Globalizaci¨®n y nacionalismos
En medio de la crispaci¨®n que domina todo lo que concierne al tema vasco, lo que sigue, al plantear la posibilidad de afirmaci¨®n de identidades nacionales, en un tiempo en el que la mundializaci¨®n es un rasgo fuerte de la realidad, es una invitaci¨®n a tomar distancia, reflexionando por itinerarios alejados del fragor del debate inmediato, sin referencia a derechos hist¨®ricos, cuestiones ¨¦ticas o coyuntura pol¨ªtica.En primer lugar, el proceso de globalizaci¨®n, a la vez que genera ascenso de la dimensi¨®n mundial, tiende a producir una profunda recomposici¨®n de todos los espacios inferiores -desde los bloques regionales a los Estados, las comunidades no constituidas en Estados y los ¨¢mbitos locales-. En todos ellos aparecen nuevas restricciones y tambi¨¦n oportunidades, que no se limitan a la mera repetici¨®n de procesos hist¨®ricos previos. Tenemos ante nosotros un futuro en el que la posici¨®n relativa de los espacios mundial, regional, estatal, comunitario y local no est¨¢ ni r¨ªgidamente predeterminada, ni tiene por qu¨¦ combinarse de forma homog¨¦nea en todos los lugares del mundo. Ni avanzamos hacia una ineluctable uniformidad de ¨¢mbito global -que convertir¨ªa en meros anacronismos a las agrupaciones sociales basadas en relaciones de proximidad- ni se identifican con el progreso y la liberaci¨®n cualesquiera afirmaciones de colectivos que no han alcanzado hasta hoy forma estatal.
La conservaci¨®n, reproducci¨®n y fortalecimiento de la propia identidad de las sociedades -tanto la de las que la tienen plenamente reconocida en el plano pol¨ªtico como las que quieran tenerla o aspiren a desarrollarla- no es algo espont¨¢neamente otorgado por el curso de los acontecimientos, ya que laten en ¨¦ste pulsiones de diluci¨®n para las comunidades existentes y tambi¨¦n posibilidades de afirmaci¨®n de las mismas o de surgimiento de variantes que hoy no existen.
Los Estados tienden a perder la centralidad y exclusividad que tuvieron en los pa¨ªses avanzados en la ¨¦poca moderna. Sin embargo, deducir que estamos ante su extinci¨®n u obsolescencia es a todas luces aprior¨ªstico. Los Estados han tenido un fuerte protagonismo en la configuraci¨®n del proceso de globalizaci¨®n contempor¨¢neo y nada hace pensar que este proceso pueda prescindir de ellos en las pr¨®ximas d¨¦cadas. Lo cual no empece el reconocer que los hoy existentes son meros productos hist¨®ricos y por tanto contingentes y perecederos.
Nos adentramos, pues, en una senda de compleja combinatoria de identidades, que ser¨¢ funcional y enriquecedora all¨ª donde primen las complementariedades, disfuncional y empobrecedora donde dominen la fricci¨®n, el antagonismo y la exclusi¨®n -exclusivismo excluyente en el que mi afirmaci¨®n implica tu negaci¨®n y viceversa-.
En segundo lugar, se trata de un proceso en el que la dimensi¨®n temporal es determinante, una transformaci¨®n de largo alcance, que acent¨²a la incertidumbre. Sin embargo, es muy com¨²n que algunos de los que sistem¨¢ticamente recurren a argumentos formulados en t¨¦rminos de sujetos y tiempo hist¨®ricos, parad¨®jicamente, tienden a identificar esos procesos sociales, de gestaci¨®n secular, con la escala de su tiempo personal. Adem¨¢s, el ritmo a que puedan concretarse estas hipot¨¦ticas posibidades no va a venir determinado por acciones internas, por intensas y extremas que sean. Vivimos un mundo cada vez m¨¢s interrelacionado. La reconfiguraci¨®n de los espacios no va a estar definida por din¨¢micas aisladas. Estamos ante un proceso abierto que nadie, por mucho que lo desee, puede cerrar, un proceso con unos tiempos de gestaci¨®n no forzables con acciones unilaterales. La evoluci¨®n contextual espec¨ªfica influir¨¢. Las trayectorias requerir¨¢n la confluencia de otras evoluciones en muchos ¨¢mbitos. Los entornos concretos tienen que ser tenidos en cuenta. En nuestro caso, por ejemplo, las condiciones espec¨ªficas del ¨¢mbito europeo tienden a ser determinantes.
Resulta poco l¨²cido y puede llegar a ser enormemente costoso no ser conscientes de esta realidad. Determinados esfuerzos resultan sencillamente absurdos, por extempor¨¢neos, si pretenden forzar un decurso hist¨®rico que tiene otro ritmo o si socavan las condiciones necesarias para el logro de sus propios objetivos. No van a llegar antes, ni con m¨¢s profundidad, los que se apresuren. Luchar por llegar a tiempo y estar entre los mejor colocados en la m¨®vil l¨ªnea de salida, sin renunciar a nada que pueda ayudar a conseguirlo, parece racional en t¨¦rminos de estricta eficacia. Si pudi¨¦ramos hacer abstraci¨®n de la dimensi¨®n ¨¦tica y se tratara de alcanzar un objetivo inmediato, se entender¨ªa incluso extremar los medios, hasta el punto de que cualquier coste podr¨ªa estar justificado, por conflictivo o elevado que pudiera parecer. Pero si se trata de participar en un proceso de largo alcance, de generaciones, es poco sensato (consideraciones ¨¦ticas aparte) apresurarse como si estuvi¨¦ramos viviendo el ¨²nico momento de la verdad, el ahora o nunca. No se corren igual una carrera de cien metros y una marat¨®n.
En tercer lugar, lo que conocemos de la globalizaci¨®n en curso permite afirmar que las sociedades que van a tener m¨¢s posibilidades de ver fortalecida y reconocida su identidad son las que mejor consigan resolver una dif¨ªcil tricotom¨ªa. La primera exigencia es conservar y desarrollar los rasgos diferenciales, los que permiten que las sociedades se reconozcan a s¨ª mismas y se relacionen con las dem¨¢s desde su propia identidad. Es cierto que no llegar¨¢n a optar a las posibilidades que tender¨¢ a abrir el futuro las comunidades que, cuando la oportunidad de afirmarse surja, no existan con entidad suficiente, porque previamente se hayan diluido, por lo que es l¨®gico que lo primero sea sobrevivir. Es una exigencia que no debe ser interpretada de forma excluyente; la afirmaci¨®n identitaria precisa, para existir de forma significativa, ser sustancial (no marginal o folcl¨®rica), pero puede perfectamente ser mestiza, compleja.
Segunda exigencia. Las sociedades que aspiren a desarrollarse en un entorno globalizante necesitar¨¢n fortalecer su cohesi¨®n interna, porque las que est¨¦n desarticuladas dif¨ªcilmente ser¨¢n capaces de sobrevivir al contacto con la mundializaci¨®n. Esa cohesi¨®n inevitablemente tendr¨¢ que ser pluridimensional, es decir, social, cultural, institucional, econ¨®mica... Hay que ser conscientes de que el proceso de globalizaci¨®n que hoy conocemos tiende a corroer y a desintegrar todo lo que carece de una s¨®lida trama de interdependencias, est¨¢ internamente desvertebrado o aquejado de fisuras, de querellas internas, de contradicciones antag¨®nicas, de falta de proyecto o de prop¨®sito compartido. De nuevo conviene subrayar que cohesi¨®n y homogeneidad no son t¨¦rminos id¨¦nticos, la primera (cualidad de las cosas cuyas partes est¨¢n fuertemente unidas) puede construirse sobre el respeto de las diferencias, mientras que la segunda (conjunto formado por cosas del mismo g¨¦nero o muy semejantes) exige su desaparici¨®n. Es una problem¨¢tica que, con concreciones distintas, se les plantea a todos: Europa, Espa?a, Catalu?a, por citar algunos ejemplos; todos esos espacios sociales tienen en su seno diferencias y tambi¨¦n afinidades; resolver satisfactoriamente la exigencia de cohesi¨®n interna es imprescindible para llegar a existir de forma duradera, sin que sea soluci¨®n negar las diferencias o intentar sojuzgarlas o hacerlas desaparecer a trav¨¦s de la violencia.
Tercera exigencia. Ninguna sociedad podr¨¢ vivir cerrada sobre s¨ª misma, por lo que se convierte en esencial conseguir una buena relaci¨®n con el entorno, una relaci¨®n que no sea percibida por ¨¦ste como agresiva y que, a la vez, sea para la sociedad particular funcional y compatible con su propia pervivencia; a la postre, una relaci¨®n pac¨ªfica y enriquecedora. La problem¨¢tica de la inserci¨®n de las sociedades particulares en una realidad cuya dimensi¨®n global adquiere creciente entidad es una de las grandes cuestiones de nuestro tiempo, con la que tienen que enfrentarse los pa¨ªses, grandes o peque?os. Un desaf¨ªo apenas comprendido, que se vive de forma desigual. La globalizaci¨®n posibilita y niega, integra y excluye, impulsa y frena seg¨²n las caracter¨ªsticas de los espacios sociales y su forma de inserci¨®n en los procesos globales.
En cuarto lugar, algunas sociedades pueden ver comprometida su propia viabilidad. En este contexto, suscitan perplejidad las posiciones de quienes quieren encerrar el devenir hist¨®rico en la cristalizaci¨®n sublimada de lo existente (los Estados constituidos) y tambi¨¦n las de los que pretenden forzar el tiempo hist¨®rico (defensores de sociedades que tratan de mejorar su perfil propio y relativo dentro del concierto mundial), convirtiendo en una opci¨®n agon¨ªstica y urgente lo que inevitablemente est¨¢ llamado a tener una indeterminada y larga gestaci¨®n. Lo razonable es tratar de colocarse en las condiciones que mejor permitan captar las oportunidades que abra el futuro, que no ser¨¢n la reproducci¨®n mim¨¦tica de lo heredado, ni estar¨¢n hechas exclusivamente de nuevas versiones de los viejos Estados, en un juego de todo o nada.
Puede haber intentos de afirmaci¨®n que objetivamente resulten suicidas, ya que su formulaci¨®n y su pr¨¢ctica socavan, por ignorancia o falta de lucidez, las condiciones necesarias para la propia existencia de lo que pretenden. Det¨¦nganse por un momento a pensar quienes, a fuer de buscar la profundizaci¨®n de su perfil diferencial, hacen estallar en mil pedazos las bases sobre las que tiene que asentarse la imprescindible cohesi¨®n interna; comp¨¢rese su estrategia con la de quienes avanzan aparentemente m¨¢s despacio, pero buscan consolidar la identidad diferencial sin que sea a costa de la cohesi¨®n.
Tambi¨¦n las sociedades ya constituidas en forma de Estados se enfrentan a un desaf¨ªo, porque la problem¨¢tica expuesta afecta no solamente a los que buscan mejorar su identidad y reconocimiento internacional, sino tambi¨¦n a los que teni¨¦ndolos quieren conservarlos; nadie est¨¢ asentado en un derecho que le garantice continuidad si no desarrolla sus rasgos diferenciales, ni asienta su cohesi¨®n interna, ni logra una inserci¨®n positiva en los procesos globales. Esta interpelaci¨®n se dirige a quienes pretenden conservar lo que tienen, limit¨¢ndose a negar lo que perciben como amenazas disgregadoras, pero se olvidan de desarrollar creativa y tolerantemente las vinculaciones que, sin asfixiar a los dem¨¢s, pueden unir, justificar un proyecto compartido de futuro.
Espa?a, Catalu?a, Pa¨ªs Vasco, Galicia son algunas de las realidades sociales que, en el contexto europeo, participan en el juego abierto de evoluci¨®n indeterminada que estamos comentando. Naciones, nacionalidades, pueblos con una historia, un presente, un futuro sobre los que puede afirmarse que, si no quieren pagar un precio creciente al proceso de globalizaci¨®n, est¨¢n abocados a encontrarse, a establecer una articulaci¨®n positiva entre s¨ª -exigentes en los t¨¦rminos de su convivencia, ajenos a formulaciones fetichistas, activos en Europa, abiertos al mundo-. A partir de ah¨ª, los itinerarios podr¨¢n ser diferentes, sin que pueda decirse que, en el muy largo plazo, una soluci¨®n sea mejor que la otra, ni m¨¢s acorde con lo que podemos prever del futuro. Tal vez, unos ser¨¢n capaces de leer, y resolver con m¨¦todos adecuados, la triple exigencia de rasgos diferenciales, cohesi¨®n interna e inserci¨®n positiva en la mundializaci¨®n, mientras otros, en cambio, ser¨¢n incapaces de entenderlo, de convertir en pr¨¢ctica social y pol¨ªtica la comprensi¨®n de que ¨¦se es el terreno en el que se dilucida el futuro. Ser¨¢n los primeros los que consigan que su propuesta prevalezca, por alto que sea el esfuerzo, la notoriedad y el dolor que lleguen a generar los obtusos.
?ngel Mart¨ªnez Gonz¨¢lez-Tablas es catedr¨¢tico de Econom¨ªa Internacional y Desarrollo y autor de Econom¨ªa pol¨ªtica de la globalizaci¨®n.
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