Dos miradas, dos apuestas
En estos d¨ªas se muestran en Bilbao obras de Eduardo Arroyo, en la Galer¨ªa Colon XVI, y de Crist¨®bal Toral, en la Galer¨ªa Tavira (que se ha trasladado de Alameda Rekalde, 25 a Ajuriaguerra, 12). Mientras Toral ha cumplido sesenta a?os, Arroyo los sobrepas¨® hace tres a?os. Sus obras poseen altas cotizaciones, a tenor por los treinta millones de pesetas que piden por cada una de las de mayor tama?o que se exhiben en la capital bilba¨ªna. Dos hechos coincidentes, mas con trayectorias art¨ªsticas totalmente divergentes.Eduardo Arroyo se ha movido en el terreno de los tanteos est¨¦ticos y en la persuasiva corrosi¨®n de la inventiva, en tanto que Crist¨®bal Toral se ha aferrado al acomodo de lo seguro. El primero toma el color negro como arma y alma narrativa, buceando en los dominios del claroscuro. Entiende que con lo negro puede llamar a las ardientes puertas de la ambig¨¹edad, "la madre del cordero" de todo gran arte. En lo negro vive lo tr¨¢gico, pero tambi¨¦n es un buen conducto para que destaque lo c¨®mico por encima de la relaci¨®n con otros colores m¨¢s festivos. As¨ª ocurr¨ªa en las obras mostradas en el Museo de Bellas Artes de Bilbao a?os atr¨¢s, donde se sent¨ªa la sensaci¨®n de que desde los cuadros nos vigilaban cada movimiento nuestro, sin que consigui¨¦ramos saber qui¨¦nes eran unos personajes de los que tan s¨®lo ve¨ªamos la imagen de los talones que se alejaban.
En las obras de la Galer¨ªa Col¨®n XVI no percibimos esa sensaci¨®n extra?a de sentirnos vigilados. Esta vez lo festivo se torna exultante. Obras de muy diferente corte llenan el ¨¢mbito galerista. Dos enormes casas, la de Blanca Nieves y Manolete, flanquean la entrada con cierta solemnidad de buen empaque pl¨¢stico. Frente por frente, un Cyrano cazador nos hace mover la cabeza para verlo mejor, mientras nuestro interior fragua algo que tiene que ver con lo fe¨¦rico. Si los siguientes pasos nos conducen hacia la parte de arriba para contemplar el resto de la muestra, all¨ª veremos, en pocos metros de pared, variadas propuestas; todas ellas de acreditado fundamento, salvo las de la efigie de Bergam¨ªn, que resultan harto enigm¨¢ticas, justo porque desconocemos las claves iconogr¨¢ficas que sobrevuelan al propio Bergam¨ªn.
Todo el frescor pl¨¢stico, humor ir¨®nico, talento vivo que pululan por la cabeza y manos de Eduardo Arroyo, tiene su contrapunto en la pintura en exceso repetitiva de Toral. Es una pintura facilona, cargada de comercialidad. Con una factura caduca y relamida, que insiste en recalcar lo notorio, parece como si buscara el aplauso de aquellos espectadores que s¨®lo pueden hablar de arte si se les presenta el tema con todo detalle.
Y as¨ª, esos espectadores abrir¨¢n la boca de asombro ante la mano del artista que pinta unas sand¨ªas abiertas, con su pepitaje de ¨¦bano h¨¢bilmente trazado -tal es el caso de algunas obras de Toral-, para acabar rendidos a los pies de su autor. Mientras esas bocas sigan abiertas de aldeaniego asombro, cualquier cosa puede exhibirse con notable y seguro ¨¦xito en cualquier galer¨ªa de arte de nuestro entorno cultural. Para ocasiones como esta, nada mejor que escuchar a El¨ªas Canetti con su concluyente admonici¨®n: "?Qu¨¦ convincente suena todo cuando se sabe poco!".
Las mujeres en habitaciones solitarias quieren comunicar una melancol¨ªa al modo de Edward Hopper , pero les vence un sopor garbancero, poco atrayente. Los bodegones son poco convincentes, dada su factura pedestremente caduca, por m¨¢s que quiera darle un toque surrealista haciendo volar unas cuantas alcachofas. En cuanto a lo estrictamente dibuj¨ªstico se perciben fallos, sobre todo en la obra grabada (aguafuertes).
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