El otro
Una parte esencial, la de su rostro de hombre humano, del inmenso talento de Walter Matthau es v¨ªctima de su arrolladora otra parte, del esquinado e irresistible rictus de su cruel, abominable, casi extrahumana m¨¢scara c¨®mica. Su prodigiosa, tal vez la m¨¢s exacta que hizo, composici¨®n en 1966 del siniestro, torcido y liante, pero tocado de gracia, abogado picapleitos Willie Gringich de En bandeja de plata fij¨® para siempre tan singular fractura, tan extra?o reparto de rostros en la identidad de este inmenso, uno de los m¨¢s sagaces y complejos del cine moderno, histri¨®n jud¨ªo neoyorquino, forjado en la oscuridad de los teatros yidish de su ciudad, y que, de pronto, salt¨® a las cegadoras luces de ne¨®n del Broadway de 1965 con la comedia La extra?a pareja que, de la noche a la ma?ana, le convirti¨® en el im¨¢n c¨®mico de la escena de Manhattan en aquel tiempo.Se hizo c¨¦lebre la aventura que el semanario Time, alertado a bote pronto por la enormidad de la ovaci¨®n que arranc¨® el actor, inici¨® la noche del estreno de La extra?a pareja. Un equipo de reporteros comenz¨® a rastrear con lupa las huellas del s¨²bito conquistador de Broadway y, una semana m¨¢s tarde, el perplejo reportaje resultante tuvo como t¨ªtulo, a toda p¨¢gina, Nadie sabe qui¨¦n es Walter Matthau. Era un titular informativamente exacto, pues Matthau emergi¨® del abismo insondable del anonimato neoyorquino. Era un absoluto desconocido, aunque tuviese a la espalda una rica d¨¦cada de forja en buenos trabajos teatrales y cinematogr¨¢ficos, desde su deb¨² en 1955 en El hombre de Kentucky, dirigido por Burt Lancaster, hasta 1964 en Adi¨®s Charlie, dirigido por Vincente Minnelli.
Pero aquel c¨¦lebre titular de Time ten¨ªa sobre todo exactitud metaf¨®rica, porque nadie sab¨ªa entonces, y nadie hay ahora que sepa, qui¨¦n es Walter Matthau, cu¨¢l es el acceso al interior del portentoso personaje que elabor¨®. Aunque quebrada, rota, escindida, la n¨ªtida identidad de este personaje se escurre como una anguila de las garras de la perspicacia, escapa de la captura de cualquier definici¨®n, y es una especie misteriosa, poco menos que imposible, casi inimaginable, de identidad sin yo, un puro t¨², un otro absoluto. Y es ah¨ª donde hay que buscar el enigma del talento de este c¨®mico sin equivalencia, que atrapa como una ara?a al espectador, provoca su rechazo y luego lo seduce y lo arrastra a los l¨ªmites de la gracia, pero sin dejarse identificar por ¨¦l.
De ah¨ª, de su condici¨®n de otro, o de t¨² absoluto, de sujeto inidentificable, proviene la genialidad a d¨²o que cre¨®, enzarzado en una de las m¨¢s gozosas batallas que ha dado el arte, mano a mano con el yo absoluto de Jack Lemmon, personaje con quien es imposible no identificarse. En bandeja de plata, Aqu¨ª un amigo, Primera plana (dirigidos por Billy Wilder) y la versi¨®n cinematogr¨¢fica de La extra?a pareja (dirigidos por Gene Saks) son -hay m¨¢s filmes, pero irrelevantes- monumentos hitos de esa grave, honda y divertid¨ªsima creaci¨®n a d¨²o, por choque de contrarios, por juego de espejos y vuelo de contrastes.
Pero Matthau, como Lemmon, son individualidades vigorosas, genios de su oficio que nadaron en el cine por s¨ª solos. La obra de Matthau es honda, riqu¨ªsima y s¨®lo obra suya. Supo aliar su formidable facilidad gestual, que le hac¨ªa due?o de los secretos nobles de la sobreactuaci¨®n, con una pasi¨®n opuesta por lo austero. El precipitado de estos impulsos contrarios, como los choques de pedernales, echa chispas, es una forma interpretativa incendiaria. Y hay algo en Matthau de hombre corrosivo a su pesar, de tierno malvado, de glorioso mezquino, de secreto hombre humano, de indispensable y eterno otro.
Babelia
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