Toro sentado
El cuarto se sent¨®.Toro sentado no hace fiesta o esa es la teor¨ªa, pero ocurri¨® en realidad que lo apuntillaron y con tan fausto motivo le pegaron una ovaci¨®n a Espartaco.
Espartaco no hab¨ªa toreado al toro ni nada, ya que se le sent¨®. De donde cabr¨ªa deducir que la ovaci¨®n debi¨® ser para dejar claro que no se le culpaba en absoluto del desaguisado.
El p¨²blico taurino valenciano es enternecedor.
El p¨²blico valenciano lo que quiere es aplaudir. Y acabada la funci¨®n, en la que no se vio ni un solo toro, ni tampoco un solo toreo, y fue un tost¨®n, y hubo en ella buena cantidad de indicios para presentar varias denuncias en el juzgado de guardia, la mayor¨ªa del p¨²blico despidi¨® a los toreros con una larga ovaci¨®n.
Ruiz / Espartaco, Ponce, Caballero
Tres toros de Daniel Ruiz (resto rechazados en el reconocimiento), 2? y 3? chicos anovillados, 4? terciado, se tumb¨® en el ¨²ltimo tercio y fue apuntillado. Tres de Alcurruc¨¦n, 1? terciado pobre de cabeza, aplomado; 5? chico y anovillado devuelto por inv¨¢lido; 6? sin trap¨ªo, flojo. Sobrero de Jos¨¦ Manuel Criado, sin presencia ni fuerza, se le simul¨® la suerte de varas, d¨®cil.Espartaco: bajonazo (silencio); el 4? se tumb¨® a poco de empezar la faena y fue apuntillado (ovaci¨®n). Enrique Ponce: tres pinchazos, media -aviso- y dobla el toro (silencio); dos pinchazos -aviso-, estocada baja y rueda de peones (silencio). Manuel Caballero: pinchazo y media (oreja); estocada trasera (aplausos). Plaza de Valencia, 19 de julio. 5? corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
Una minor¨ªa los despidi¨® tirando almohadillas, pero ya se sabe que nunca faltan los eternos descontentos y siempre hay quien da la nota.
El toro sentado merecer¨ªa un detenido estudio. Terciado aunque luciendo cierto trap¨ªo, se comport¨® en los dos primeros tercios siguiendo la moda de la caba?a nacional, que consiste en no destacar por nada que se relacione con la casta brava. En el tercero tom¨® sumiso los voluntariosos derechazos que le instrument¨® Espartaco y al echarse el veterano diestro la muleta a la izquierda y dar dos pases, el toro debi¨® mugir "Por ah¨ª ni loco", o "A otro can con ese hueso", o "Espartaco, escucha, el toro se va a la ducha", y se sent¨®.
Y ya, sentado, no hab¨ªa manera de moverlo. De todo le hicieron, principalmente darle con la pa?osa y los percales en el morro,agarrarlo de los cuernos, tirarle del rabo. A veces eran dos peones los que le tiraban del rabo. Mas ah¨ª se las pod¨ªan dar todas y el toro se negaba a abandonar la horizontal.
Eso de que a un toro le soben los morros, le mancillen los cuernos, le agarren por el rabo y soporte tales humillaciones con absoluta indiferencia es muy fuerte. Y da que pensar. Si a un toro, que es el s¨ªmbolo universal del poder, de la fiereza y de la bravura, se le pueden hacer semejantes fechor¨ªas sin que proteste, es se?al de que ha llegado el fin del mundo.
Tras un buen rato de in¨²tiles intentos para incorporarlo, el presidente dio la venia para que lo apuntillaran. Y consumado el toricidio, la gente, siempre imprevisible en sus reacciones colectivas, se puso a aplaudir a Espartaco con un calor y un entusiasmo dignos de mejor causa. A lo que correspondi¨® Espartaco saludando sonriente desde dentro del burladero.
Los remiendos que le echaron a la corrida no sirvieron para enderezarla. Grima da pensar c¨®mo ser¨ªan los toros rechazados en el reconocimiento, al ver la miseria corporal de los seis que saltaron al redondel. Los m¨¢s chicos para Ponce, por descontado; y el sobrero que sustituy¨® a un inv¨¢lido devuelto al corral, tambi¨¦n.
Quien manda, manda.
Ponce les hizo a sus dos anovillados colaboradores sendas faenas de escaso fundamento, jaleadas sin reservas por parte del p¨²blico. Abund¨® en los derechazos, intercal¨® alguna tanda de naturales,ejecut¨® las suertes fuera de cacho,no lig¨® ninguna, correte¨® mucho, no acababa nunca, mat¨® mal, escuch¨® los habituales avisos, silenciaron su labor y aqu¨ª paz, despu¨¦s gloria.
La oreja se la llev¨® Manuel Caballero merecidamente no porque interpretara el arte de torear sino por su empe?oso faenar al toro tercero por derechazos, por naturales en una tanda y, sobre todo, por un circular citando de espaldas que fue lo que con mayor algarab¨ªa acogi¨® el p¨²blico a lo largo del espeso atardecer.
No hubo toreo de capa. Parece mentira. Cuantas veces salieron los diestros a recibir a sus toros (siete en total), lancearon sin mando ni estilo -trapacearon, antes bien- y no fueron capaces de dar ni una sola ver¨®nica que mereciera el ol¨¦ sentido y admirativo.
Como si la tauromaquia no hubiese evolucionado desde el C¨²chares: se lleva el toreo de las cavernas. Raz¨®n ten¨ªa el toro aquel que se sent¨® mugiendo "Que embista Rita la cantaora".
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