'La solsida'
Rafael Arnal (Tavernes Blanques, 1948) acaba de publicar La solsida una novela editada por L'Eixam que el pasado martes presentaron, junto al autor, Jes¨²s Huguet, Rosa Brines y J. J. P¨¦rez Benlloch en el Aula Magna de la Universidad.La solsida recrea la vida en Tavernes Blanques, en la comarca de L'Horta y por extensi¨®n en Valencia, durante los a?os de la Rep¨²blica, la guerra civil, el fascismo y el final de la autarqu¨ªa. La historia que narra la novela est¨¢ jalonada por la interpolaci¨®n de una cr¨®nica hist¨®rica que en un tono ¨¢gil, pr¨®ximo al periodismo, sit¨²a al lector ante los acontecimientos que marcan la vida de los personajes. Una cr¨®nica hist¨®rica de la cual Arnal hubiera podido prescindir mediante alg¨²n artificio literario y que, sin embargo, se ha empe?ado en insertar por voluntad pedag¨®gica hacia los j¨®venes lectores de hoy y por respeto a la memoria de su padre, militante de un anarcosindicalismo que fue mayoritario entre las clases populares valencianas de principios de los treinta.
En cualquier caso, creo que el mayor inter¨¦s de La solsida no viene tanto por los acontecimientos pol¨ªticos y b¨¦licos sobre los que transcurre la acci¨®n, sino por el mundo que retrata, la huerta y sus habitantes a quienes les devuelve la voz y la palabra. Y como pieza clave, el habla, el registro ling¨¹¨ªstico de L'Horta felizmente rescatado para la literatura.
La solsida no es s¨®lo el hundimiento de las esperanzas de la Rep¨²blica, que ser¨ªa la acepci¨®n de la palabra sobre la que se construye el t¨ªtulo y la historia de la novela. Es, tambi¨¦n, ese cocinar a fuego lento sobre el que se funden los sabores de la vida y que se corresponder¨ªa con esa otra acepci¨®n del t¨¦rmino (solsir, menjar solsidet)que nos han dejado madres y abuelas. Un solsir que Huguet atribu¨ªa a la propia factura de la novela, una novela escrita con el amor a los ingredientes, y sobre todo a los comensales, que requieren los buenos guisos.
Hay una tradici¨®n en la historia de la cr¨ªtica literaria que juzga con sa?a los libros largos. Cal¨ªmaco, director de la biblioteca de Alejandr¨ªa, lo consagr¨® en un epigrama: Gran libro, gran calamidad (Mega b¨ªblion, mega k¨¢kon). Noel Claras¨® dec¨ªa que los libros cortos siempre tienen la soluci¨®n de volverlos a leer y que, en cambio, cuando son demasiado largos, no tienen soluci¨®n. Rafael Arnal se ha sumado a la n¨®mina de escritores que, con una larga novela de quinientas p¨¢ginas, desmienten a Cal¨ªmaco.
No hay libros cortos ni libros largos, hay libros cortos que se hacen largos y libros largos que se hacen cortos, hay buenos libros y libros malos. No hay libros morales ni libros inmorales. Tampoco hay novelas pol¨ªticamente correctas y pol¨ªticamente incorrectas. De ah¨ª el absurdo de intentar hacer con La solsida juicios pol¨ªticos o hist¨®ricos. Una novela es una mentira veros¨ªmil y s¨®lo de su coherencia interna depende su poder de persuasi¨®n, que es al final lo que literariamente cuenta. Y en esto Arnal no ha querido correr riesgos y construye La solsida en la tradici¨®n de la novela del XIX, que respira con naturalidad y buen ritmo.
Tambi¨¦n hay novelas prescindibles y novelas necesarias. Y para una lengua y una sociedad como la valenciana, que no ha tenido algo que se aproximara, aunque fuera lejanamente, a lo que supusieron La colmena, Tiempo de silencio, o La ciudad de los prodigios, La solsida es una novela absolutamente necesaria.
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