Esc¨¢ndalo p¨²blico
Siempre ha habido putas. Por algo el t¨®pico de que la mujer ejerce el oficio m¨¢s antiguo del mundo. Forma parte de la gran tradici¨®n en la que la mujer es inferior, ha de humillarse, ha de obedecer. Tal vez las mujeres del primer mundo con solvencia econ¨®mica nos olvidemos, pero ah¨ª est¨¢n ellas: clamando al cielo. Las vi en el excelente reportaje que emiti¨® La 2 el domingo dirigido por Carmen Sarmiento: mujeres de Mozambique o de un pa¨ªs centroamericano, qu¨¦ m¨¢s da, mujeres al fin y al cabo que soportan sobre sus espaldas la econom¨ªa campesina y precaria del pa¨ªs, con un mont¨®n de hijos sin padre, ni?as con sida contagiadas al prestar sus servicios o al ser violadas.Mujeres que est¨¢n deseando organizarse, apoyarse unas a otras, formar cooperativas, valerse de peque?os cr¨¦ditos para ver algo de luz en su vida. Pa¨ªses pobres donde el hombre parece haber desertado de la vida familiar, de la misma forma que ha desertado de la paternidad en los barrios negros y pobres de Estados Unidos.
Pese a la literatura con la que algunos intelectuales han intentado envolver la prostituci¨®n, casi siempre mala literatura, no parece haber detr¨¢s de las mujeres que se venden en la calle m¨¢s que miseria, analfabetismo y explotaci¨®n. Ahora, huyendo de los pa¨ªses pobres, llegan al nuestro y se exhiben casi desnudas entre los ¨¢rboles de la Casa de Campo. No sabemos lo que han dejado atr¨¢s, no sabemos si ya ejerc¨ªan la prostituci¨®n en su pa¨ªs o si han empezado a ejercerla al llegar al nuestro. No tenemos de ellas m¨¢s que lo poco que nos deja ver un trayecto en coche, im¨¢genes fugaces en las que unas mujeres se parecen a otras: son negras, ense?an el pecho y las piernas, llevan ropa y peinados llamativos.
"En la vida de la calle no hay m¨¢s que miseria y desolaci¨®n", le dec¨ªa una oyente que hab¨ªa ejercido la prostituci¨®n a un intelectual que por la radio elevaba su verbo para hablar del misterio de la vida golfa.
Ah¨ª est¨¢ el error: ellas no son golfas, la golfer¨ªa est¨¢ en un nivel de alegr¨ªa de la vida que probablemente ellas nunca han podido permitirse. Ellas son, sencillamente, mujeres explotadas. As¨ª que uno no sale de su asombro cuando escucha que al alcalde lo ¨²ltimo que se le ha ocurrido es detener a la v¨ªctima y convertirla en culpable por esc¨¢ndalo p¨²blico.
Pero no es esto lo ¨²nico que desalienta en torno a este asunto de las prostitutas de la Casa de Campo, lo que a veces desalienta es que da la impresi¨®n de que a la oposici¨®n, esa oposici¨®n a la que tambi¨¦n pagamos para que piense, no se le ocurren soluciones, la oposici¨®n parece haber utilizado su capacidad de respuesta en calificar al alcalde de puritano, reaccionario y meapilas.
El caso es que eso ya lo sabemos. Todos los comentarios de la gente que dice ser de izquierdas que se expresa p¨²blicamente van en esa direcci¨®n: decimos lo que nos parece del hombre de la capa y el medall¨®n y nos quedamos con la conciencia tranquila.
El caso es que a la oposici¨®n tambi¨¦n la pagamos, tambi¨¦n hay que exigirle alternativas: primero, para esas mujeres cuya vida se limita a meterse en los coches y hacer servicios r¨¢pidos cuyas ganancias no ser¨¢n seguramente para ellas; y segundo, una soluci¨®n para un parque que, como todos los parques de las grandes ciudades, ha de ser un lugar donde conviva mucha gente, y no se es un carca por recordar que s¨ª, que hay ni?os a los que sus padres o sus profesores sacan a aquel campo cercano y tienen que llev¨¢rselos porque aquello se ha convertido en una zona prohibida; pero, cuidado, no es s¨®lo por los ni?os, uno no se sienta al lado de un coche donde est¨¢n echando un polvo, a uno no le apetece pasear por un campo plagado de condones y de cl¨ªnex usados.
Por un lado, la derecha se siente m¨¢s a gusto meti¨¦ndolas en casas donde no molesten a la vista y as¨ª acaba con el problema del esc¨¢ndalo social, que es lo ¨²nico que le ha preocupado siempre; y por otro, la izquierda, un tanto adormecida, las deja a su libre albedr¨ªo, como si hablar de los derechos de los paseantes fuera una cursiler¨ªa.
Parece que en todo este asunto los ¨²nicos que estar¨¢n ganando algo ser¨¢n los chulos, que estar¨¢n frot¨¢ndose las manos ante una lentitud que ya huele.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.