M¨¢s bastos que la pana
Como si el arte en el toreo no hubiese existido jam¨¢s. Con esa disposici¨®n se emplearon los tres j¨®venes de la terna. Y m¨¢s bastos que la pana los tres, perpetraron unas faenas estrafalarias y absurdas, sin gusto interpretativo ni sentido lidiador.Tampoco era que importara mucho, francamente. A fin de cuentas la plaza de Guadalajara se hab¨ªa llenado de un p¨²blico al que le tra¨ªa sin cuidado la fiesta de los toros, y los propios toros, y su lidia, y s¨®lo estaba all¨ª para ver en sus propias carnes a los toreros que sacan las revistas del coraz¨®n.
Suele ocurrir con la plazas llenas. Cuando hay medias entradas las corridas de toros se presencian con cierta cordura, funciona la l¨®gica de la lidia, se valoran los m¨¦ritos de los toreros. En Guadalajara, sin ir m¨¢s lejos, d¨ªas atr¨¢s fue as¨ª. Sin embargo ese otro p¨²blico de aluvi¨®n que acude a los carteles de gala y pone a rebosar la plaza, no acepta ninguna manifestaci¨®n cr¨ªtica, se apodera del coso e impone su triunfalismo para que esa ¨²nica corrida que ve al a?o (o a lo mejor en la vida) transcurra apote¨®sica.
Montalvo / Rivera, Califa, Juli
Un toro, el 4?, de Montalvo (cuatro fueron rechazados en el reconococimiento; 6?, novillo impresentable e inv¨¢lido, devuelto), discreto de presencia, sospechoso de pitones, d¨®cil. Tres primeros y sobrero, de Atanasio Fern¨¢ndez, con romana excepto 3?, sospechosos de pitones, flojos, manejables. 5? de Jandilla, discreto de presencia, bravo y noble.Rivera Ord¨®?ez: tres pinchazos, otro hondo y descabello (bronca); pinchazo y bajonazo descarado (escasa petici¨®n, aplausos y tambi¨¦n pitos cuando saluda). El Califa: pinchazo bajo, estocada trasera ca¨ªda, rueda insistente de peones -aviso- y dos descabellos (vuelta); estocada desprendida (oreja). El Juli: pinchazo hondo (escasa petici¨®n y silencio); estocada ca¨ªda (oreja). Plaza de Guadalajara, 15 de septiembre. 3? corrida de feria. Lleno.
Guadalajara llevaba ese camino, y la corrida de la pana pudo acabar con todo el mundo a hombros, el vendedor de cervezas incluido, si no llega a ser porque este coso lo preside un funcionario que sabe lo que se pesca, posee la necesaria entereza para mantener el tipo con dignidad cuando se desbocan el triunfalismo y la demagogia y, en fin, cumple con responsabilidad la funci¨®n reglamentaria que le ha sido asignada.
De la irracionalidad del triunfalismo hubo en la tarde algunas muestras significativas. Por ejemplo, cuando al doblar el tercer toro parte del p¨²blico pidi¨® la oreja armando un fenomenal alboroto, el presidente no la concedi¨® (pues la petici¨®n era claramente minoritaria) y entonces la gente se guard¨® el pa?uelo y no aplaudi¨® al torero ni nada. Silencio sepulcral fue el resultado que obtuvo despu¨¦s de su vulgar faena a un borrego que carec¨ªa de emoci¨®n.
El torero silenciado era El Juli, m¨¢ximo atractivo del cartel, a quien precisamente correspondieron los dos toros de menor respeto de la corrida.
Los dos toros de menos trap¨ªo, los m¨¢s flojos, le correspondieron a El Juli; tambi¨¦n es casualidad. Y los lance¨® con cierto aseo, los banderille¨® a la montaraz manera, los mulete¨® sin inspiraci¨®n.
El toro sexto constitu¨ªa una verg¨¹enza porque no era toro sino novillo, que adem¨¢s padec¨ªa invalidez. Se oyeron algunas protestas pero el presidente cambi¨® sin novedad el simulacro del tercio de varas. Y se produjo un chocante incidente: el p¨²blico arm¨® una bronca porque sal¨ªan a banderillear los peones en vez de El Juli y entonces, creyendo el presidente que la protesta era por el toro (o tomando el r¨¢bano por las hojas, que tambi¨¦n pudiera ser), fue y lo devolvi¨® al corral.
El sobrero, de Atanasio Fern¨¢ndez, ten¨ªa seg¨²n la tablilla un peso disparatado: 670 kilos. Pero compareci¨® y no daba la sensaci¨®n de tanto. Y adem¨¢s estaba tan inv¨¢lido. Un frenes¨ª de ovaciones y v¨ªtores provoc¨® El Juli prendiendo ca¨ªdas las banderillas y corriendo alocado en busca de los burladeros. Y quiz¨¢ vali¨¦ndose de ese fervor popular se tom¨® la libertad (que uno consider¨® desfachatez) de brindarle el toro al presidente; hasta le ech¨® la montera al palco. Y ya todo transcurri¨® clamoroso y desorbitado: los muletazos de rodillas, los derechazos sin ligar, los vulgar¨ªsimos naturales, la mediocridad de la faena entera, la estocada defectuosa que cobr¨®. Y por ser defectuosa, el presidente s¨®lo concedi¨® una oreja, pese a que el p¨²blico exig¨ªa las dos mediante un fenomenal esc¨¢ndalo.
La tosquedad del toreo tuvo parecidas formas en El Califa, pegapases corret¨®n incapaz de ligarlos, a quien se le fue sin torear de verdad el bravo toro de Jandilla que sali¨® en quinto lugar. Rivera Ord¨®?ez no quiso ni ver al primero y al aborregado cuarto le aplic¨® una faena llena de trucos y tremendista que fue una ordinariez.
Qu¨¦ tarde m¨¢s hortera, dios.
Babelia
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