La exquisitez de la coz taurina

?S¨®lo los burros cocean? ?Que se cree usted eso! Hay toros que tambi¨¦n. Hay toros coceadores, no le quepa a usted duda. Ayer hubo dos del hierro de Aldeanueva que lo hicieron divinamente, a conciencia, y no por casualidad, sino porque les sal¨ªa de su alma asnal. Uno de ellos, que le puso al asunto m¨¢s sentimiento, coloc¨® a su exhibici¨®n la correspondiente guinda, que consisti¨® en quitarle la muleta a Andr¨¦s S¨¢nchez una de las veces que estir¨® la patita. Admirable. Si de la arruga, que bien horrorosa hace en la ropa y en las caras, se dijo no hace mucho que era bella, no s¨¦ yo por qu¨¦ las coces de los toros, cuando son tan sentidas, no van a serlo tambi¨¦n. Yo, por lo menos, llegu¨¦ incluso a emocionarme.Los toreros, pues ya ve. Vino Curro V¨¢zquez, sustituyendo a Finito de C¨®rdoba, y con ese material sentir¨ªa tentaciones de aparentar una indisposici¨®n repentina con tal de no verse en el trance de intentar lo imposible. A su primero le anduvo con garbo por la cara y luego le mulete¨® despegado y ayud¨¢ndose con la espada en los naturales. No se sinti¨® a gusto. Era imposible. En su segundo dej¨® en el quite media ver¨®nica superior, y en la muleta, despu¨¦s de probado, eludi¨® apreturas y meti¨® la mano con mucha habilidad para dejar la estocada.

Andr¨¦s S¨¢nchez pudo admirar m¨¢s de cerca que nadie la destreza del segundo toro coceando. Comenz¨® el trasteo muy decidido, por bajo, pero luego el toro, que se hac¨ªa el distra¨ªdo, se le vino encima sin avisar, cosa que tampoco es de toro bien nacido. El matador, ante aquella clamorosa rajadura, lo intent¨®, tuvo enganchones y acab¨® hasta la coronilla del regalo. En el quinto, protestado por su endeblez, mulete¨® despegado y con poco temple, siendo desarmado esta vez no por una coz.

Eugenio de Mora tambi¨¦n tuvo suerte en el sorteo de coces. Su primero fue el encargado de hacerle feliz por ese conducto. El torero no puso cara de felicidad. El toro, otro borrico como sus hermanos. Oteaba el horizonte, curioseaba los bordados del vestido del torero... El matador anduvo muy decidido toda la tarde y logr¨® que este asno tragara muletazos, claro que a cambio de tragar ¨¦l sus miradas. Cuando lo ten¨ªa igualado para matar, le quit¨® la muleta de la mano y a rengl¨®n seguido solt¨® otras de sus coces. En el sexto, sigui¨® en sus trece el torero. Brind¨® al p¨²blico, se tir¨® materialmente de rodillas y dio de esa guisa cuatro pases. La pena es que el toro tambi¨¦n se arrodillaba. Luego, ante el temperamento del toro, que incluso repiti¨® (hierro de San Rom¨¢n), puso su entrega a palo seco y lig¨® un par de tandas con la derecha que llegaron a la gente, que en ese momento ya estaba hasta la coronilla de corrida, de feria y de casi todo.