Modernos
Esta ma?ana camino por la calle, cartera al ristre, cuando una muchacha me tiende, con un gesto de repartidor rutinario, un horrendo folleto explicativo con la cara de un ni?o marcada por un c¨®digo de barras. Leo en el panfleto, de color amarillo, con la fotograf¨ªa triste en blanco y negro, que se necesitan quinientas firmas contra la explotaci¨®n laboral infantil. ?Quinientas?, me pregunto; ?yo podr¨ªa conseguir mil!, me digo acto seguido, tal vez subestimando mis posibilidades, o tal vez sobreestim¨¢ndolas, pura comodidad.El art¨ªculo ¨²nico de la proposici¨®n de ley reza: "Todo importador de productos manufacturados de cualquier clase y materia, que hayan sido elaborados fuera de los pa¨ªses que componen la Uni¨®n Europea, deber¨¢ obtener del correspondiente exportador, antes de la entrada de la mercanc¨ªa en Espa?a, [un] certificado expedido por el fabricante en el que se exprese de forma expl¨ªcita que en ninguno de los procesos de producci¨®n ha intervenido mano de obra infantil". Cuando releo la proposici¨®n de ley unas cuantas veces, la cosa deja de tener sentido. ?Y si los ni?os necesita el trabajo?, me pregunto. ?Y si los padres necesitan el dinero?, pienso. ?Y si en aquel pa¨ªs del tercer mundo, unas pocas fanegas de cereal son comparables a un banquete de boda para nosotros? De pronto, parece que he llegado a la soluci¨®n del misterio: la ausencia de calor que se nota en la ley redactada, tan fr¨ªa, tan poco humana, es una trampa m¨¢s de la agresiva dial¨¦ctica legislativa, poco dada al humorismo, poco cercana al ser humano, sea cual sea su prop¨®sito.
Nadie entiende las leyes porque est¨¢n mal escritas. No se dirigen a nadie en concreto, sino a una masa informe de gente, o deber¨ªa decir a una masa mal informada a la cual le cuesta mucho leer la ley. La educaci¨®n es necesaria hasta para m¨ª, reflexiono cuando me alejo, tras haber doblado el panfleto amarillo y negro para poder guardarlo en el bolsillo. Estos ni?os deber¨ªan estar en la escuela, en lugar de trabajar desde tan temprana edad, en lugar de mojar con su sudor la tierra. Estos ni?os deber¨ªan estar descansando sus mentes en los libros.
Me acabo de comprar un libro en una librer¨ªa. Se trata de un simple libro. Voy presumiendo de mi libro cuando camino por la calle, porque me considero culto. Y sin embargo me falta la cultura de esos ni?os. Y me sobra la tremenda incultura, la abominable falta legislativa que sigue permitiendo que esos ni?os no lean. Para comprarse un libro, tal vez deber¨ªan trabajar durante semanas o meses. Para comprarse un libro tal vez deber¨ªan viajar a un pa¨ªs rico donde haya librer¨ªas. Pero para eso es necesario que sepan leer.
En fin, creo que leer el panfleto con atenci¨®n ha tenido m¨¢s m¨¦rito que comprar un libro en una librer¨ªa. Retorno sobre mis pasos, y me siento en un parque soleado, junto a los viejecitos. El ni?o me mira, y su cara de tristeza se torna de pronto en una expresi¨®n de odio que mis ojos no quisieran ver. El ni?o me da miedo. El ni?o me est¨¢ acusando. Me siento tan amenazado que mis ¨²nicas defensas son escribir un art¨ªculo y conectar con la p¨¢gina web www.trabajoinfantil.com. O mandar un e-mail a: comunicaci¨®n@trabajoinfantil.com.
La ley va dirigida al ser humano, tomando al ser humano por legislador. Muy diferente es el destino de estos panfletos, que normalmente acaban en la papelera, por el cansancio que produce leerlos. Lo que hace falta es educaci¨®n, en el amplio sentido de la palabra. Yo he dado la vuelta a mi panfleto, y ahora reposa, en blanco, sobre mi mesa, y me produce una paz infinita. Ya no puedo leerlo, pero en mi mente ha quedado -qu¨¦ sorpresa- un art¨ªculo de ley, al que podr¨ªamos referirnos si utiliz¨¢semos el coraz¨®n.
Ahora el sol ya no es lo que era. Ni siquiera la plata es tan plata, ni el verde tan verde. Nuestros legisladores vuelan por el limbo, y nosotros continuamos nuestro camino, hacia el infinito de las potencias elevadas al cubo. Somos tan modernos.
Mientras tanto, el 30% de los espa?oles considera la inmigraci¨®n "perjudicial para la raza".
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