La Maquinista, amnesia y consumo JOSEP MARIA MONTANER
Como todo gran producto urbano, acabado y aut¨®nomo, el centro comercial de La Maquinista en Sant Andreu, inaugurado recientemente, se nos presenta con el impacto de la novedad y el delirante olvido de toda memoria. Olvido de que en el lugar donde se levanta existieron las naves de La Maquinista, la gran f¨¢brica metal¨²rgica catalana y uno de los focos de las luchas sindicales, junto a Seat y a Pegaso. Y olvido tambi¨¦n de un largo y tortuoso proceso urban¨ªstico en que la promotora, la multinacional franco-brit¨¢nica GEC-Alsthom, ha jugado de la manera m¨¢s dura presionando a la Generalitat y al Ayuntamiento de Barcelona.La Maquinista Terrestre y Mar¨ªtima, en el eje de la industrializaci¨®n catalana, fue creada en 1855, con una primera sede en la Barceloneta, y se traslad¨® a las instalaciones edificadas en Sant Andreu entre 1918 y 1925: inmensas naves con fachadas historicistas de ladrillo y gigantescas estructuras met¨¢licas en el interior. En 1989, GEC-Alsthom inici¨® el proceso de adquisici¨®n de La Maquinista, en grave crisis, proceso que culmin¨® en 1991. El a?o 1993 fue clave en el desmantelamiento de la f¨¢brica en Sant Andreu y el traslado de la empresa a Santa Perp¨¨tua de Mogoda, ya bajo el nuevo nombre. Tambi¨¦n fue el a?o en que los promotores de la reforma de los antiguos solares, aprovechando las demoras de la burocracia municipal, consiguieron una primera aprobaci¨®n de su magno proyecto a trav¨¦s de la Generalitat. Desde entonces se produjo uno de los pulsos m¨¢s complicados y tensos de la Barcelona contempor¨¢nea, hasta que en 1997 se aprob¨® la licencia del conjunto, con lo que se cre¨® cierta inquietud entre los peque?os comerciantes.
Pero cada vez que se inaugura una nueva catedral del consumo todo se olvida. Estamos en una sociedad en la que hemos dejado de ser productores con memoria para convertirnos en consumidores compulsivos y amn¨¦sicos. Al mismo tiempo, se silencia que existe un magn¨ªfico anteproyecto de Museo Hist¨®rico-Social de La Maquinista Terrestre y Mar¨ªtima, iniciado precisamente en 1993 por el comit¨¦ de empresa. Con el objetivo de preservar las se?as de identidad de la f¨¢brica, recogiendo la memoria de las aportaciones t¨¦cnicas y de los logros sindicales de todos los que all¨ª trabajaron, se consigui¨® el acuerdo de que se construyera, tal como se ha hecho, un peque?o museo en el peque?o parque p¨²blico que da paso al gran centro comercial. Se trata de unos escasos 250 metros cuadrados que quienes conservan la memoria de La Maquinista reciben como compensaci¨®n por los 223.000 metros cuadrados de superficie de consumo. Sin embargo, los impulsores del museo, representantes del comit¨¦ de empresa, a¨²n no han conseguido los medios para financiar este modesto pero imprescindible museo.
De la antigua f¨¢brica no ha quedado nada y conviene recordar que en los pa¨ªses de origen de los promotores, Francia e Inglaterra, el patrimonio industrial es m¨¢s valorado. Pero esto es Espa?a y ya sabemos que la modernizaci¨®n espa?ola ha sido especialmente r¨¢pida, de nuevos ricos, sin gusto, autocr¨ªtica ni memoria. Y si ciertamente, hace 10 a?os, las administraciones, impulsadas por la energ¨ªa ol¨ªmpica, tampoco hubieran conservado nada de la f¨¢brica antigua, en cambio, hubieran tenido mucho m¨¢s poder y convicci¨®n para forzar una contrapartida digna: la construcci¨®n y financiaci¨®n de un museo que recordase la historia de lo que hab¨ªa donde se levanta el gran centro de consumo. Conseguir dicha compensaci¨®n hace 10 a?os hubiera sido un juego de ni?os, pero ahora, con las exigencias feroces de rentabilidad y con el vergonzante doblegamiento del Ayuntamiento a las exigencias de los potentes operadores inmobiliarios, cualquier compensaci¨®n para la colectividad se convierte en un duro proceso. Y ya sabemos que en esta sociedad neoliberal interesa mucho m¨¢s el espect¨¢culo del consumo que la historia del movimiento obrero y de la t¨¦cnica.
Sin ninguna nostalgia, el proyecto de museo de La Maquinista es mod¨¦lico: ha sido pensado con el uso intensivo de las nuevas tecnolog¨ªas, traspasando la mayor parte de informaci¨®n a soportes electr¨®nicos y entendiendo el museo como un centro participativo e interactivo, relacionado con la cultura de los trabajadores, implicando a la ciudadan¨ªa y a los escolares del barrio. Porque cualquier alternativa para preservar la memoria e imaginar una nueva sociedad s¨®lo puede pasar recurriendo a los nuevos criterios museol¨®gicos y a las nuevas tecnolog¨ªas de la informaci¨®n, utilizando los medios electr¨®nicos de una manera totalmente distinta a la convencional.
Este proyecto de museo nos hace pensar que una de las alternativas a la dominante globalizaci¨®n podr¨ªa consistir en la alianza entre la herencia de los historiadores que guardan la memoria -como el anciano que aparece en Cielo sobre Berl¨ªn de Wim Wenders-, los intelectuales republicanos que conservan el sentido de la historia y los veteranos sindicalistas aliados con los j¨®venes diestros en inform¨¢tica, los videoartistas, los estudiantes comprometidos y los miembros de movimientos alternativos y vecinales, capaces de recoger la memoria colectiva traspasada a trav¨¦s de los nuevos medios de investigaci¨®n y expresi¨®n. Tal como indica la publicidad del centro comercial y de ocio La Maquinista, "los tiempos han cambiado". De nuestra capacidad de cr¨ªtica y de interpretaci¨®n de la memoria depende que este cambio no s¨®lo consista en que la que podr¨ªa ser la Barcelona culta y c¨ªvica de los parques, edificios y espacios p¨²blicos se vaya convirtiendo en la ciudad amn¨¦sica de los centros comerciales, del ocio hollywoodiense y de los barrios privados, de la ciudad exclusiva para el consumo que imita a la ciudad p¨²blica real.
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