El error soberanista
En 1978, en el proceso de elaboraci¨®n de la Constituci¨®n, el se?or Arzalluz, portavoz del PNV, afirmaba: "No buscamos ni en la palabra 'nacionalidades', repito, ni en la autonom¨ªa un trampol¨ªn para la secesi¨®n". Y al debatir una enmienda del se?or Letamendia sobre la inclusi¨®n en la Constituci¨®n del derecho de autodeterminaci¨®n, el tambi¨¦n portavoz del PNV, Marcos Vizcaya, aseguraba: "Si el PNV hubiera querido constitucionalizar el derecho de autodeterminaci¨®n hubiese presentado una enmienda en tal sentido. Pero las v¨ªas del PNV para conseguir las mayores cotas de libertad para nuestro pueblo van por otro camino".Ahora, el PNV hace suyo ese eufemismo llamado "¨¢mbito vasco de decisi¨®n", que no es sino el derecho de autodeterminaci¨®n, y lo convierte en la piedra clave de su estrategia pol¨ªtica, llegando incluso a equipararlo al derecho a la vida cuando exige su previo respeto a quienes se hayan de sentar a la mesa para dialogar. Evidentemente, el PNV tiene todo el derecho del mundo para cambiar de v¨ªa, y cometen una injusticia quienes le acusan por ello de abandono de su condici¨®n democr¨¢tica, como si s¨®lo fuera posible en democracia la defensa de la Constituci¨®n y del Estatuto de Autonom¨ªa. El fondo de la cuesti¨®n no es tanto la discusi¨®n sobre el derecho del PNV a variar su estrategia pol¨ªtica como el an¨¢lisis sobre si tal cambio sirve para conseguir mayores cotas de libertad en Euskadi, o, por el contrario, y como pienso, constituye un grav¨ªsimo error que es urgente rectificar.
Es un error en t¨¦rminos de elemental doctrina democr¨¢tica establecer cualquier clase de equiparaci¨®n entre los derechos fundamentales de la persona, en especial el derecho a la vida, y el derecho de autodeterminaci¨®n. En medio de la org¨ªa ret¨®rica que se produjo en 1990 en el Parlamento vasco al debatir sobre el derecho de autodeterminaci¨®n, un parlamentario de EA lleg¨® a decir que "el derecho de libre determinaci¨®n es un derecho individual". Nadie le contest¨® que si ello fuera as¨ª, ese derecho no podr¨ªa ser objeto de votaci¨®n ni de decisi¨®n colectiva, ya que, al igual que no cabe votar y decidir por mayor¨ªa sobre si yo puedo ejercitar o no mi derecho a la vida o mi libertad de expresi¨®n, nadie podr¨ªa decidir por m¨ª si he de seguir viviendo en el marco del Estatuto o si he de ser ciudadano de un Estado vasco o alav¨¦s independiente. Es equivocado y absurdo pretender cualquier clase de consideraci¨®n de ese derecho como un derecho asimilable o parangonable a los derechos fundamentales de la persona.
Es tambi¨¦n un error pretender el reconocimiento de ese derecho con car¨¢cter previo a la propia negociaci¨®n pol¨ªtica. Nos guste o no, es forzoso reconocer que hasta ahora, en el Derecho internacional, la autodeterminaci¨®n se ha reconocido s¨®lo para los territorios no aut¨®nomos o coloniales separados geogr¨¢ficamente de la metr¨®poli, sometidos a ¨¦sta y claramente diferenciados, a fin de que sus habitantes puedan decidir entre la independencia, la asociaci¨®n con otro Estado ya independiente o la plena integraci¨®n con ¨¦l. Y hemos de reconocer asimismo que este derecho ha de ponerse en relaci¨®n con el que garantiza a los Estados ya constituidos el mantenimiento de su integridad territorial. Hemos de aceptar el hecho de que actualmente en ning¨²n Estado democr¨¢tico su Constituci¨®n reconoce el derecho de un parte de su territorio a separarse. Cierto es, no obstante, que nada impedir¨ªa llegar, tras un proceso pol¨ªtico de di¨¢logo libre y sin amenazas, sobre el sujeto, el contenido, los efectos y dem¨¢s elementos del derecho, a una f¨®rmula razonable de reconocimiento del mismo, con las consiguientes reformas en los textos constitucionales. Pero, salvo que nos hayamos vuelto locos, es una barbaridad, que atenta a los propios fundamentos del di¨¢logo, exigir al Estado y a los ciudadanos no nacionalistas que de antemano efect¨²en ese reconocimiento, antes siquiera de hablar sobre su contenido y efectos y sobre el c¨®mo y el cu¨¢ndo del ejercicio del derecho.
Ahora bien, el error que est¨¢ cometiendo el nacionalismo vasco democr¨¢tico no afecta s¨®lo a la forma y al procedimiento, sino a la propia ra¨ªz y sustancia de la decisi¨®n. No es aceptable elegir, entre las distintas opciones y estrategias en principio leg¨ªtimas, precisamente aquella que, requiriendo necesariamente para ejercitarse y para su validez una ausencia de violencia, es hoy, en funci¨®n de la realidad social existente, inalcanzable por v¨ªas pac¨ªficas, as¨ª como contraproducente para el fin ¨²ltimo que se dice perseguir, mientras no se logre ir transformando esa realidad. Y la equivocaci¨®n se reviste de tintes de temeridad cuando esa opci¨®n, que por definici¨®n pertenece al ¨¢mbito de lo opinable y contingente, se presenta como un derecho indiscutible, sin cuya aceptaci¨®n previa nada se puede discutir y convenir en el seno de una sociedad desgraciadamente da?ada por la violencia fan¨¢tica. Porque no hay m¨¦todo m¨¢s seguro para alimentar esa violencia y para llevar a esa sociedad a una situaci¨®n de tensi¨®n insoportable que la comisi¨®n de tal imprudencia. Los nacionalistas deber¨ªamos saber mejor que nadie las razones hist¨®ricas y jur¨ªdicas por las que en materia de autodeterminaci¨®n no existe un ¨²nico "¨¢mbito vasco de decisi¨®n", sino el ¨¢mbito alav¨¦s, el navarro, el vizca¨ªno, el guipuzcoano. Y cualquier nacionalista en su sano juicio sabe que en un refer¨¦ndum libre y limpio, celebrado sin ning¨²n asomo de coacci¨®n o violencia en el entorno, una propuesta o soluci¨®n independentista no prosperar¨ªa por lo menos en ?lava y Navarra. ?Qu¨¦ sentido l¨®gico tiene entonces abandonar la v¨ªa del Estatuto para aventurarse por otra que podr¨ªa acabar reduciendo el ¨¢mbito pol¨ªtico vasco a uno o dos territorios? ?Qu¨¦ sentido puede tener para un nacionalista vasco, al que se le supone el mayor inter¨¦s en ir construyendo democr¨¢ticamente un proyecto pol¨ªtico nacional com¨²n a todos los territorios vascos, una estrategia que hoy por hoy lleva a la ruptura y a la disgregaci¨®n territorial y a la fractura social?
Quienes en 1998 dise?aron una estrategia de acumulaci¨®n de fuerzas s¨®lo entre nacionalistas, rompiendo la movilizaci¨®n unitaria frente al terrorismo, y que, como hemos sabido luego, pactaron con ETA una v¨ªa hacia la independencia, con la ¨²nica reserva o diferencia en lo que se refiere al ritmo y a la forma de ejecuci¨®n, quiz¨¢s creyeron que este acuerdo era el precio a pagar por la paz. Pero se equivocaron tanto en el plano ¨¦tico como en el puramente pol¨ªtico, al aceptar un pago de un precio que es imposible satisfacer, salvo que eliminemos o expulsemos o sometamos por la fuerza al menos a la mitad de los ciudadanos vascos, que en ?lava y Navarra ser¨ªan la gran mayor¨ªa. ETA y la izquierda que usurpa el t¨¦rmino de abertzale repiten una y otra vez que la tregua se ha roto fundamentalmente porque el PNV y EA no se han comprometido suficientemente en lo que para ellos siempre fue y sigue siendo un proceso para y hasta la independencia. Y es as¨ª, por mucho que duela reconocerlo. Calcularon esos estrategas que se pod¨ªa contentar a ETA con una simple declaraci¨®n de soberan¨ªa, de reconocimiento del "¨¢mbito vasco de decisi¨®n", y se embarcaron en la firma del pacto de Estella, en la creaci¨®n de Udalbiltza, en los pactos del Gobierno con EH, alejando cada vez m¨¢s al nacionalismo democr¨¢tico del resto de los partidos. Pero todo ese c¨¢lculo estaba basado sobre un monumental error respecto de la verdadera naturaleza y los reales objetivos de ETA: en efecto, cuando en julio de 1999 ETA exigi¨® el pago al contado de la totalidad del precio -la convocatoria de elecciones en todos los territorios vascos de Francia y Espa?a para elegir un "Parlamento nacional"-, esos estrategas pudieron comprobar, por si a¨²n no lo sab¨ªan, que es una locura lo que ETA pretende. Despu¨¦s de haber realizado importantes pagos a cuenta y de haber asumido pesadas cargas e hipotecas se desvanec¨ªa la ilusi¨®n de la paz, dejando un balance desastroso: sospechas infundadas sobre la legitimidad de las instituciones democr¨¢ticas, devaluaci¨®n del Estatuto, debilidad e inanidad del Parlamento y del Gobierno vascos, frentismo pol¨ªtico, recuperaci¨®n de ETA, extensi¨®n del miedo, el crimen y la extorsi¨®n, crispaci¨®n social y fractura cada d¨ªa m¨¢s profunda de la sociedad vasca.
Cada muerto, cada herido, cada amenazado, cada extorsionado, cada ciudadano con miedo est¨¢n advirtiendo al nacionalismo vasco democr¨¢tico de que, si no rectifica y reconstruye v¨ªas posibles de di¨¢logo y de trabajo unitario con todos los dem¨®cratas para curar a nuestra sociedad del c¨¢ncer moral que padece, su fracaso ser¨¢ inevitable y definitivo. Son los nacionalistas los m¨¢s interesados en seguir construyendo su ideal desde un Estatuto de Autonom¨ªa que, por ser hoy para la gran mayor¨ªa de los ciudadanos vascos el ¨²nico punto posible de encuentro, es la base sobre la que se pueden ir asentando espacios de colaboraci¨®n y de integraci¨®n, as¨ª como la herramienta m¨¢s adecuada para construirlos y permitir las transformaciones y reformas que los ciudadanos vascos demanden y expresen democr¨¢ticamente en el futuro. Pero el nacionalismo democr¨¢tico vasco debe entender, de una vez por todas, que jam¨¢s tendr¨¢ autoridad moral y capacidad pol¨ªtica para exigir y conseguir que la sociedad vasca sea la ¨²nica due?a de su futuro mientras no demuestre antes que ha sabido erradicar toda violencia de nuestra tierra y que ha creado las condiciones indispensables para que se pueda de verdad hablar de voluntad popular libre y responsablemente expresada, y reivindicar que se respete.
Emilio Guevara Saleta, abogado, es militante del PNV y ex diputado general de ?lava.
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