Un adi¨®s en Granada
Mejor¨® lo suyo esta segunda entrega de los londinenses. Pero la alegr¨ªa no dur¨® demasiado. Parec¨ªan casi otros al principio, pero aquello fue una ilusi¨®n que poco a poco dio paso a m¨¢s de lo mismo. La funci¨®n empez¨® con Las s¨ªlfides, her¨¦ticamente acompa?adas por un pianista, Kevin Darvas, que maltrat¨® sin pudor las partituras de Chopin (luego aporre¨® inclemente el teclado dos veces m¨¢s).Mija¨ªl Fokin dej¨® claro en sus escritos que no ve¨ªa bien que esta obra se bailara con piano. Para ello, el mismo core¨®grafo, a¨²n en San Petersburgo, encarg¨® primero a Alexandr Glazunov las orquestaciones b¨¢sicas de los tres valses, los dos preludios, las mazurkas varias (difieren en algunas versiones) y el nocturno. Poco despu¨¦s, el joven Stravinski (por orientaci¨®n de Diaghilev) retoc¨® estos arreglos y as¨ª se conform¨® la Suite chopiniana hasta los a?os treinta, pues el concepto neorrom¨¢ntico fokiniano se alimenta del empaste orquestal, como todo acto blanco.
English National Ballet
Las s¨ªlfides: Fokin / Chopin; Impromptu: Deane / Schubert; Three preludes: Stevenson / Rachmaninov; El corsario: Petipa / Drigo; Raymonda (Grand pas): Franklin / Glazunov. Director art¨ªstico: Derek Deane. Jardines del Generalife. Granada, 8 de julio.
Las bailarinas del ENB aparecieron excelentemente ataviadas con tut¨²s de tradici¨®n, un vestuario que merece elogios. La versi¨®n, en lo cor¨¦utico, hace a¨²n gui?os a los tiempos de Markova, eso que se llama eufem¨ªsticamente "el sello ingl¨¦s", y en el que hay mucho poso de rusos del norte, l¨¦ase los hermanos Legat, Nikol¨¢i Beriosov y un largo etc¨¦tera de mentores eslavos.
En la zona central del programa, tres pasos a dos. Primero, la creaci¨®n que hiciera hace a?os Deane para Antoniette Sibley, absurdamente vestida de Manon (aunque el traje lo firme Dowell, es una copia casera del dibujo de Georgiadis). Y as¨ª se sigue haciendo, con su exhibici¨®n espumante y facilona y su poca unidad estil¨ªstica, aunque los bailarines Agnes Oaks y Thomas Edur se fuerzan por dotar de br¨ªo a¨¦reo el asunto, pero falta creaci¨®n, m¨¦dula moral a los pasos, por arriesgados que sean.
Despu¨¦s, Tamara Rojo y el australiano Nathan Cooper repitieron Three preludes, en una emocionada actuaci¨®n que era el adi¨®s de la espa?ola a esta compa?¨ªa (el pr¨®ximo d¨ªa 29 de este mes ya se anticipa su entrada en el Royal Ballet y har¨¢ su primera Giselle en Covent Garden), y se la vio ganando terreno en el adagio, con su recital de pies, la soltura de su elevaci¨®n, la respiraci¨®n breve de los entrepasos. Luego, el cubano Yosvani Ramos y la japonesa Erina Takahashi hicieron Corsario. Ramos estuvo brillante, es un artista de gran musicalidad que liga movimientos con ritmo circular, a la vez que se eleva sobre s¨ª mismo con ¨¦xito en la bravura; su variaci¨®n result¨® vibrante en el ataque y el salto.
Cerr¨® la noche la versi¨®n de Frederic Franklin sobre el paso final de Raymonda. El problema es cuando el brit¨¢nico se empe?a en enmendarle la plana a Petipa, le borra de los cr¨¦ditos y se pone creativo. Todo divertissement acad¨¦mico tiene sus reglas, su equilibrio interno y estructural, no es nunca una asociaci¨®n aleatoria de variaciones y secuencias corales. Raymonda fue el ¨²ltimo coletazo del gran ballet imperial, y justamente ese perfume de oro rancio y majestad aqu¨ª brill¨® por su ausencia, pues el ingl¨¦s ha quitado o dejado en esquema pobr¨ªsimo el acento de czardas que es incluso el hilo estil¨ªstico de la partitura. La bailarina Amanda Armstrong demostr¨® arrojo y una cierta petulancia, mientras el tambi¨¦n cubano Yat Sen Chang hizo gala de velocidad y limpieza.
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