Postal de Avi?¨®n JOAN DE SAGARRA
Avi?¨®n 2000, capital europea de la Cultura, como Bergen, Bolonia, Cracovia, Santiago de Compostela... Avi?¨®n, am¨¦n de ser en el est¨ªo una de las capitales europeas, mundiales, del teatro, se saca de la manga una gran exposici¨®n, una exposici¨®n tentacular, laber¨ªntica, que recorre los callejones de la ciudad amurallada, en un recorrido que se quiere petrarquiano, del Petrarca que se encuentra con Laura (de Noves), penetra tras ella en el laberinto del amor y una vez en ¨¦l no sabe o no quiere por d¨®nde salir. Esa gran exposici¨®n tentacular, laber¨ªntica, que gira en torno al fantasma de Laura, del amor, se llama, y no podr¨ªa llamarse de otro modo, La beaut¨¦."Votre id¨¦e du beau est-elle d¨¦finitive?", reza en los programas de la gran exposici¨®n. El comisario de la misma, Jean de Loisy, es contundente: "La seule beaut¨¦ qui ne m'int¨¦resse pas, c'est celle de l'homme qui dit: 'La beaut¨¦ pour moi, c'est ce tableau, et aucun autre. Et, dans vingt ans, je penserai la m¨ºme chose". Para el comisario De Loisy, la opini¨®n de este hombre le cierra las puertas de la beaut¨¦. O ¨¦stas se cierran ante ¨¦l. Ergo, para nuestro comisario, para ese Petrarca en Porsche o en patinete, la beaut¨¦ es una puerta que hay que abrir -?¨¢brete, s¨¦samo!- para as¨ª poder introducirse no ya en el sexo de Laura o en las no menos conocidas fosas del castillo de su ilustre pariente, el divino marqu¨¦s, sino en "la beaut¨¦ f¨¦roce, celle qui ouvre ¨¤ mon esprit des territoires nouveaux". Una "beaut¨¦ dionysiaque, sauvage, diverse". Toma casta?a.
?Qui¨¦n se resiste a entrar en la curva o en el castillo donde el comisario De Loisy guarda su dionis¨ªaca, salvaje y diversa, diferenciada belleza? Yo no, y menos sabiendo que esa belleza se oculta tras los muros del Palais des Papes, fortaleza laber¨ªntica, petrarquiana, cerebro, sexo, matriz, tumor y sacaperras de Avi?¨®n.
Ya estoy dentro. Nada m¨¢s entrar en la fortaleza he visto un bronce espl¨¦ndido del ingl¨¦s Anish Kapoor (100 por 80 cent¨ªmetos) que me recuerda la h¨¦lice que vio L¨¦ger al salir del Sal¨®n de la Aeron¨¢utica -"tu sais faire, ?a, toi, une h¨¦lice?", le pregunt¨® L¨¦ger a un compadre pintor-, pero, fij¨¢ndome mejor, me recuerda tambi¨¦n una espardenya, una gigant¨¦sca navaja que me zamp¨¦ de cr¨ªo en El Port de la Selva. Me quedo con la espardenya y sigo avanzando. Pero el recorrido se pone dif¨ªcil: demasiadas escaleras, arriba y abajo, que van a dar a las salas chicas, oscuras. Escaleras tan empinadas y salas tan oscuras que uno de los vigilantes me informa de que una institutriz de Brighton se rompi¨® la pasada semana una pierna y hoy mismo un apotecario de Orange, nada m¨¢s entrar en una de las c¨¢maras oscuras, ha resbalado, se ha pegado una hostia contra la sacrosanta y pontificia pared y han tenido que darle seis puntos en la frente.
En una de esas salas oscuras, lo que anta?o deb¨ªa ser una celda para herejes, he visto, proyectado sobre la pared, un v¨ªdeo con un combate de boxeo, una secuencia, siempre la misma, golpe bajo, al h¨ªgado de un negrata, y, en un rinc¨®n, un gran aparato con una trompeta de la que sal¨ªa el tic-tac, penoso, del coraz¨®n del negrata cada vez que recib¨ªa el golpe. La beaut¨¦! Prefiero los corazones que hacen ?bum, bum! Prefiero a Trenet, los corazones enamorados de Trenet que hacen ?bum, bum!, refocil¨¢ndose bajo el sol de la Provenza mientras se ponen negros de comer canteloups y cerezas del monte Ventoux.
Quiero sol, y adem¨¢s me estoy meando. Busco, desesperada, petrarquianamente la salida, la sortie, la exit, y no la veo por ninguna parte. Doy con otra sala oscura, oscur¨ªsima. Escucho un jadeo, veo sombras. Me pregunto si ser¨¢n los fantasmas de la condesa de Castiglione, o de Claude Cahun, o de Edith Sitwell, o de cualquier otra bella criatura presa en la fortaleza palacio, que aguardan la inminente llegada de Wilde, de Montesquieu, de Jean Lorrain o de D'Annunzio para liberarlas. Pero lo ¨²nico que se libera es mi vejiga, y meo satisfecho (afortunadamente no hay ning¨²n vigilante al acecho).
A falta de una vespasiana, ni que fuese proustiana, mi modesta contribuci¨®n a la belleza avi?onense habr¨¢ sido una vergonzante pero inevitable meada. En tiempos de Petrarca, en Avi?¨®n, se meaba en la calle. como se meaba en el laberinto del palacio papal. Me pregunto si esa meada no ser¨¢, como la pierna rota de la institutriz de Brighton y los seis puntos de sutura en la frente del apotecario de Orange, una desinteresada contribuci¨®n a la beaut¨¦. Me gustar¨ªa que as¨ª fuese.
P. S. Ha muerto Willy, el simp¨¢tico perrillo de Les Domaines, donde se comen algunas de las mejores carnes de Avi?¨®n (sin olvidar la cava, interesante, generosa). Ten¨ªa 18 a?os, el perrillo Willy, todo un personaje. El abogado Henri Coupon, "b?tonnier de l'Ordre des avocats d'Avignon, ancien premier adjoint au maire", acaba de publicar un polar (Panique au Palais des Papes, ?ditions de l'Aube, 2000), que recomiendo a los viejos amigos del festival y de Avi?¨®n. Robert Lalleman, nieto de Robert y Suzanne Lalleman, que en 1955 abrieron el Auberge de Noves (Route de Ch?teaurenard. 13550 Noves, tel¨¦fono 04 90 24 28 28), se ha puesto al frente del restaurante con un men¨² - "? table, en Provence"- que hace honor a la saga familiar. Y en el R¨®dano, como todos los a?os, hay una p¨¦niche en la que unas chicas cantan canciones de Trenet. Y de Vian: "J'aime l'amour qui fait boum!".
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.