C¨®rdoba, ciudad de m¨¢rtires
Una urna de plata de 1590 conserva los huesos de m¨¢s de una decena de santos muertos en ¨¦poca romana y ¨¢rabe
Desde las persecuciones de los emperadores romanos Severo y Antonino, en el siglo III, los m¨¢rtires forman parte sustancial de la historia de C¨®rdoba gracias a sus apariciones, milagros y otros prodigios.La urna que conserva y exhibe los huesos de muchos de ellos en la parroquia de San Pedro constituye a¨²n el recuerdo de su historia para un reducido grupo de cordobeses.
Aparte del gran relicario de plata, obra de Crist¨®bal S¨¢nchez Soto en 1590, que conserva sus restos en San Pedro, son numerosos los lugares de la ciudad que dan testimonio del paso por este mundo de aquellos que sus contempor¨¢neos llamaron "atletas de la fe". As¨ª, la avenida que conduce al recinto ferial de El Arenal se llama Ronda de los M¨¢rtires por ubicarse all¨ª hasta el siglo XIX el convento dominico que se alz¨® sobre algunos de los lugares en los que se les conced¨ªa el honor del martirio.
Adem¨¢s, la plaza que hay ante el Alc¨¢zar de los Reyes Cristianos se llama Campo Santo de los M¨¢rtires, como memoria del punto en el que se sol¨ªan sepultar sus cuerpos antes de desenterrarlos para rendirles culto.
Reci¨¦n iniciado el siglo III, los cristianos de C¨®rdoba sufren las primeras persecuciones. San Acisclo y Santa Victoria, patronos de la ciudad, fueron sus principales v¨ªctimas. Sus restos comenzaron a recibir culto con tal demanda que acabaron repartidos por otras localidades como Pamplona, Toro, Medina Sidonia o Tolouse, en Francia.
Tambi¨¦n murieron en las persecuciones romanas m¨¢rtires como Fausto, Januario o Marcial. De estos tres, cuenta la leyenda que una vez amputadas las orejas y las narices, fueron echados al fuego y no ardieron.
A¨²n m¨¢s duras fueron las persecuciones en ¨¦poca isl¨¢mica. Un testigo de la ¨¦poca, San Eulogio, escribi¨® un diario pormenorizado en el que daba cuenta de detenciones, encarcelamientos, martirios y muertes de sus amigos moz¨¢rabes.
Estos hechos ocurrieron a la mitad del siglo IX, aunque se siguieron sacrificando cristianos hasta bien entrado el siglo siguiente. En su Memorial de los Santos, Eulogio describe la convivencia cotidiana con los musulmanes explicando, entre otras cosas, que "nadie de nosotros puede pasar a su lado con seguridad, ni vivir tranquilo, ni entrar en su casa sin que se le ultraje y denigre".
No se conoce el momento exacto en el que se esconden las reliquias para preservarlas de peligro. En 1575, debido a unas obras en la parroquia de San Pedro, aparece un sepulcro lleno de restos y con un marmolillo en el que se le¨ªan algunos nombres. Inmediatamente se abre un debate ciudadano en C¨®rdoba sobre su autenticidad.
Las disputas duran hasta que en la primavera de 1578 el sacerdote Andr¨¦s de las Roelas tiene una serie de apariciones que culminan el 7 de mayo, cuando un apuesto mozo le jura que es San Rafael, "a quien Dios ha puesto por custodio de esta ciudad", y le confirma que estos huesos son los aut¨¦nticos, que corresponden a los nombres inscritos y que, adem¨¢s, est¨¢n los de Perfecto, Argimiro, Leovigildo, Crist¨®bal, Victoria, Flora, Mar¨ªa, El¨ªas y Jerem¨ªas.
Actualmente lucen en todo su esplendor en el gran relicario de S¨¢nchez Soto. La magn¨ªfica pieza de orfebrer¨ªa fue sufragada por suscripci¨®n popular, aunque una parte considerable de los fondos sali¨® de la venta de la Palestra Sagrada, una devota obra en cuatro tomos que describe la vida de estos santos cordobeses, escrita en 1772 por Bartolom¨¦ S¨¢nchez de Feria.
Aunque se veneran en la parroquia de San Pedro, el culto a su memoria corresponde a la hermandad fundada en 1537, que se fusion¨® hace unas semanas con la cofrad¨ªa del Cristo de la Misericordia. Su reci¨¦n elegido hermano mayor, Angel Mar¨ªa Varo, manifiesta que entre sus objetivos figura no s¨®lo promocionar el culto a las reliquias sino, tambi¨¦n, difundir la historia de los m¨¢rtires cordobeses entre las generaciones m¨¢s j¨®venes.
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