La vida es juego y los Juegos juegos son
Odio las Olimpiadas. No soporto las banderas y las medallas. Ni la circense parafernalia medi¨¢tica con la que irrumpen en nuestras casas. Pero aprecio la belleza de los que corren y saltan y la sublime destreza de los que danzan o lanzan. Sin embargo, las muecas, frecuentemente feroces, de los vencedores me emocionan menos que la tristeza, siempre desoladora, del perdedor. Es un espect¨¢culo cruel. S¨®lo tres de cada especialidad suben al podio y disfrutan de una gloria tan intensa como ef¨ªmera. Los dem¨¢s, a veces por cent¨¦simas de segundo, tras a?os de sacrificio, regurgitan el sabor del fracaso el resto de sus vidas. Rara vez se pueden resarcir. De poco les sirve el mezquino consuelo de comprobar, a la larga, c¨®mo los ganadores acaban degustando la amargura del olvido y la melancol¨ªa del recuerdo. Siento piedad por los unos y los otros. Y tambi¨¦n profunda admiraci¨®n. Pero nada llega a paliar el dolor del atleta derrotado por mucho que le cuenten eso de que lo importante era participar. No ignoro que ah¨ª radica la grandeza de los Juegos. Algunos, los m¨¢s, tienen que perder para que otros, los menos, ganen. B¨¦lico aserto que no comporta muertos, pero s¨ª sacrificados como en las guerras floridas de los aztecas. A los perdedores se les arranca, de alguna manera, el coraz¨®n. De ah¨ª, la angustiosa tensi¨®n de las gimnastas quincea?eras, sobre las que gravita una monstruosa responsabilidad con la aquiescencia de sus mayores y el s¨¢dico benepl¨¢cito general. Pongo este ejemplo extremo porque me causa estupor que la explotaci¨®n de menores pase a ser, Olimpiadas mediante, constitucional. Me deslumbra, por otra parte, la prematura madurez, la concienzuda profesionalidad y el arte de estos peque?os ¨¢ngeles de laboratorio que vuelan sin alas y juegan sin alegr¨ªa.Me felicito, sin duda, en mi fuero interno, de que esta fasta ef¨¦meride, que propicia una confrontaci¨®n sin sangre, haya sobrevivido a Zeus. Me congratulo al comprobar, con siempre renovado asombro, que cada cuatro a?os nademos, corramos y saltemos cada vez m¨¢s aunque pensemos cada vez menos. Sospecho que ese eufemismo llamado "medicina deportiva" tiene algo que ver con la ininterrumpida superaci¨®n de r¨¦cords inalcanzables. As¨ª como sofisticados cron¨®metros que ya no miden sino desglosan el tiempo. Pero lo que me deja fascinado, y patidifuso, de esta Olimpiada australiana es el presupuesto tan generosa y demag¨®gicamente aplicado a pruritos ecol¨®gicos (sic) que, al parecer, s¨®lo relumbran en los estadios, donde, dando al traste con las no menos ecol¨®gicas premisas de amateurismo, las marcas comerciales acechan por doquier. Como dijo el poeta, la vida es sue?o. Y alguien, en la sombra, la promociona.
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