Somarriba, la vida en rosa
La ciclista vizca¨ªna, marcada en el pasado por el infortunio, conquista su segundo Giro consecutivo
Por actuaciones interpuestas, Ram¨®n Gonz¨¢lez Arrieta ha disfrutado del jersey amarillo del Tour y del rosa del Giro, prendas que nunca ha vestido. El ciclista profesional del equipo Euskaltel sud¨® para Indur¨¢in en las carreteras francesas y sigue sudando, ahora a pie de cuneta, para su esposa Joane Somarriba, que ayer conquist¨® su segundo Giro femenino consecutivo. As¨ª que Arrieta, que comparti¨® los momentos dorados del m¨¢s impresionante de los ciclistas espa?oles vive ahora con la mejor ciclista que ha conocido este pa¨ªs, una mujer tan exigente con su persona como afable con los extra?os.Somarriba, vizca¨ªna de Sopelana (28 a?os), se instal¨® hace un a?o en un sue?o en el que se suceden los ¨¦xitos y las buenas noticias, puro contraste con su pasado, marcado por la enfermedad y la desesperanza. En el deporte, lo excepcional asombra y evoca admiraci¨®n: de acuerdo con este principio, Somarriba sabore¨® hace un a?o la sorpresa y el reconocimiento por un triunfo sonado; la repetici¨®n de lo excepcional minimiza el impacto de lo conseguido y convierte lo sorpresivo en rutinario: una injusticia. Nada hay de l¨®gico o mec¨¢nico en el segundo Giro victorioso de Somarriba, una ciclista que un buen d¨ªa se qued¨® sin bicicleta, sin pasi¨®n, justo cuando deb¨ªa afrontar los Juegos Ol¨ªmpicos de Barcelona.
Desahuciada para la carretera por los m¨¦dicos despu¨¦s de una chapucera operaci¨®n de hernia discal y de una infecci¨®n que dej¨® su espalda en compota, Somarriba volvi¨® a la vida civil con una sola ilusi¨®n: pedalear por el placer de pedalear. Aunque fuera s¨®lo para salir a comprar el pan o el peri¨®dico. Nada de entrenamientos maratonianos, de competici¨®n, de un futuro sobre ruedas. S¨®lo el placer de deslizarse, sin m¨¢s pretensiones, sobre una bici de monta?a, un suced¨¢neo del ciclismo que hab¨ªa conocido, un principio a la postre.
Somarriba venci¨® su enfermedad, soport¨® un a?o de rehabilitaci¨®n y se coloc¨® de nuevo un dorsal en 1993, dos a?os despu¨¦s de que todo se le torciera. Reintegr¨® los pelotones sin un futuro claro por el que apostar y con la perspectiva, como destino final, de un puesto de camarera en el bar que regenta su madre en Plentzia, junto a la costa vizca¨ªna. El ciclismo profesional femenino en Espa?a era por aquel entonces, y sigue siendo, una entelequia: no existen patrocinadores, ni equipos punteros, ni la infraestructura que arropa al ciclismo masculino. Pero Italia es otra cosa, otra cultura acostumbrada a cuidar a sus campeonas, una escuela tambi¨¦n. Y el Giro es un acontecimiento rayano con lo religioso, incluso cuando lo disputan las f¨¦minas.
Somarriba emigr¨® al pa¨ªs transalpino en 1998, asumiendo de su bolsillo el coste de la ficha y los gastos inherentes a la competici¨®n. Un a?o despu¨¦s gan¨® el Giro con el Alfa Lum, el mismo equipo que inculc¨® en Marino Lejarreta el rigor del trabajo cotidiano y el hambre de triunfos. En tan breve lapso de tiempo, la corredora vizca¨ªna traslad¨® a la carretera toda la determinaci¨®n y la capacidad de sufrimiento almacenada en el lecho de un hospital y se convirti¨® en una ganadora, escaladora aventajada y contrarrelojista respetada. Ten¨ªa lo que los italianos llaman la "grinta", esa rabia que convierte en irresistibles a los privilegiados. Italia se orgullec¨ªa de su campeonissima Fabiana Lupperini y moldeaba, al mismo tiempo, su recambio.
Somarriba se sacudi¨® definitivamente las dudas sobre sus capacidades el viernes pasado, camino de la cima del dur¨ªsimo Monte Bondone. All¨ª flaque¨® la italiana Alessandra Capellotto -su rival m¨¢s tenaz- y all¨ª despeg¨® Joane, acompa?ada por dos ciclistas rusas, c¨®moda en su papel de patrona.
Somarriba es un milagro -vista la hist¨®rica endeblez del ciclismo femenino espa?ol- pero no una casualidad. Si su caso conserva tintes de melodrama, las l¨¢grimas nunca han sido gratuitas y casi siempre ten¨ªan que ver con su obstinaci¨®n, con esa capacidad para hacerse violencia que sus rasgos reposados y sonrientes se niegan a revelar. Ni siquiera cuando pas¨® de la semi invalidez a la euforia que concede la esperanza, se reinstal¨® en la depresi¨®n y quiso colgar su herramienta para, finalmente, convencerse de que puesta a entregarse al sacrificio bien merec¨ªa la pena darlo todo en el intento. Ahora saborea, vestida de rosa, lo que en Francia llamar¨ªan "la vie en rose".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.