Yugoslavia: dudas y certezas
Cuando, en abril de 1992 (regresando de entrevistarme con Milosevic en Belgrado y cargado de la frustraci¨®n y la rabia que siempre provocaron en m¨ª los encuentros que mantuve con el criminal), me dirig¨ªa de regreso a Sarajevo, los serbios radicales ya hab¨ªan iniciado su pol¨ªtica de tierra quemada en la zona fronteriza de Bosnia con Serbia, a lo largo del r¨ªo Drina. Fui detenido por el Ej¨¦rcito federal en el lado serbio del puente de Zvornik. Pero, dado mi cargo y la bandera azul desplegada en mi veh¨ªculo, logr¨¦ convencer a los militares de que me dejaran paso.Me siguieron algunos periodistas, y sus testimonios gr¨¢ficos dieron la vuelta al mundo. Fue un poco suicida, pues los alrededores de Zvornik estaban siendo bombardeados con intenso fuego artillero y por algunos aviones. La ciudad, de mayor¨ªa musulmana, pr¨¢cticamente tomada por los paramilitares serbios, conoc¨ªa un tiroteo constante en los suburbios y una intensa actividad en el centro: docenas de barbudos cargaban cad¨¢veres de hombres, ancianos, mujeres y ni?os en camiones mientras otros desvalijaban casa por casa cargando otros camiones con lo que fueron propiedades de los muertos y de los huidos. Los charcos de sangre a medio coagular hicieron patinar mi veh¨ªculo.
All¨ª fui detenido y entregado a un comandante manchado de sangre ajena que no apreci¨® tenerme de testigo. Fueron necesarias m¨¢s de tres horas para convencerle de que era amigo, que ven¨ªa de ver a Milosevic y me dirig¨ªa a una reuni¨®n con Karadzic. Y tambi¨¦n algunas llamadas en las que, seg¨²n mi ch¨®fer int¨¦rprete, se discuti¨® seriamente qu¨¦ hacer conmigo, con una preocupante limitaci¨®n de opciones: liquidarme o dejarme ir.
Cuando finalmente se me permiti¨®, a mi propio riesgo, atravesar las barricadas instaladas en la carretera que conduce a Tuzla y hab¨ªa recorrido algunos kil¨®metros, me encontr¨¦ con una columna de varios centenares de civiles bosnios destrozados (escasamente protegidos por algunos hombres mal armados) que me rodearon llorando, gritando, expresi¨®n pura del horror vivido. Logr¨¦ comunicar por radio con Sarajevo, los declar¨¦ bajo mi protecci¨®n y esper¨¦ con ellos la llegada de camiones y autobuses, mientras se acercaba el fuego serbio. Logramos llegar a Tuzla.
Ese d¨ªa fue clave para m¨ª el resto de la mal llamada guerra: comprob¨¦ la implicaci¨®n directa del Ej¨¦rcito federal en las masacres (la artiller¨ªa y aviaci¨®n serbias bombardeaban Zvornik desde territorio serbio). Comprob¨¦ que la l¨ªnea de mando estaba en Belgrado, pues era all¨ª donde consultaba el comandante sobre mi vida o mi muerte. Constat¨¦ que las informaciones que nos llegaban sobre la brutalidad criminal de los radicales serbios no era exagerada, sino que reflejaba muy p¨¢lidamente lo que esa misma tarde califiqu¨¦, en masiva rueda de prensa en Sarajevo, como limpieza ¨¦tnica, teniendo el triste honor de haber sido el primero en usar esa calificaci¨®n de los cr¨ªmenes. Y tambi¨¦n comprob¨¦ que nuestra misi¨®n humanitaria era necesaria, pero tambi¨¦n una trampa para lavar las conciencias de Occidente, pues poco se pod¨ªa hacer por las v¨ªctimas si no se paraba a los asesinos: en algunos casos, como el que relato, ayudar con transporte a la limpieza ¨¦tnica.
Es posible que alguien piense que me dej¨¦ impresionar, y es cierto, aunque, para mi desgracia, y muy especialmente para la de las v¨ªctimas, yo no era un novato en la visi¨®n del dolor ajeno. Un a?o y medio m¨¢s tarde, exhaustos y horrorizados, mis colegas y yo hab¨ªamos acumulado informaci¨®n para varios juicios. Y nuestros testimonios (no nuestras opiniones o an¨¢lisis) ante el Tribunal de La Haya est¨¢n siendo decisivos: no puedo olvidar Srebrenica, versi¨®n ampliada de la masacre de Zvornik, y all¨ª, ante los cascos azules.
Desde que en abril de 1993 este peri¨®dico me sac¨® en portada de su dominical, con un titular de Yo acuso, he tenido el honor de publicar en este medio m¨¢s de treinta art¨ªculos sobre esa regi¨®n del mundo llamada ex Yugoslavia. Espero que ¨¦ste sea el ¨²ltimo. E incluso pens¨¦ en ahorrar al peri¨®dico y a los lectores el esfuerzo de su publicaci¨®n y lectura. Pero algunas opiniones aparecidas en estas p¨¢ginas durante la maravillosa demostraci¨®n de voluntad ciudadana que ha puesto fin (de manera parcial, pero cada d¨ªa m¨¢s irreversible) al poder del criminal me han llevado a abusar de nuevo de ustedes.
El profesor Carlos Taibo (con el que no he logrado estar de acuerdo a lo largo de tres guerras y una sublevaci¨®n), en un art¨ªculo en el que refleja su indudable conocimiento sobre la regi¨®n y sus actores internos y externos, vuelve a demostrar algo que me ha venido preocupando seriamente por a?os: es posible saber mucho y no entender casi nada (en algunos casos, hasta puede acontecer que te sit¨²es del lado equivocado, en t¨¦rminos ¨¦ticos y pol¨ªticos). Sobre todo cuando al conocimiento (que nunca es neutro) se le a?aden algunos prejuicios posideol¨®gicos de los que parecieran perdurar con insistencia tan admirable como in¨²til en nuestro pa¨ªs. D¨ªcese de algunos que se la cogen con papel de fumar, y de eso hablamos.
Porque cuando algunos deciden escribir la historia con el trazo grueso de las bombas, de las violaciones masivas, de la destrucci¨®n sistem¨¢tica y de las fosas comunes; cuando resulta ya impensable que la terca realidad de destrucci¨®n f¨ªsica y moral, constatable y constatada (aunque nos falten todav¨ªa varios miles de cad¨¢veres por exhumar de las fosas), pueda ser cuestionada por disquisiciones hist¨®ricas, por la credibilidad que se otorga a las mentiras de los asesinos, a las medias verdades de los diplom¨¢ticos y a las pr¨ºt-¨¤-porter de un modelo de pol¨ªtico demasiado abundante, me parece pat¨¦tico que se siga matizando constantemente hasta perderse en vez de tomar partido hasta mancharse. Y a trazo grueso, porque hay momentos en que se exige de nosotros esa capacidad de mojarnos, y s¨®lo desde una clara posici¨®n (a uno u otro lado de la barricada) podremos dedicar el tiempo que nos quede a la matizaci¨®n y a la cr¨ªtica de aquellos con los que compartimos resistencia o combate. Y creo haber aprendido a no dudar desde la raz¨®n, cuando no hay escapatoria ¨¦tica, en qu¨¦ lado situarme.
En el art¨ªculo del profesor Taibo El hervidero yugoslavo (EL PA?S, 6 de octubre de 2000), se evita cuidadosamente calificar a Milosevic como lo que es, es decir, un genocida y dictador, pero s¨ª se nos advierte contra la sospechosa "prisa" de Kostunica cuando "se inclin¨® por no concurrir a la segunda vuelta electoral y puso las cosas dif¨ªciles a los sectores del r¨¦gimen inclinados a admitir, antes o despu¨¦s, la victoria del candidato opositor", y eso cuando todav¨ªa le faltaba "un 1% para alcanzar la mayor¨ªa absoluta".
El profesor nos pide comprensi¨®n y tiempo para un r¨¦gimen de ideolog¨ªa parafascista mientras reclama las condiciones de una trucada legalidad para cuestionar la legitimidad de un proceso hist¨®rico. Y denuncia como "nada saludable y mucho de injerencia" las declaraciones de los gobiernos occidentales que anunciaban el levantamiento de las sanciones que pesaban sobre Serbia si ganaba la oposici¨®n al r¨¦gimen. La verdadera injerencia nada saludable ha sido la que, en forma de genocidio, aplic¨® Milosevic a los otros pueblos de Yugoslavia, y prefiero, en casos como ¨¦ste, las calificaciones de la ONU o del Tribunal Penal que las opiniones personales. Y saludo la celeridad con que Europa ha respondido a los cambios emprendidos, demostrando que de serbofobia, nada. Algo de antifascismo saludable, por fin.
Pero no acaba aqu¨ª la confusi¨®n. Ahora sigue el insulto a las conciencias. "Llevados de un deseo al parecer irrefrenable, el de sacarnos de encima a Milosevic, muchos de nuestros analistas se han dejado cautivar por una pat¨¦tica idealizaci¨®n de Kostunica". Francamente, es inadmisible que quien tiene el privilegio de crear opini¨®n en el diario m¨¢s importante de nuestro pa¨ªs, al d¨ªa siguiente de la fiesta y del triunfo democr¨¢tico del pueblo serbio, se atreva a plantear que el deseo y el derecho a exigir primero, y a celebrar despu¨¦s, la ca¨ªda del dictador sea motivado por una "pat¨¦tica idealizaci¨®n" del actual presidente de Yugoslavia y por un sospechoso y acelerado deseo de sustituci¨®n del dictador. Desde las c¨¢tedras de ciencia pol¨ªtica no se puede pedir paciencia a los pueblos de los Balcanes que ya han sufrido por bastante tiempo la tiran¨ªa del pir¨®mano de los Balcanes y las contagiosas consecuencias de los odios desatados. Cuando triunfa la democracia, puede ganar alguien que no nos guste. A m¨ª no me gusta Aznar, pero no confundo mis deseos con los derechos.
No es aceptable tampoco que se coloque al mismo nivel la pol¨ªtica de un genocida y sus cr¨ªmenes que los errores que puedan cometer aquellas democracias que tratan de frenarlos. La OTAN ser¨¢ lo que sea, pero no es "una oscura alianza militar" ni sus errores expresan una voluntad de exterminio de los serbios. Bastar¨¢ el cambio democr¨¢tico en Serbia para constatarlo. Si algo han hecho mal, y muy mal, nuestros dirigentes europeos y occidentales es haber dudado oficialmente de la implicaci¨®n directa del s¨¢trapa en la conducci¨®n de los horrores en Croacia y Bosnia, salvarlo en Dayton y esperar a que se lanzara al genocidio en Kosovo para actuar tarde, mal y a medias: esa actitud ha hecho m¨¢s da?o a los serbios que los ataques de la OTAN. Y aprovecho para, no sin pudor, pedir que se utilicen cifras, porque los anum¨¦ricos contribuyen siempre a la confusi¨®n de lo importante.
En definitiva, el profesor no deja casi t¨ªtere con cabeza. La ¨²nica que queda es la de Milosevic, ya que para Taibo no merece ni una sola l¨ªnea su responsabilidad en los cr¨ªmenes y, por tanto, ante el Tribunal Penal Internacional (ICTY). Pero quiz¨¢ aplauda a Garz¨®n por Pinochet, como yo lo hago, s¨®lo que prefiero una Corte Internacional competente que un juez, aunque sea mi amigo, y que se juzgue a todos, no s¨®lo a nuestros enemigos. El pensamiento de Taibo siembra la duda sobre todos: Kostunica, la oposici¨®n serbia, los centenares de miles de serbios en la calle, los gobiernos occidentales, la OTAN y los que no pensamos como ¨¦l. Sus recelos intelectuales no empa?ar¨¢n la alegr¨ªa de los que, viendo y viviendo la tragedia de los pueblos yugoslavos, sentimos una emoci¨®n profunda, de respeto por las v¨ªctimas y de esperanza en medio de los nubarrones que quedan por despejar, pero que no nos impiden ver el firmamento.
Sus an¨¢lisis llegan tarde ante el juicio de la historia. Kostunica resuelve las dudas con hechos. Y con toda prudencia, pero sin pausa, se suceden las dimisiones y las iniciativas. Casi siempre la historia va por delante de los historiadores. Como la realidad del derecho. Pero no debe ir por delante de la pol¨ªtica. Algunos esperan apalancados en la duda. Otros apuestan por los sue?os y trabajan para que se hagan realidades. El sue?o de una Serbia democr¨¢tica, reintegrada a la ¨²nica Europa posible, vale la pena de ser trabajado. Y con los actores elegidos, a pesar de las trampas y de los enga?os.
S¨®lo la justicia imprescindible permitir¨¢ a un amplio espectro de nuevos negacionistas, por activa o por duda sistem¨¢tica, conocer la verdadera dimensi¨®n y naturaleza de los planes puestos en cruel pr¨¢ctica por el m¨¢s repugnante especimen de humano que ha gobernado en Europa la ¨²ltima d¨¦cada, frente al cual la suma de errores de nuestras democracias son, ellos s¨ª, casi cuesti¨®n de matices. Pero en ning¨²n caso, en ninguno, elementos para descalificaciones tan rotundas como injustas y cargadas de prejuicios.
No me da ninguna verg¨¹enza estar del lado de las democracias. Y luego, y desde aqu¨ª, ya hablaremos de lo que ustedes quieran.
Jos¨¦ Mar¨ªa Mendiluce, eurodiputado y escritor, fue Coordinador Humanitario de las Naciones Unidas para la ex Yugoslavia (1991-1993).
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