Cine, cine
Si ning¨²n milagro lo remedia, el pr¨®ximo mes de noviembre desaparecer¨¢n del centro de Alicante, tras m¨¢s de medio siglo de historia, tres grandes salas de cine: el Carlos III, el Monumental y el Casablanca. Al parecer, la empresa Luis Mart¨ªnez S¨¢nchez, SA, se ha visto forzada a tomar esta decisi¨®n ante la abrumadora competencia que suponen los complejos de ocio y el incremento desmedido de 19 salas de exhibici¨®n a las 54 actuales tras la irrupci¨®n de la Warner en la ciudad. Se trata de una decisi¨®n amarga pero l¨®gica si se tiene en cuenta que para los pr¨®ximos meses se ha previsto la inauguraci¨®n de 58 nuevos cines en distintos centros de inminente construcci¨®n.?Qu¨¦ les puedo decir? Estas cosas le ponen a uno sentimental por mucho que se empe?e en mirar el futuro con ojos de complicidad y de arrebato. La de historias que se me vienen de golpe cuando miro hacia atr¨¢s y me contemplo a m¨ª mismo, solo o en compa?¨ªa de alguna adolescente de trenzas rubias y faldita plisada, asistiendo al estreno de New York, New York con una Liza Minnelli de labios rojos y espl¨¦ndidos a la que contemplaba extasiado desde una butaca del Monumental. O aquella sesi¨®n en el Carlos III donde Adi¨®s al macho, de Marco Ferreri, fue el tel¨®n de fondo de una pat¨¦tica despedida de mi novia de entonces. En aquellos lugares que dentro de poco ser¨¢n pasto de la especulaci¨®n y se llenar¨¢n de oficinas bancarias, productos de todo a cien o mesas con cartones de bingo, he viajado con George Lucas por todas las galaxias, he re¨ªdo con Woody Allen, llorado con la Streisand, he dado mi gran golpe junto a Paul Newman y Robert Redford y he visto las cat¨¢strofes de la gran civilizaci¨®n ante la sacudida de un terremoto con efectos especiales y un coloso en llamas que echaba por tierra la grandeza de Occidente. Y all¨ª, en el mismo Casablanca, agarrado a la mano h¨²meda y nerviosa de alguien ya muy lejano, perd¨ª la fe contemplando Jesucristo Superstar en versi¨®n subtitulada. Al menos, como en aquella canci¨®n de Serrat, nos queda ese consuelo: el de esos fantasmas que no descansan en paz y que, entre no-do y no-do, se colaron para siempre en nuestras vidas.
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