Los restos de la rebeli¨®n
Los escenarios clave de la revuelta popular en Belgrado se han convertido en centros de peregrinaci¨®n
Los puntos m¨¢s candentes de la rebeli¨®n popular del 5 de octubre contra el r¨¦gimen de Slobodan Milosevic en Belgrado -el Parlamento federal, la televisi¨®n serbia (RTS) y la perfumer¨ªa arrasada del hijo de Milosevic- se han convertido en centros de peregrinaci¨®n. Ayer, en el centro de la capital, familias con ni?os desfilaban por all¨ª para curiosear y hacerse fotograf¨ªas junto a los restos de una docena de veh¨ªculos policiales incendiados. Al mismo tiempo, los alrededores de la residencia de Milosevic, en el barrio elegante de Dedinje, se encontraban protegidos por un elevado n¨²mero de polic¨ªas y algunos soldados. La tumba y el museo del legendario mariscal Tito, el dictador que mantuvo unida con mano f¨¦rrea Yugoslavia durante 35 a?os, se hallaban cerrados a cal y canto, sin m¨¢s presencia humana en las cercan¨ªas que los soldados de guardia.El olor a quemado, mezclado con otro m¨¢s penetrante a orines, ventanas destrozadas, papeles rotos por el suelo y 14 veh¨ªculos policiales calcinados es lo que queda de la rebeli¨®n del 5 de octubre, cuando un pueblo enfurecido dio la puntilla al r¨¦gimen desp¨®tico de Milosevic. Un padre, con una hermosa mujer al lado, fotograf¨ªa a sus ni?itas rubias junto a un coche de polic¨ªa volcado y quemado en la parte trasera del Parlamento. Una mano an¨®nima escribi¨® sobre los restos calcinados la pregunta: "?Polic¨ªas!, ?por qu¨¦ no est¨¢bais dentro?". En otro coche quemado aparece pintada la palabra "victoria". En otro: "Se acab¨® el 5 de octubre de 2000". Despu¨¦s de que el padre toma la fotograf¨ªa, se cambia con su mujer, para que a su vez ella le inmortalice junto a sus hijas y los restos de la rebeli¨®n popular.
A las puertas del Parlamento se ha formado un extra?o servicio de vigilancia, de individuos de paisano, que impiden la entrada al p¨²blico. No dan explicaciones de qui¨¦nes son, ni de qui¨¦n les ha encomendado la tarea de custodiar el edificio arrasado por la ira del pueblo. Cuando uno de los vigilantes conversaba con el enviado de EL PA?S, se acerc¨® un hombret¨®n con barba oscura y cerrada de varios d¨ªas, le echa un rapapolvo y dice: "No hay nada que declarar". El hombr¨®n explica que est¨¢n all¨ª 30 personas desde hace cuatro d¨ªas y que est¨¢n muertos de fr¨ªo y "sin fuerzas". "Somos simples ciudadanos que llegamos el primer d¨ªa para apagar el fuego, que no lo prendi¨® la gente, sino que lo hicieron desde adentro. Somos el pueblo que no quer¨ªa saqueos y estuvimos dos noches peleando con los ladronzuelos". A la pregunta de si les encarg¨® la polic¨ªa la tarea, el hombre responde: "No se hagan los ingenuos. Tambi¨¦n en Grecia, cuando cay¨® la junta militar en Atenas, hubo un periodo de transici¨®n. ?Qu¨¦ dice de la polic¨ªa? Nosotros nos autoorganizamos y defendemos nuestra historia". M¨¢s tranquilo, el hombre cuenta que hace 10 a?os trabajaba en la industria del turismo, hasta que se hundi¨®, y despu¨¦s se dedic¨® al taxi. Dice no pertenecer a ning¨²n partido. Tiene 47 a?os. A la pregunta de c¨®mo se llama, responde: "Mi nombre es serbio. Es el m¨¢s bonito de todas las galaxias".
Contempla los destrozos un viejo conocido del enviado de este peri¨®dico. Se trata de un polic¨ªa de paisano, encargado en los d¨ªas de los bombardeos de la observaci¨®n de los periodistas extranjeros. El polic¨ªa explica que est¨¢ alejado de sus antiguas funciones. "Estaba demasiado cerca de todos ustedes", responde. Sobre esta nueva ¨¦poca, comenta: "Me gusta. Es el tiempo de mis hijos". Dos mujeres jubiladas se muestran indignadas ante el destrozo. Jelena Jankovic, de 60 a?os, explica que ella hab¨ªa trabajado en aquella perfumer¨ªa antes de que fuera propiedad del hijo de Milosevic, a quien no conoce de nada. La anciana recibe 900 dinares mensuales de renta (2.500 pesetas al cambio de mercado negro). Esa cantidad pag¨® ayer por un discreto almuerzo el enviado de este peri¨®dico. Jankovic est¨¢ indignada con semejante "muestra de gamberrismo" y a?ade: "Yo viv¨ªa en Francia cuando De Gaulle. Hubo cambios, pero no pas¨® nada de esto. Es una verg¨¹enza. Antes no pasaba esto". No est¨¢ contenta Jankovic con el cambio: "No me gusta la indisciplina. Me gusta la disciplina en casa y en la calle", contesta.
A su lado, Natalia Nikolic, una ingeniera jubilada de 70 a?os que recibe 3.000 dinares de pensi¨®n (unas 8.000 pesetas), explica: "Yo vot¨¦ a Kostunica, pero me arrepiento de ello". A su vera, su nieta Divna, una belleza de 15 a?os y 1,80 de estatura, le dice: "Pero, abuela, esto no lo hizo Kostunica". La abuela rectifica, en parte: "Ya s¨¦. Yo respeto a Kostunica. Esto es obra de la CIA, seguro que de la CIA".
En el restaurante, el camarero se alegra de la vuelta de periodistas extranjeros y explica: "Aqu¨ª las cosas no cambian. Da igual qui¨¦n sea el presidente. Lo que hay que cambiar es la cabeza de los serbios, y eso lleva mucho tiempo".
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