Horizonte de chapa
Hasta no hace muchos a?os, lejos de las grandes ciudades valencianas, las mayores aglomeraciones de veh¨ªculos eran las que se produc¨ªan en los cementerios de coches. De repente, en un descampado del extrarradio municipal, bajo un cielo de John Ford, empezaban a prosperar estas acumulaciones de esqueletos de chapa que se nutr¨ªan de siniestros, pero sobre todo de veh¨ªculos muy agotados por el uso, puesto que en aquellos d¨ªas la mayor¨ªa de los coches circulaba hasta que se ca¨ªa a pedazos.Estos dep¨®sitos de coches muertos estaban vivos. De un d¨ªa para otro todo cambiaba de sitio, como si alguien se pasara la noche redefiniendo su arquitectura desolada. Por debajo circulaba un mercado negro de motores descuartizados para la reutilizaci¨®n, cuya demanda iba moviendo las formas de la superficie del parque en funci¨®n de los achaques mec¨¢nicos que se suscitaban en los talleres. En aquellos d¨ªas, a quien no se le mojaba la tapa del delco, se le romp¨ªa el cig¨¹e?al o se le quemaba la junta de la culata a cada mes.
Por encima, estos fosales eran un sugerente escenario donde proyectar una imaginaci¨®n que el cine ya hab¨ªa deformado. En los desguaces siempre suced¨ªan acontecimientos no menos truculentos que los que hab¨ªan sufrido los veh¨ªculos en una curva o en un cambio de rasante. Cuando no se aplastaba a un tipo dentro de un Chevrolet hasta prensarlo en un lingote de chatarra, se le descerrajaba el cr¨¢neo con un amortiguador. Pero a menudo una pareja de enamorados se daba un beso en el interior de un Pontiac desconchado y aquella hecatombe de plancha abollada con la tapicer¨ªa ra¨ªda era tan bella como el vest¨ªbulo del hotel Waldorf Astoria de Nueva York.
La historia contempor¨¢nea y sus sociedades se podr¨ªan rastrear en los desguaces como si fuesen una Atapuerca mec¨¢nica. A ras de suelo todav¨ªa se puede hallar alg¨²n occipital de Seat 600, que fue hijo de los planes de estabilizaci¨®n econ¨®mica de Juan Sard¨¢ Dexeus. O un cap¨® de Dodge Dart, que fue el coche de los gobiernos de UCD, hasta que se descompuso en otras opciones pol¨ªticas y automovil¨ªsticas como el Citro?n GS o el Seat Supermirafiori, en cuyo interior se fraguaron los primeros divorcios. Hasta alguna llanta de aleaci¨®n del BMW de los socialdem¨®cratas liberales o un retrovisor del Audi de los pelotazos despachurrado en una huida.
Incluso un asiento reclinable de Ford Fiesta, que a partir de octubre de 1976 inund¨® casi tres millones de metros cuadrados de huertos en Almussafes y convirti¨® a los labradores de la zona en t¨¦cnicos industriales. Desde entonces, con el brillo metalizado de los miles de veh¨ªculos estacionados en la explanada de la factor¨ªa reci¨¦n salidos de la cadena de producci¨®n, los cementerios de coches empezaron a ser s¨®lo chatarra.
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