Los rostros de Barajas
El diccionario de la Real Academia de la Lengua dice que tirador es, entre otras cosas, la persona que "tira con cierta destreza y habilidad". En el lenguaje de los taxistas que trabajan en el aeropuerto madrile?o de Barajas, los tiradores son esos hombres que pululan por las salas en busca de turistas desprevenidos, en su mayor¨ªa latinoamericanos, a los que timan sin consideraci¨®n alguna."Son una plaga", dice con gesto preocupado Juan, un taxista de la Asociaci¨®n Gremial del Taxi que se ocupa, junto a otros compa?eros, de espantar a los tiradores.
No son todav¨ªa las dos de la tarde y a Barajas, donde se llevan a cabo hasta 74 operaciones, entre aterrizajes y despegues, cada hora, ha llegado un vuelo procedente de Ecuador. Juan, que conoce al dedillo a los tiradores, vigila impaciente por si alguno aparece.
-Te lo digo por las buenas, vete de aqu¨ª.
Juan intenta convencer al Jomeini, como le dicen, de que deje a los pasajeros en paz.
-?Y t¨² qui¨¦n eres para echarme a m¨ª del aeropuerto? -Le contesta el tirador.
"Eso es lo que siempre ocurre, que nosotros los echamos y despu¨¦s vuelven a aparecer, porque ni la polic¨ªa ni nadie puede hacer nada", comenta Juan, indignado.
Con ayuda de la sargento Angelines, de la Polic¨ªa Municipal, los taxistas han creado todo un dispositivo para tratar de ahuyentar a los tiradores. La sargento se encarga de orientar a los pasajeros y algunos taxistas le ayudan. Pero no siempre funciona.
Juan asegura que esta mafia est¨¢ conformada por unas 30 personas que llegan a cobrar hasta 200 d¨®lares (cerca de 40.000 pesetas) por la carrera a los turistas desprevenidos. Se les conoce en el ambiente con motes como El Le?o o El Biempeinado. "Sobre todo se aprovechan de mujeres suramericanas que llegan solas, muchas vienen por primera vez a trabajar o como prostitutas y est¨¢n indefensas", dice Juan.
A Consuelo, una joven ecuatoriana que acaba de llegar de Quito, la persigue un falso taxista. "?Deseas un taxi? Yo te puedo llevar", le dice el hombre. La muchacha lo mira entre asustada y desconfiada y le dice que no, que no se preocupe, que ya alguien vendr¨¢ a recogerla. Pero ¨¦l insiste: "Puedo llevaros a los dos, al que viene a recogerte y a ti", insiste. La joven intenta desmarcarse del tirador y da unos cuantos pasos. Camina y en ese momento se le acerca un hombre que casi al o¨ªdo le explica: "No se te ocurra irte con ¨¦l. No es taxista". Consuelo sonr¨ªe agradecida y se va. Otros no tienen tanta suerte.
En el aeropuerto madrile?o de Barajas las historias se multiplican hasta el infinito durante todo el a?o. Pero en ¨¦poca de vacaciones, cuando se incrementa el tr¨¢fico a¨¦reo y de pasajeros, mucho m¨¢s. Algunos turistas espa?oles no tienen que preocuparse, como los latinos reci¨¦n llegados, de si se les aparece un falso taxista. Tienen temor a otras cuestiones. "Es que no hay alternativa. ?Qu¨¦ puedes hacer? Yo a lo mejor podr¨ªa irme en tren a Bilbao, pero prefiero el avi¨®n. Entonces tienes que venir aqu¨ª y rogar para que tu vuelo no se atrase o se cancele", comenta Isabel, una joven madrile?a que durante este mes visitar¨¢ a unos amigos en el Pa¨ªs Vasco. Isabel sabe por qu¨¦ lo dice. Ya en una ocasi¨®n, cuenta, viajaba a Canad¨¢ y su vuelo se cancel¨® sin que le dieran una explicaci¨®n clara. "Iba a empezar all¨ª unos cursos de idiomas y no me pude ir", dice.
A Clara, tambi¨¦n madrile?a y madre de dos hijos, le atormenta el llamado efecto Concorde, que hace alusi¨®n al accidente que sufri¨® recientemente uno de estos aviones en Francia y que caus¨® m¨¢s de un centenar de muertos. "Cada vez que me acuerdo de eso me da p¨¢nico. La verdad es que viajar en avi¨®n no se me da muy bien", comenta. Los miedos de Clara se han acentuado desde que supo que hace poco varios aviones que partieron de Barajas tuvieron que regresar a las pistas por fallos t¨¦cnicos. "Yo s¨¦ que esas cosas pueden pasar en cualquier parte o en cualquier aeropuerto, pero claro, siempre esperas que no te ocurran a ti".
Alberto, un canario que va de vacaciones a M¨¦xico, tiene muy fresca en su memoria la historia de 250 pasajeros que, para atravesar el Atl¨¢ntico el a?o pasado, desde la capital mexicana hasta Madrid tardaron la friolera de 72 horas. "Recuerdo que la gente acab¨® hecha polvo. Estaban nerviosos y horrorizados por los repetidos fallos t¨¦cnicos. Siempre tengo esa historia presente y ahora, que voy por primera vez al otro lado del charco, me mata la incertidumbre". De momento, el vuelo que llevar¨¢ a Alberto a su destino ha anunciado su salida. Sin retrasos. Sin esperas. "Es una suerte", comenta sonriente. Agarra su equipaje de mano, se despide de su t¨ªa y sus primas, que han venido a despedirle, y atraviesa la puerta.
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