la colecci¨®n Femenino Lumen.Cuando llegu¨¦ al restaurante Dionisos, el atardecer cubr¨ªa con una luz ambarina las copas de los ¨¢rboles del parque de la Ciutadella. Nos hab¨ªan convocado para celebrar, con una fiesta tradicional griega, la aparici¨®n de Loxandra en un pa¨ªs y una lengua que su protagonista nunca llegar¨ªa a conocer. Yo hab¨ªa le¨ªdo la novela el d¨ªa anterior, de una sola sentada, como dec¨ªa Poe que ten¨ªan que leerse los grandes cuentos. Me hab¨ªa fascinado ese retrato demorado y voluptuoso de una griega de Constantinopla escrito por su nieta a los 63 a?os de edad. Loxandra es un canto a la vida ambientado en la que seguramente es la ciudad m¨¢s apasionante y m¨¢s tr¨¢gica del mundo, una ciudad asolada por el odio, devastada por un devenir hist¨®rico que situ¨® en ella todas las fronteras. Estambul vendr¨ªa a ser el opuesto exacto de aquella ciudad en la que, seg¨²n escribi¨® Italo Calvino, sus habitantes no se dirig¨ªan la palabra, ni siquiera se saludaban, para poder seguir fantaseando unos con otros. Estambul ha sido y sigue siendo el paradigma del contacto f¨ªsico, del roce que tantas veces produce heridas.
Y es en ese lugar, en una cocina situada en el coraz¨®n mismo del imperio, donde Loxandra intenta hacer grata la vida a la gente que la rodea. Se entrega a ello con la dedicaci¨®n del que sabe que eso es lo m¨¢s importante, y de forma muy especial en un lugar donde en una sola noche pueden ser degollados miles y miles de armenios, todos menos el que ella, asustad¨ªsima, esconde debajo de su cama.
En el restaurante Dionisos me ofrecieron un vaso de retsina, ese vino que sabe a corteza de pino. Las editoras nos ahorraron los discursos y s¨®lo la traductora se limit¨® a esbozar un t¨ªmido saludo que abri¨® paso a la fiesta. Ante cierta perplejidad por parte de los presentes, los camareros se convirtieron en bailarines. Uno de ellos inici¨® la noche con un zemb¨¦kiko, una danza desordenada y muy rom¨¢ntica. Acercaron despu¨¦s una mesa y subieron a ella a una muchacha que acometi¨® con gran voluptuosidad un baile llamado tsiftet¨¦li, de claras resonancias turcas y emparentado, quiz¨¢, con la danza del vientre. Se acab¨® bailando un colectivo y muy voluntarioso syrtaki.
Sentado en una esquina, en donde hu¨ªa del frenes¨ª bailar¨ªn y de paso me atiborraba de dulces orientales, record¨¦ algo que contaba a menudo un amigo: de joven hab¨ªa entrado en la cocina de la casa de Sant Pol de Mar donde su abuela preparaba la comida. Quer¨ªa despedirse de ella antes de salir de viaje. Le dio un beso en la frente y le anunci¨® que tardar¨ªan un tiempo en volver a verse, pues iba a pasar el verano en Nueva York. "?Ah, s¨ª?", contest¨® la anciana sin dejar de remover el contenido de la olla, "?y eso hacia d¨®nde cae, hacia Matar¨® o hacia Blanes?". Sentado en aquella esquina record¨¦ a la abuela de mi amigo y pens¨¦ que Loxandra habr¨ªa sido feliz de saber que la historia de su vida acabar¨ªa reuniendo, en un lugar desconocido y muy lejano, a una serie de personas para comer y bailar.
A fin de cuentas, el mundo se parece mucho en todas partes y la ¨²nica filosof¨ªa importante, la que nos permitir¨ªa entrar en la m¨¢s dulce ataraxia, la formula la misma Loxandra al ver c¨®mo florece la primavera: "?Hay que ser devoto para alcanzar el Para¨ªso? Aqu¨ª est¨¢ el Para¨ªso si tienes ojos para verlo. Si no tienes ojos no lo conocer¨¢s ni en la tierra ni en el cielo".
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