El mal estado del mundo
O¨ª por la radio del autob¨²s la desactivaci¨®n de la bomba contra el dirigente socialista Jos¨¦ Asenjo. Yo iba en el autob¨²s Nerja-M¨¢laga, al mediod¨ªa, donde tantas veces he o¨ªdo m¨²sica y tertulias, y partidos de f¨²tbol en los autobuses de la noche. Los viajeros, una docena, o¨ªamos la radio en silencio absoluto, sin un comentario, por la autov¨ªa, a toda velocidad: era el miedo a que la bomba estallara y matara a alguien, la tensi¨®n, el deseo de que no hubiera nadie herido. La radio transmit¨ªa la amenaza de morir: la normalizaci¨®n del mal. Un s¨¢bado por la noche, cuatro d¨ªas antes, el concejal Jos¨¦ Mar¨ªa Mart¨ªn Carpena hab¨ªa sido asesinado en la calle cuando iba a una fiesta. La muerte es siempre una traici¨®n m¨¢s o menos larga, pero parece m¨¢s hondo el dolor de estas muertes inexplicables.La muerte en los altavoces del autob¨²s: la trivializaci¨®n del mal es un objetivo de los criminales de ETA. ETA aplica una l¨®gica horrible: matar es un acto pol¨ªtico, es decir, humano. Asesinar es igual que votar, o hablar de mayor¨ªas y minor¨ªas: la lucha armada s¨®lo es una versi¨®n radical de la lucha pol¨ªtica. No encuentro a mi gusto la situaci¨®n y me levanto de la mesa y mato a un adversario ideol¨®gico. Parece que ¨¦sta es la l¨®gica que impera en el Pa¨ªs Vasco, o as¨ª me lo hacen pensar ciertos razonamientos de algunos pol¨ªticos que gobiernan en el Pa¨ªs Vasco. ETA ha conseguido que se mire con recelo a los vascos en general: ante un vasco, uno piensa si no estar¨¢ con una de esas personas que ven l¨®gico matar por una idea. Quiz¨¢ lo vean una equivocaci¨®n, pero razonable: un error de apreciaci¨®n m¨¢s que un crimen.
Voy con los silenciosos viajeros del autob¨²s. Pasamos la f¨¢brica de cemento y la playa de la Ara?a, en silencio siempre, anonadados por la monstruosidad de que el mal se enquiste en el mundo de todos los d¨ªas: como una bomba lapa bajo un coche. Los artificieros de la polic¨ªa se est¨¢n acercando al explosivo, dice el locutor. La amenaza criminal empieza a ser una costumbre: ahora, de noche, la polic¨ªa est¨¢ en otra calle de M¨¢laga, en el Monte Calvario, en la calle de la Amargura, con un coche robado que contiene otra bomba. Los criminales parecen gente normal: compraron para su coche robado una barra antirrobo y un ambientador. Los vecinos miran desde los balcones mientras los focos de los helic¨®pteros peinan la zona. Lo veo en la televisi¨®n. Y, en el mismo momento, alg¨²n bromista llama a la polic¨ªa: una alarma de nuevas bombas. El mal tambi¨¦n tiene subespecies est¨²pidas.
Pero los silenciosos viajeros del autob¨²s me recordaron a los silenciosos manifestantes de M¨¢laga: 300.000 personas que desmintieron el p¨¦simo estado del mundo, aunque un solo asesino baste para dejarnos doloridos a muchos. Lo terrible es que, a mi entender, habr¨¢ que hablar, habr¨¢ que tratar con los asesinos para acabar con ellos: tratar p¨²blicamente con los asesinos, precisamente porque son asesinos, como se tratar¨ªa con un canalla que hubiera tomado rehenes, sin abandonar el asedio policial y m¨¢s all¨¢ de fundamentalismos sobre el Pa¨ªs Vasco o Espa?a. Hay que hacer todo lo posible para que dejen de matar.
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