Una terrible decisi¨®n
Hay ocasiones en que la sociedad se ve abocada a tomar decisiones terribles, en las que no es posible trazar una frontera clara entre lo correcto y lo incorrecto, decisiones que ponen a prueba convicciones morales muy arraigadas y afectan a sentimientos muy intensos de las personas implicadas. ?sta es la situaci¨®n que plantea el estado de las dos ni?as siamesas de Manchester, unidas por la parte inferior del abdomen. Los m¨¦dicos est¨¢n casi seguros de que, si permanecen unidas, ambas morir¨¢n antes de los seis meses. Si se separan, en cambio, una de las dos ni?as tiene altas posibilidades de sobrevivir, aunque con secuelas cuyo alcance los m¨¦dicos no se atreven a precisar.Una de ellas, Jodie, tiene coraz¨®n, h¨ªgado y pulmones propios, que garantizan su viabilidad. La otra, Mary, no tiene posibilidades de sobrevivir por s¨ª misma y mantiene una relaci¨®n parasitaria que, a medida que pasa el tiempo, compromete la supervivencia de su hermana. A ra¨ªz de una apelaci¨®n de los m¨¦dicos, el Alto Tribunal de Londres ha dictaminado que se opere a las hermanas con el objetivo de salvar a Jodie, aunque muera Mary. Esta decisi¨®n va en contra de la posici¨®n de los padres, la Iglesia cat¨®lica y los grupos pro vida, que niegan el derecho del Estado a intervenir y propugnan dejar que la naturaleza siga su curso -es decir, que mueran las dos-, alegando que no se puede matar a una para salvar a otra.
Como ocurre con frecuencia en los debates de bio¨¦tica, a veces se plantean como principios de ¨¦tica universal lo que s¨®lo son reglas morales de determinadas creencias. Conviene, pues, separar los distintos planos del debate porque, aunque el caso plantee problemas ¨¦ticos muy complejos, hay algunas cosas que s¨ª parecen claras. En primer lugar, que hace ya tiempo que est¨¢ aceptado, incluso por amplios sectores de la Iglesia cat¨®lica, que es leg¨ªtimo intervenir a favor de una vida, aunque sea a costa de otra, y que es mejor salvar a uno que perder a dos. Es el caso de la madre encinta en peligro de muerte a la que se practica un aborto terap¨¦utico para salvar su vida. Hoy nadie pone en cuesti¨®n que la vida de la madre prevalece, incluso cuando el padre quisiera salvar al hijo, como ha podido ocurrir a veces.
La otra cuesti¨®n es qui¨¦n decide. Tambi¨¦n en esto hay ya recorrido un largo trecho de consenso. La posici¨®n de los padres de las ni?as siamesas merece toda la comprensi¨®n y todo el respeto. De ellos es la desgracia. Pero ellos no pueden decidir sobre la vida o la muerte de sus hijos en funci¨®n de sus creencias particulares. Como la sociedad no permite que decidan unos padres testigos de Jehov¨¢ si ¨¦stos pretenden que sus hijos no reciban una transfusi¨®n cuando est¨¢n en peligro de muerte porque su religi¨®n as¨ª lo estipula. El Estado, a trav¨¦s de los organismos que la sociedad ha consensuado democr¨¢ticamente, puede y debe intervenir en defensa de un bien jur¨ªdico que considera superior a otro. En este caso, el derecho a la vida de la ni?a que es viable, aunque sea en detrimento de la que es inviable.
Pero todav¨ªa queda otro dilema. Podr¨ªa ocurrir que, con el tiempo, cuando Jody pueda juzgar por s¨ª misma, llegue a creer que la vida que le han salvado no merece la pena ser vivida en las condiciones en las que ha quedado. Y para ese problema ¨¦tico, que se plantea con frecuencia en las salas de neonatolog¨ªa de los hospitales, la sociedad todav¨ªa no tiene respuesta.
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