Grandes palabras
Las grandes palabras salen casi gratis. Por eso abundan en el comunicado final de la cumbre celebrada en Okinawa por los siete paises m¨¢s industrializados, con la inclusi¨®n simb¨®lica de Rusia. Los objetivos delineados en Jap¨®n por el G-8 abarcan desde informatizar el mundo de los pobres hasta conseguir la educaci¨®n primaria universal dentro de 15 a?os, pasando por recortar sustancialmente en una d¨¦cada la incidencia de enfermedades como el sida, la tuberculosis o la malaria en los pa¨ªses subdesarrollados. El peligro de estos documentos con aire de solemnidad es que suscitan grandes expectativas que rara vez alcanzan a concretarse a gusto de quienes m¨¢s lo necesitan. La reuni¨®n de Okinawa -marcada por la pr¨®xima retirada del presidente estadounidense, su patr¨®n indiscutible- es la 25? de las cumbres anuales que vienen manteniendo las naciones ricas. Desde 1975 ac¨¢ se ha producido un acusad¨ªsimo desplazamiento en su eje. Lo que comenz¨® siendo una conversaci¨®n a puerta cerrada entre notables para ver la manera de coordinar mejor sus pol¨ªticas fiscales y monetarias y combatir el alza del petr¨®leo se ha convertido en una especie de foro universal, con una agenda cada vez m¨¢s amplia y desenfocada. El riesgo es obvio: la eficacia se diluye y las medidas aplicables a unos pocos tienden imparablemente a convertirse en promesas destinadas al consumo planetario. Esto ha sucedido en Okinawa, una cumbre considerada decepcionante por el secretario general de Naciones Unidas y protestada por el G-77, el foro alternativo de los pa¨ªses pobres, que aspira antes a la condonaci¨®n de la deuda que a la globalizaci¨®n inform¨¢tica.
Ha sido precisamente la ausencia de problemas econ¨®micos sustanciales o de crisis pol¨ªticas agudas entre los siete titulares reunidos en Okinawa (Rusia sigue siendo un convidado de perfil incierto, pese a la discreci¨®n mostrada por Putin) lo que ha permitido a sus l¨ªderes embarcarse en la ret¨®rica de las promesas gen¨¦ricas para promover el crecimiento universal, extender los beneficios de la tecnolog¨ªa punta al mundo que pasa hambre o combatir en este ¨¢mbito algunas de las enfermedades m¨¢s mort¨ªferas.
Frente a la ambici¨®n de tales objetivos resalta, sin embargo, la modestia de los limitados programas anunciados. Jap¨®n, una vez m¨¢s, ha hecho un gesto bilateral prometiendo 15.000 millones de d¨®lares durante los pr¨®ximos cinco a?os para promover el uso de la tecnolog¨ªa de la informaci¨®n y otros 3.000 millones para combatir enfermedades. Otros son menos generosos y m¨¢s ambiguos. Pero ni est¨¢ claro que se tengan ideas suficientemente precisas sobre c¨®mo reducir el abismo tecnol¨®gico entre ricos y pobres, ni siquiera si la informaci¨®n en la red debe ser la prioridad de los m¨¢s pudientes en su estrategia para frenar el subdesarrollo.
Las reuniones anuales del G-7 y Rusia tendr¨ªan mucha mayor sustancia si este grupo se aplicara en¨¦rgicamente a unas pocas pol¨ªticas concretas en lugar de suscribir comunicados tan plagados de buenas intenciones como escasamente comprometidos y f¨¢ciles de olvidar. En este terreno es revelador el tema capital de la deuda externa, de cuyo alivio se ha vuelto a hablar en la cumbre. Del programa de amnist¨ªa anunciado con gran fanfarria en Colonia el a?o pasado para reducir en 100.000 millones de d¨®lares las obligaciones financieras de 41 de los pa¨ªses m¨¢s pobres del mundo apenas se ha cumplido un 15%. Otro ejemplo es la liberalizaci¨®n del comercio mundial. Los l¨ªderes de los pa¨ªses m¨¢s industrializados "intentar¨¢n" lanzar una nueva ronda negociadora antes de que acabe el a?o, pero han evitado discutir en Okinawa los compromisos que tal gesto requerir¨ªa. A la postre, la apertura comercial a los subdesarrollados tiene un coste pol¨ªtico del que carece el pretendido achicamiento del foso digital.
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