Markina y la pesadilla
"Es que no sab¨¦is, no sab¨¦is lo crecidos que est¨¢n ellos y lo achantados que estamos los dem¨¢s". Nos lo contaba, en voz muy baja, casi susurrante, un amigo. Fue hace un par de semanas en el bar Naroki, all¨ª junto a lo que queda de la que fuera en su d¨ªa boyante f¨¢brica de armas de La Esperanza. "Ni con amigos puedes. S¨®lo con amigos muy amigos. Y en familia mal porque cuando dices que no te gusta, que te da asco, le metes miedo en el cuerpo a la ama. Enseguida se pone a pensar que te va a pasar algo. Por supuesto que son nazis, pero es que est¨¢n chulos, muy chulos". El Naroki es un bar que conozco bien, como todos los de Markina. Lo abri¨® un as de la cesta punta, Chino Bengoa, con lo que no se gast¨® en correr¨ªas de lo mucho ganado en frontones americanos.Hay all¨ª m¨²sica y excelentes copas con lim¨®n frotado en los bordes del vaso. Pero de alguna cosa no se habla con el tono de los corredores de apuestas en la vecina Universidad de la Pelota, gran cantera de pelotaris. Se utiliza un susurro que evoca a Anna Frank en su escondite en Amsterdam mientras el paso marcial de las tropas alemanas martilleaba el pavimento. En Markina no hay invasores. Por no haber no hay ni Guardia Civil desde hace muchos a?os. "Me han llamado amigas diciendo que han tenido pesadillas esta noche. A todos nos duele la cabeza", me contaba ayer por tel¨¦fono una se?ora del pueblo que, sin embargo, considera que "hagan lo que hagan, los de aqu¨ª siempre estar¨¢n con los de aqu¨ª". Por eso, asegura, en el pueblo no hay quien levante la voz contra el homenaje a un asesino m¨²ltiple que tuvo un accidente cuando iba a matar a alguien. Muy al contrario que ¨¦l, que mataba, los dem¨®cratas habr¨ªamos preferido verle vivo entrando esposado en la Audiencia Nacional para responsabilizarse de sus cr¨ªmenes.
Mayo, otro pelotari de la generaci¨®n anterior, abri¨® un bar junto al ayuntamiento. Muri¨® a tiempo para no ver las pancartas y pintadas que esta semana han homenajeado al asesino junto a su casa. "Unos txoruas, trabajar es lo que deber¨ªan", sol¨ªa decir cuando los m¨¢s aventajados patriotas jovencitos del pueblo montaban una bronca por las calles, convencidos por la escuela y el ideario de formaci¨®n del esp¨ªritu nacional de que sufren una insoportable opresi¨®n.
Markina era un pueblo muy pac¨ªfico. Posiblemente sea esto lo grave. Mientras en las vecinas Ondarroa o Ermua, Elgoibar o Eibar los muy revolucionarios y valientes actos de quemar mobiliario p¨²blico y amedrentar a personas son tradici¨®n desde principios de los ochenta, en Markina esto no pasaba. Aqu¨ª ha sucedido algo m¨¢s grave. Entre los menos de 5.000 habitantes del pueblo ha cuajado la convicci¨®n de que la minor¨ªa que impuso el acuerdo municipal del mi¨¦rcoles en el ayuntamiento puede convertir su vida en un infierno. Y para qu¨¦ soportar un infierno como peaje para objetivos m¨ªtico-pol¨ªticos que el caudillo del PNV considera ideales. No hay h¨¦roes, como bien resaltaba la pat¨¦tica figura de su alcalde ?ngel Kareaga. No los hay cuando m¨¢s se necesitan que es cuando la sociedad est¨¢ enferma y est¨¢ enferma porque algunos dirigentes han cre¨ªdo poder lograr fines profanos salt¨¢ndose principios sagrados. Kareaga ha tenido al menos el supremo coraje de reconocer que tiene miedo y que act¨²a por miedo. En mi Markina de la ni?ez y de siempre, las gentes hoy se distinguen ya s¨®lo entre quienes reconocen tener miedo y quienes consideran que la vida es tener miedo. Despu¨¦s quedan los pocos que lo imponen. Muy pocos. Cabr¨ªan quiz¨¢s en el Naroki. No se trata de meterlos all¨ª para desnazificarlos. Estar¨ªan demasiado c¨®modos entre s¨ª. Pero el estado de derecho tiene medios y debe aplicarlos. No solo para que cada vez sean menos en Markina. Sino para que los markineses puedan hablar en voz alta y con dignidad en el Naroki y en el Mayo. Y en unos a?os puedan pensar que este miedo s¨®lo era un mal sue?o.
htertsch@elpa¨ªs.es
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