Dos nacionalismos
El debate de pol¨ªtica general en el Parlamento catal¨¢n y las mociones de censura en el vasco parecen una lecci¨®n de historia contempor¨¢nea espa?ola. S¨®lo los simplificadores a ultranza que aplican un esquema doctrinal r¨ªgido sin molestarse en los matices pueden defender que todos los nacionalismos perif¨¦ricos son iguales (y por semejantes razones, condenables). De acuerdo con ese tipo de juicios, si traslad¨¢ramos esa forma de pensar a otras latitudes y a un contexto universal, resultar¨ªa que fueron lo mismo, por ejemplo, Mazzini, Hitler, Gandhi y Nasser.Pero las cosas son bastante mas complicadas. El nacionalismo catal¨¢n siempre ha sido posibilista, capaz de enunciar y desarrollar una tarea com¨²n para toda Espa?a y ampliamente compartido entre todos los grupos pol¨ªticos aunque con muchas gradaciones. Para ¨¦l vale la definici¨®n general que un partido juvenil, Acci¨® Catalana, hizo durante los a?os veinte del sentimiento nacional. El nacionalismo, asegur¨®, no es una doctrina de clase ni generacional; es, sobre todo, una plenitud que nace de la confianza en sus propias fuerzas de la sociedad que lo siente. Hoy, muchos a?os despu¨¦s, en un debate parlamentario esa realidad se traduce en una coincidencia sustancial en lo m¨¢s importante -el repudio de la violencia- y en la aprobaci¨®n de una serie de propuestas en que se entrecruzan las alianzas. Si CiU suscribe una moci¨®n con el PP como para ratificar su m¨¢s decisivo apoyo pol¨ªtico actual, al mismo tiempo se aprueba otra moci¨®n de cuatro de los cinco partidos m¨¢s representados sobre las matr¨ªculas automovil¨ªsticas y los dos m¨¢s importantes (CiU y PSC) coinciden en otra sobre la presencia de la Generalitat en las instituciones europeas. En el fondo lo que este panorama revela es una distancia reducida entre los grupos pol¨ªticos acompa?ada por movimientos t¨¢cticos que pueden cambiar de sentido. CiU y PSC est¨¢n, entre s¨ª, menos alejados que de sus posibles aliados ocasionales (PP y ERC, respectivamente). El PSC puede pedir la reforma del Estatuto y la Constituci¨®n, pero tambi¨¦n podr¨ªa haberlo hecho CiU; de todas las maneras eso siempre se presentar¨¢ como un proyecto lejano y vaporoso, no un peligro para nadie.
Con el nacionalismo vasco entramos en otro mundo. Siempre le ha caracterizado una angustia por la propia existencia de Euskadi que le ha convertido en proclive a la radicalidad, pero tambi¨¦n siempre ha oscilado pendularmente entre la demanda de independencia y el deseo de una autonom¨ªa amplia que tuviera en cuenta la pluralidad vasca. Hoy, despu¨¦s de un periplo estrat¨¦gico acompa?ado de errores y, lo que es peor, titubeos, necesita una seria reflexi¨®n doctrinal como la que le propone Joseba Arregui en La naci¨®n vasca posible (Cr¨ªtica). La debe hacer argumentando su propia postura m¨¢s que esgrimiendo la heterogeneidad de los prop¨®sitos del adversario. Le sobra, en cambio, toda esa artiller¨ªa gruesa con la que se le obsequia desde la derecha. Piqu¨¦ puede ser m¨¢s o menos viable, pero significa algo s¨®lido en la sociedad catalana. En cambio, porque no se ha sido capaz de encontrar nada semejante a un Piqu¨¦ vasco, el lenguaje de Iturgaiz, puramente reactivo,no pude tener un efecto m¨¢s contrario al prop¨®sito que ser¨ªa l¨®gico por m¨¢s que le acompa?e una estruendosa orquestaci¨®n medi¨¢tica. ?Imagina alguien que el trance de un presidente censurado en Madrid fuera descrito como "la agon¨ªa de un cobarde" o que el censor fuera el ¨²nico que tuviera tras de s¨ª la "ciudadan¨ªa democr¨¢tica"? Eso se ha escrito por periodistas de la capital que pretenden figurar como fr¨ªos analistas. Se puede entender cualquier alteraci¨®n en el juicio por parte de quien sufre la violencia. Lo que no es tolerable, en cambio, entre profesionales de la pol¨ªtica -o de la prensa-, de uno u otro signo, oscilar entre lo min¨²sculo y lo impresentable reivindicando el primer lugar al lado del ¨²ltimo cad¨¢ver. Como no es la primera vez que espect¨¢culos como ¨¦stos se producen cabr¨ªa decir, parafraseando a Oscar Wilde, que en una ocasi¨®n ya ser¨ªa una calamidad, pero la repetici¨®n demuestra pura negligencia. Urge catalanizar el nacionalismo vasco pero no menos necesario resulta que un nacionalismo espa?ol, ya palpable y, adem¨¢s, bien justificado, no se pierda en la senda del olvido de la pluralidad y la descarga de adrenalina.
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