"Hoy somos m¨¢s, pero tambi¨¦n tenemos m¨¢s miedo"
Se llama Izaskun y no tiene un apellido vasco: los tiene todos. Si en castellano habla claro, m¨¢s lo hace en euskera porque fue el idioma de sus padres y de sus juegos, de sus l¨¢grimas cuando, ya una jovencita, se enteraba por el diario hablado de Radio Nacional de que Franco mor¨ªa matando. El jueves, durante el anuncio de la manifestaci¨®n de San Sebasti¨¢n, se coloc¨® detr¨¢s de Fernando Savater y de Cristina Cuesta, aportando su testimonio an¨®nimo y silencioso al ?Basta ya? de tantos otros vascos. All¨ª fue sorprendida por un compa?ero de trabajo, destacado simpatizante de HB. "?Y c¨®mo t¨² aqu¨ª?", le espet¨® ¨¦l con media sonrisa. Era m¨¢s que una pregunta. Quien la formulaba sab¨ªa la respuesta, y aun as¨ª dispar¨® su duda fingida para que la interpelada supiera que su nombre quedar¨ªa anotado en alg¨²n sitio, quiz¨¢s en alguna oscura libreta. Pero Izaskun no baj¨® la cabeza. Tambi¨¦n con media sonrisa, tambi¨¦n con fingida despreocupaci¨®n, le contest¨®: "Ah, bueno, estoy aqu¨ª porque no han podido venir dos amigos". El otro volvi¨® a la carga cargado de retranca: "?No han podido venir?". Y entonces Izaskun apel¨® a la rabia serena de tantos vascos y dej¨® a su compa?ero fulminado en el sitio: "No, no han podido venir. Uno se llama Juan Mari J¨¢uregui, y lo asesin¨® ETA. El otro, Mikel Azurmendi, anda escondido por Estados Unidos, para que no lo maten tambi¨¦n a ¨¦l".Sobreviven en el Pa¨ªs Vasco -?ser¨ªa m¨¢s ajustado escribir malviven?- miles y miles de ciudadanos que poco a poco han ido saliendo del armario del miedo y de la prudencia. Del "no te signifiques" que le dec¨ªan a sus hijos izquierdosos las madres asustadas del final de la dictadura; una frase, un consejo, que s¨®lo sigue vigente aqu¨ª, curiosamente en una de las comunidades aut¨®nomas m¨¢s pr¨®speras y sin duda m¨¢s hermosas del pa¨ªs. "Sal¨ª a la calle contra ETA", recuerda Pedro M¨²gica, de 32 a?os, vecino de Ibarra, un peque?o pueblo guipuzcoano muy pr¨®ximo a Tolosa, "porque me repugna que los terroristas se hayan erigido en representantes m¨ªos. ?Cu¨¢ndo me han pedido permiso para matar en mi nombre?".
Pedro pertenece a la asociaci¨®n Denon Artean -que en euskera significa entre todos- desde que en 1991 la fundara Cristina Cuesta, hija de un trabajador de Telef¨®nica asesinado e incansable luchadora por la paz. "Los vascos", a?ade, "hemos tardado mucho en asumir el compromiso contra la violencia. ?ste ha sido, y usted no sabe c¨®mo me duele decirlo, un pueblo cobarde, sentado en su casa mientras en la esquina se desangraba la ¨²ltima v¨ªctima de ETA". Hablar as¨ª, sin tapujos, le ha costado a Pedro m¨¢s de un sobresalto. Cuando, en junio de 1998, los terroristas mataron al concejal de Renter¨ªa Manuel Zamarre?o, el tel¨¦fono de Pedro son¨® muy cerca de la madrugada. "T¨², hijo de puta", le insult¨® una voz con capucha, "ser¨¢s el pr¨®ximo". Tambi¨¦n le dejaron mensajes parecidos en el buz¨®n de correos, y en los o¨ªdos de sus sobrinos, que entonces tendr¨ªan seis y ocho a?os: "Dec¨ªdle al fascista de vuestro t¨ªo que lo va a pagar muy caro". No fueron los ¨²nicos insultos que le llegaron del entorno m¨¢s radical. Un d¨ªa, cuando ten¨ªa 26 a?os, Pedro coincidi¨® en el autob¨²s de Bilbao a San Sebasti¨¢n con Jon Idigoras, el hist¨®rico dirigente de HB, y se puso a hablar con ¨¦l. Le dijo lo que pensaba de su partido y de ETA. El veterano pol¨ªtico, acorralado entre la ventanilla y las razones de Pedro, se defendi¨® con un considerable repertorio de insultos -"burguesito de mierda, donostiarra de postal, cachorro de Blas Pi?ar"- que le cost¨® un sonoro abucheo del autob¨²s. No fue algo habitual. Aqu¨ª se suele evitar el cuerpo a cuerpo. Si alguien lo sabe bien es Alberto Agirrezabala, ex militante de Euskadiko Ezquerra y miembro activo de Gesto por la Paz en Zarautz (Guip¨²zcoa). "Cada vez que se produce una muerte violenta", recuerda Alberto, "los pacifistas salimos con nuestras pancartas, en silencio. A partir del secuestro de Jos¨¦ Mar¨ªa Aldaya, los de HB se pusieron enfrente, a un metro. Insultaban, calumniaban, amenazaban. Era muy duro, no por el miedo, sino porque los que estaban enfrente, mir¨¢ndonos con odio, no eran gente desconocida: hab¨ªa familiares, y amigos de la infancia...". Aqu¨ª, y no en otro lugar, est¨¢ la respuesta a la inc¨®gnita que el resto del pa¨ªs no termina de entender: ?por qu¨¦ no saltan los vascos unos contra otros, si el ambiente de tensi¨®n es a veces tan irrespirable? Dice Alberto: "Hay quien tiene a sus propios hijos all¨ª enfrente. Es terrible. Hay un acuerdo no escrito de evitar hablar de pol¨ªtica. Si coincidimos en un almuerzo familiar los de una y otra tendencia, hablamos de la Real Sociedad y seguimos adelante".
De ah¨ª tambi¨¦n que las innumerables asociaciones de ciudadanos que han ido surgiendo durante los ¨²ltimos 10 a?os para protestar contra ETA lo hayan hecho bajo el s¨ªmbolo de la paz, lazo azul y manos blancas, el silencio pacifista frente al insulto de los que acaban de matar. La lista es interminable: Gesto por la Paz, Denon Artean, Bakea Orain, Foro El Salvador, Elkarri, Asociaci¨®n Pro Derechos Humanos, Foro Ermua, Fundaci¨®n Gregorio Ord¨®?ez, Colectivo de V¨ªctimas del Terrorismo del Pa¨ªs Vasco, Colectivo Ciudadano ?Basta ya!... Aunque todas persiguen lo mismo -el final del terrorismo, un horizonte de paz en Euskadi- empieza a haber dudas sobre cu¨¢l puede ser el camino m¨¢s corto. Una pregunta est¨¢ colgada en el aire: ?ser¨¢ el momento de cambiar la trinchera de lugar, de pasar del silencio al grito? Hay quien est¨¢ dispuesto a responderla.
Se llama Fernando Savater, es fil¨®sofo y de aqu¨ª, y por culpa de pensar distinto vive ahora rodeado de guardaespaldas. El jueves, en la cafeter¨ªa de un hotel de San Sebasti¨¢n, dec¨ªa tajante: "No me considero un pacifista y s¨ª un ciudadano cabreado que est¨¢ dispuesto a salir a la calle. Y si los que est¨¢n enfrente jalean a los asesinos, yo les dir¨¦ lo que pienso de ellos. A lo mejor pegando cuatro gritos evitamos llegar al enfrentamiento violento".
Cada d¨ªa despu¨¦s de un atentado, a eso del atardecer, un grupo de ciudadanos se concentra pac¨ªficamente en la plaza de Guip¨²zcoa, en el centro de San Sebasti¨¢n. Hay mucha historia detr¨¢s de cada rostro. Cristina Cuesta con la memoria de su padre, y Consuelo Ord¨®?ez con el testimonio de su hermano, y una de las hermanas Gonz¨¢lez Catarain incapaz de olvidar a Yoyes, la etarra que quiso dejar de serlo y fue acribillada por sus ex compa?eros. Tambi¨¦n Olivia, la hija del abogado Jos¨¦ Mar¨ªa Bandr¨¦s, uno de los pol¨ªticos m¨¢s emblem¨¢ticos de la transici¨®n: "Hoy somos m¨¢s, pero tambi¨¦n tenemos m¨¢s miedo. ETA ahora puede matarnos a cualquiera".
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