Ginebra
Rosa Reg¨¢s, que le edit¨® y fue su compa?era en la OMS de Ginebra, le recordaba ayer como un hombre de un buen humor extraordinario por el d¨ªa y en las cenas; era impagable estar con ¨¦l cuando ya anochec¨ªa y se volv¨ªa tierno y voraz de noticias ajenas y del mundo entero; as¨ª le vimos, en Ginebra, hace tantos a?os, sol¨ªcito, ir¨®nico y silencioso, avisado de todo lo que suced¨ªa, pero exiliado en el alma, un hombre del aire, ni siquiera un transterrado, que a?oraba acaso otro tiempo vital de nuestra historia, un momento que se hab¨ªa instalado en el alma y que no era ni patria ni nada, sino el aire de un verso que quiz¨¢ nunca se escribi¨®. Aunque debajo de su nombre ahora haya epitafios, tiempo, una generaci¨®n que ya tiene un nombre para siempre, la del 50, y adjetivos o recuerdos, es obvio que este hombre quiso desprenderse de la tierra y del tiempo, ser s¨®lo poes¨ªa, y por eso defend¨ªa su idea misma de lo que hab¨ªa en los versos como si estuviera dentro de un castillo en el que no quer¨ªa intrusos; por eso, su car¨¢cter sencillo, humano, cordial e incluso zalamero de cuando te recib¨ªa o te ve¨ªa por las esquinas de las calles, se convert¨ªa luego, con la velocidad de la luz, y por efecto de la poes¨ªa, en el aire ensimismado de un poeta que no quer¨ªa otras adherencias que las de su real gusto y daba mandobles, tachaba todo aquello que estaba lejos de su ansiedad, de su contenido entusiasmo l¨ªrico. Qu¨¦ cr¨ªtico. En la lucha por defender ese castillo, se adentr¨® en la nada y en el vac¨ªo, y se hizo m¨ªstico de alma y de mirada, y hall¨® en la luz esencial del horizonte de Almer¨ªa -como su amigo Juan Goytisolo- la esencia de su patria movible o inexistente. Es curioso, ahora que ha muerto se superponen en la memoria esas dos identidades -el horizonte del mar, Ginebra- como esencia de su geograf¨ªa, y la presencia sustancial de esta ¨²ltima ciudad en su vida y en su muerte -all¨ª ha muerto, como Borges- le da a su figura de poeta rabioso e independiente la dimensi¨®n real de su identidad: tan enraizado, y sin embargo tan en tierra de nadie, como Borges buscando en la nave del tiempo la propia inutilidad de existir, de estar sin tierra. Jos¨¦ ?ngel Valente.
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