Un remanso para la ciencia en Madrid

En el noreste de Madrid hay un lugar escondido y remoto. Se encuentra en Chamart¨ªn de la Rosa, no lejos de Arturo Soria y est¨¢ cercado en parte por la ronda de circunvalaci¨®n M-30. Acceder hasta ¨¦l resulta complicado. Pero vale la pena. Tiene cinco hect¨¢reas de extensi¨®n. Est¨¢ rodeado de pinos y el terreno horada a su alrededor numerosos recovecos. Algunos de sus rincones parecen decorar un relato de Lewis Carroll. El matem¨¢tico se?or Dodgson (su verdadero nombre) se jactar¨ªa sobremanera al descubrir que la enorme planta de un edificio madrile?o parece trazar sobre el suelo el n¨²mero griego p¨ª.El lugar no permite escuchar la voz dulce de Alicia, pero s¨ª tiene algo de maravilloso. Est¨¢ cargado de sorpresas. Tantas, que el Colegio de Arquitectos de Madrid ha decidido imponer sobre sus muros este lunes, D¨ªa Mundial de la Arquitectura, la prestigiosa placa de bronce con la que distingue a los edificios m¨¢s singulares de la ciudad.

Lo primero que sorprende es su emplazamiento, sobre la ladera de una loma de la calle Serrano Galvache. La cumbre de la colina la marca una p¨¦rgola dispuesta sobre una secuencia de arcos, semejante al esqueleto de un diplodocus. Por ello, durante a?os el paraje ha sido denominado Costillares.

El cerco de la M-30 en vez de estrangular el recinto, lo a¨ªsla y parece guarecerle as¨ª de la vista de los curiosos. Esa soledad le confiere una suerte de extraterritorialidad como si de una legaci¨®n extranjera se tratase. Aunque, en verdad, el edificio cobija una de las escasas embajadas de las que la ingenier¨ªa y la ciencia experimentales dispone en Madrid. Se trata de un centro de ensayo de medici¨®n y gobierno de materiales, el Instituto de Ciencias de la Construcci¨®n, organismo del Consejo Superior de Investigaciones Cient¨ªficas.

En su seno laboran m¨¢s de doscientas personas, se?aladamente ingenieros, arquitectos, qu¨ªmicos y administrativos, en su mayor¨ªa funcionarios y contratados laborales. Hay tambi¨¦n becarios investigadores. Todo el conjunto fue edificado en 1951 bajo el impulso y la direcci¨®n entusiasta del ingeniero Eduardo Torroja, una de las personalidades m¨¢s descollantes de la Ingenier¨ªa, la T¨¦cnica y la Ciencia en Espa?a, que regent¨® el centro hasta su muerte, en 1961. Torroja ide¨® entre otras obras magn¨ªfico voladizo del hip¨®dromo de la Zarzuela.

Su despacho personal, canon de armon¨ªa entre la madera y el cristal -de brillante contorno curvo-, ecuaci¨®n de equilibrio entre el espacio, la luz y la serenidad que procede de un jardincillo contiguo, con nen¨²fares y ranas, figura en todas las publicaciones de arquitectura de Europa: es considerado paradigma del estilo funcionalista, p¨¢tina que a todo su recinto supieron conferir los arquitectos Gonzalo Echegaray y Manuel Barbero, el aparejador Manuel Bouso, el ayudante de Obras P¨²blicas Jos¨¦ Eymar y los ingenieros Jos¨¦ Laorden, Virgilio O?ate y Francisco Arredondo.

El conjunto, con un edificio central que aloja talleres, laboratorios, biblioteca, sal¨®n de actos para 180 personas, despachos de administraci¨®n y de servicios generales, cuenta con un hito exterior en su jard¨ªn en forma de cuenco gigante, denominado La Trompa. Fue erigido para realizar una prueba t¨¦cnica y, dada su caprichosa forma, que frisa el arte, qued¨® all¨ª para siempre; incluso su interior sirvi¨® de escenario para una boda religiosa. Posee un sistema de ventanas que garantiza la m¨¢xima iluminaci¨®n en todo momento. Las dimensiones de sus pasillos interiores y de sus dependencias, brindan la base material para el desarrollo de un trabajo confortable. El edificio se halla amueblado por original¨ªsimos gradenes para documentos, librer¨ªas, sillas y sof¨¢s dise?ados muchos de ellos por el propio Eduardo Torroja y realizados por ebanistas excepcionales, como Jos¨¦ L¨®pez G¨®mez o Tom¨¢s Francoso. Los muebles han sido rescatados de los desvanes donde languidec¨ªan y, m¨ªnimamente restaurados, han recobrado la utilidad y el esplendor de los que gozaron hace 50 a?os.