M¨¢s sangre en C¨®rcega
Las propuestas de mayor autonom¨ªa para C¨®rcega del primer ministro franc¨¦s, aprobadas abrumadoramente el 28 de julio por el Parlamento regional y avaladas inicialmente esta semana por la base nacionalista, prev¨¦n para su aplicaci¨®n el final de la end¨¦mica violencia armada en la isla. Pero, como se verifica siempre en los procesos de pacificaci¨®n de esta naturaleza, lo que conviene a la inmensa mayor¨ªa ataca los fundamentos de quienes han hecho del crimen y la sangre un modo de vida. El reciente asesinato de Jean Michel Rossi, durante mucho tiempo ide¨®logo de la corriente principal del dividido nacionalismo corso, se inscribe en este contexto.Lionel Jospin ha apostado, tras siete meses de negociaciones, por un mayor autogobierno para la isla mediterr¨¢nea francesa. V¨ªa que no todos comparten en su Gobierno -el rechazo del ministro del Interior, Jean Pierre Chev¨¨nement, es notorio-, pero que no parece comprometer ni la unidad ni la indivisibilidad inscritas como art¨ªculo de fe en la Constituci¨®n del pa¨ªs vecino.
Este plan en dos etapas, que deber¨ªa estar completado para el a?o 2004, si es que la paz civil se mantiene en C¨®rcega, otorgar¨¢ a las autoridades regionales capacidad para enmendar las leyes nacionales de acuerdo con las especificidades locales; prev¨¦ tambi¨¦n la ense?anza del corso en las escuelas primarias, la reducci¨®n de dos a una de las actuales provincias isle?as y contar¨¢ con unos 400.000 millones de pesetas en subsidios para hacer posible su aplicaci¨®n. El texto se alinea en una iniciativa de descentralizaci¨®n amplia, pero queda lejos de complicidades etnicistas o atisbos soberanistas y se plantea expl¨ªcitamente como una iniciativa reversible si reaparece la violencia. Nada en la propuesta autonomista que discutir¨¢ la Asamblea Nacional francesa a partir de septiembre parece evocar la eventual ruptura de la Quinta Rep¨²blica que otea la oposici¨®n conservadora.
Pero ser¨ªa ingenuo pensar que se puede acabar en unos meses con un estado de violencia enraizado desde hace m¨¢s de un cuarto de siglo en la min¨²scula ¨ªnsula (250.000 habitantes) de clanes, mafias y nacionalismo atomizado. El viaje ser¨¢ duro. Los grupos armados -y hay al menos media docena de ellos en C¨®rcega- no renuncian nunca sin sangre a sus mitos fundacionales. Por eso, y aunque el asesinato de Rossi y su guardaespaldas est¨¢ calculado para torpedear la aceptaci¨®n del plan de Par¨ªs por la Asamblea de C¨®rcega, no cabe otra respuesta razonable y pol¨ªticamente ajustada que la de continuar el proceso iniciado.
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