El cerrojo
Todo el mundo pronunciaba la palabra solidaridad, todos solidarios en el uso libre y generoso de las palabras, todos los partidos y todos los apartidistas. Solidario: palabra muchas veces repetida que no significa nada. Le ha devuelto sentido un serm¨®n del p¨¢rroco de la iglesia de San Jos¨¦, calle de Sor Policarpa, en Almer¨ªa. El p¨¢rroco solicit¨® el domingo pasado, desde el p¨²lpito, solidaridad con los africanos que, encerrados en la iglesia, ped¨ªan permiso para vivir aqu¨ª. ?Qu¨¦ significa solidaridad para el p¨¢rroco de San Jos¨¦? Los vecinos protestan, no porque a los africanos se les niegue el derecho a vivir en Europa, sino porque en los alrededores de la iglesia hay mierda y basura, y mal olor a colch¨®n, cart¨®n y manta de campamento.El p¨¢rroco imploraba solidaridad para solucionar la peste: que cada vecino deje entrar a dos africanos en el cuarto de ba?o de su casa. Promet¨ªa, a cambio, recompensa divina para los vecinos solidarios. Pero los vecinos conf¨ªan menos en su p¨¢rroco que los africanos en las autoridades que auguran permisos para casi todos. Es in¨²til que el p¨¢rroco cite el Evangelio antes de repetir:
-Abrir el ba?o a una sola de estas personas no quedar¨¢ sin recompensa.
Lo de la solidaridad est¨¢ bien, lo de la recompensa divina suena a gloria, pero, cuando piden a cambio de palabras celestiales que abramos el ba?o al desconocido, se acaban los buenos sentimientos y empiezan la desconfianza, la repugnancia, lo intolerable. Ya est¨¢ bien. ?Qu¨¦ tiene que ver Dios con un retrete? Una cosa es el amor a Dios y otra el abuso del pr¨®jimo. Y la ola africana s¨®lo est¨¢ en su principio. En Bilbao, mientras irrumpe en la Gran V¨ªa un desfile de camioneros que interpretan un extraordinario concierto de bocinas contra el precio del gas¨®leo (aut¨¦ntica m¨²sica contempor¨¢nea), leo que 500 africanos acaban de desembarcar en Tarifa, y los veo en las fotos, apoy¨¢ndose unos en otros, exhaustos pero no rendidos, deseando encontrar apoyo aqu¨ª.
La solidaridad se inunda y se enfanga en cuanto el p¨¢rroco nombra nuestro cuarto de ba?o. Tambi¨¦n la concordia ha sufrido una transmutaci¨®n. Mientras la exposici¨®n Jesucristo y el emperador cristiano celebra haber recibido en la catedral de Granada 125.000 visitas, el Rey, en Toledo, en otra catedral, pronuncia un discurso sobre Carlos V, precursor del ideal de concordia en Europa. Los que escriben discursos reales pueden despreocuparse de la mayor o menor realidad de sus palabras, que al fin y al cabo pronunciar¨¢ otro: hablan de concordia, pero el emperador Carlos fue verdugo de los comuneros de Castilla, ac¨¦rrimo enemigo de Francia y el papa Clemente VII, espada del papa contra los luteranos y saqueador de Roma, aborrecido en Europa en muchos sitios: lo normal para un pr¨ªncipe de su tiempo.
La idea de concordia de estos d¨ªas significa exactamente esto: acuerdo y paz entre los nuestros, s¨®lo entre nosotros. ?No es posible un ideal de concordia con los que son distintos o a¨²n son adversarios y enemigos? Estamos adquiriendo una mentalidad guerrera, cerrada.
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