Cuando parece que no pasa el tiempo
La cita matinal con los mercados, la m¨²sica de las bandas y el Gargant¨²a, hacen de Vitoria una ciudad intemporal
Las ma?anas de fiestas de La Blanca son el momento con mayor sabor tradicional de todo el d¨ªa. El despistado puede llegar a pensar que ha vivido un viaje en el tiempo, si no fuera por esos peque?os detalles que le sit¨²an en el a?o 2000. Ah¨ª est¨¢n, por ejemplo, los ex¨®ticos nombres de los vendedores callejeros, algo impensable hace diez a?os. O la m¨²sica de pel¨ªculas que toca la banda municipal, tan alejada del cl¨¢sico pasodoble torero.La oferta bien merece un peque?o madrug¨®n y la celebraci¨®n de estos ritos intemporales se puede hacer sin salir casi del parque de La Florida. All¨ª se han establecido el mercado callejero, elemento imprescindible en toda fiesta que se precie, que antes se colocaba en la calle del Prado. En esta ocasi¨®n los m¨¢s de sesenta vendedores cuentan con su caseta correspondiente, todo un avance que han sentido en los primeros d¨ªas de fiesta, con un tiempo imposible para un puesto callejero.
Las miles de personas que paseaban ayer por el parque de La Florida pudieron compaginar la compra de m¨¢scaras africanas de Kantaye Abdoulay¨¦ o los bolsos de Salhi Driss con la degustaci¨®n de los productos de la primera Feria de Gastronom¨ªa y Artesan¨ªa regional. Aunque se hab¨ªa anunciado como una importante novedad, este mercado no satisface la expectaci¨®n creada, sino es por el cestero que ha trasladado su taller hasta el puesto. La escasa decena de puestos no ofrecen grandes novedades: pastel vasco, cava y txakol¨ª de Amurrio y los productos del cerdo elaborados por Mendiola, cuyo vendedor ratific¨® una profesionalidad fuera de toda duda. "Chorizo dulce y picante sin colorantes ni conservantes"; "El jam¨®n tiene que ser jugoso y que no sea salado, a 1.600 el kilo deshuesado, m¨¢s barato que el chicharro". Estos eran algunos de sus lemas m¨¢s aplaudidos en forma de compra de sus productos.
Mientras la Banda Municipal atacaba en el quiosco algunos de las bandas sonoras m¨¢s conocidas, que eran seguidas con atenci¨®n por un p¨²blico entrado en a?os, en la plaza del Conde de Pe?aflorida, sus nietos se iniciaban en el rito del Gargant¨²a, paso fundamental de la infancia, que sigue teniendo un ¨¦xito insuperable, superior al de las videoconsolas. Cientos de chavales eran zambullidos por el gigante de cart¨®n piedra, en una imagen por la que tampoco se ve el paso del tiempo.
Estas ma?anas de La Blanca, alejadas de las grandes megafon¨ªas nocturnas, son el momento en el que las fiestas de Vitoria tienen ese sabor de pueblo, el que las diferencia de las otras capitales vascas.
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