Reencarnaci¨®n
La manera m¨¢s ingeniosa de vivir m¨¢s y de ser otros sin dejar de ser uno mismo es reencarn¨¢ndose, como mi mejor amigo, que ya tiene cuatro vidas a su espalda.La primera que recuerda lo remonta a la ¨¦poca
de Cleopatra, en que fue esclavo en uno de sus palacios. Era un esclavo muy apuesto, cuyo trabajo consist¨ªa en llevarle una copa sobre una bandeja y luego quedarse parado a un lado con las piernas separadas y los brazos cruzados sobre el pecho. No pod¨ªa prescindir de la reina, ni ella de ¨¦l, mucho menos que de Julio C¨¦sar y de Marco Antonio. Por eso cuando determin¨® suicidarse, ¨¦l la sigui¨® a la otra vida. Su alma vag¨® por varios siglos haciendo turismo y poni¨¦ndose al corriente del progreso humano hasta que fascinada por los caf¨¦s de Viena decidi¨® materializarse, lo que se cumpli¨® en un perro callejero, tal vez en castigo por haberse quitado la vida. Dice que lo peor de ser perro no es la terrible necesidad de amo y la falta de independencia, sino verlo todo a la altura de la pantorrilla humana, estar demasiado cerca del suelo. Por eso su memoria est¨¢ llena de lombrices, ratas, gatos, mendrugos, piedras y un horizonte a ras de tierra. Pero ante todo no se recuerda feliz. Puede que de ah¨ª la triste mirada de los perros, la intensa sensaci¨®n de que les falta algo sin saber qu¨¦ es. Su corta vida termin¨® arrollada por un carruaje en un fr¨ªo invierno vien¨¦s. Y su cuerpo tendido sobre la nieve blanca y roja inspir¨® la frase "morir como un perro". Bastante tiempo despu¨¦s esta alma desorientada y melanc¨®lica vol¨® al cuerpo de un arist¨®crata, que pose¨ªa conocimientos innatos del mundo egipcio y comprend¨ªa bastante bien a los animales.
Este arist¨®crata adem¨¢s no sab¨ªa c¨®mo convencer a su mujer de que su gusto por pintarse los ojos con kohol era algo natural en ¨¦l como tambi¨¦n lo era ladrar cuando se enfadaba. Pero su mujer, que no era nada abierta, lo abandon¨®, y ¨¦l muri¨® de pena. Entonces su esp¨ªritu trasmigr¨® hasta mi amigo, que me dice que en alguna de sus pr¨®ximas vidas me recordar¨¢ as¨ª como ahora estamos: ¨¦l habl¨¢ndome de pie con la cabeza alzada hacia la rama del ¨¢rbol desde la que le escucho y le miro con mis ojos verdes cristalinos tratando de explicarle que, aunque con la forma de gata, Cleopatra soy yo. Pego un salto y me acurruco en su pecho, que a¨²n late por m¨ª.
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