Paisajes de oro

Por m¨¢s que Madrid posea el r¨¦cord nacional de espacios protegidos -casi un tercio de su superficie lo est¨¢-, debemos reconocer que no ganar¨ªa un concurso de belleza paisaj¨ªstica. La raz¨®n es clara: se ha protegido el ¨¢guila imperial, el acebo o la laguna glaciar, pero en el medio rural en el que est¨¢n inmersas tales rarezas no se ha hecho nada para evitar la moderna fealdad: ante la alambrada, la l¨ªnea de alta tensi¨®n o el adosado de ladrillo hay un¨¢nime encogimiento de hombros. El progreso ha arruinado la dignidad de los viejos paisajes. Nos hemos acostumbrado, como dice Eduardo Mart¨ªnez de Pis¨®n, "a ser habitantes de paisajes que duran menos que nosotros".Esta fea costumbre nuestra se nos hace m¨¢s evidente, por contraste, cuando pasamos a la vecina ?vila. Remontando el Alberche desde San Mart¨ªn de Valdeiglesias, m¨¢s all¨¢ de ese rosario de embalses, embarcaderos, chiringuitos y urbanizaciones que ha merecido el denigrante bautismo de playa de Madrid, vemos a un r¨ªo todav¨ªa montaraz abrirse paso por la umbr¨ªa de Gredos entre espesas alisedas, prados bien acotados con cercas de piedra seca, regueras cantarinas, almiares, chozos de granito techados con rama de piorno y molinos donde la ruina a¨²n no ha hecho estragos. No es s¨®lo una percepci¨®n est¨¦tica. Este paisaje, en su sobriedad, rezuma ¨¦tica.

Mas tambi¨¦n aqu¨ª se advierten ya signos de degeneraci¨®n: la r¨²stica portilla de madera de algunos cercados ha sido suplantada por un somier -uso vulgar¨ªsimo que se ha extendido a todo el campo castellano desde la sierra madrile?a, donde hay m¨¢s somieres durmiendo al raso que bajo techo- y el vicio del asfalto ha sepultado el viejo camino de Navalosa a Serranillos bajo una carretera -tan reciente que no figura en los mapas- cuyo paso por el Alberche, sobre pilares de hormig¨®n, tiene acogotado a un bello puente medieval de dos ojos asim¨¦tricos. Aqu¨ª, huyendo de los abusos del progreso, comienza nuestra andadura.

Desde dicho puente vamos a seguir la pista de tierra que acompa?a al r¨ªo aguas abajo por su margen derecha, rechazando un primer desv¨ªo poco marcado a la diestra y tomando en la siguiente bifurcaci¨®n, mucho m¨¢s evidente, por el ramal ascendente que corre a media ladera, a unos 50 metros por encima del Alberche, el cual ruge, salta y espumea en el fondo de su duro cauce de granito. A un cuarto de hora del inicio, llegados a un punto en el que la pista sube en curva hacia la derecha, deberemos desviarnos a la izquierda por una senda horizontal, para, poco despu¨¦s, hacer lo mismo por una vereda que baja suavemente hacia el boscoso delta, visible en lontananza, donde desagua al r¨ªo Alberche la garganta Fernandina.

Sin abandonar la vereda, nos alejaremos moment¨¢neamente del Alberche para remontar la garganta Fernandina bordeando las cercas de prados coquetuelos, donde el intenso verdor de la hierba, la plata rumorosa de las regueras y el amarillo de la paja amontonada en c¨®nicos almiares colorean un cuadro de ¨¦gloga, uno de los m¨¢s bellos paisajes rurales que puedan verse en Espa?a. Una belleza enriquecida en oto?o por el oro de los robles, los chopos y los alisos que flanquean este afluente del Alberche. Y que no cesa hasta arribar, por otro puente de traza medieval, a las vecindades del blanco caser¨ªo de Navarrevisca, cumplida una hora y media de paseo.

Al rato de cruzar el puente, doblaremos a la izquierda por un ancho camino que nos permitir¨¢ descender por la margen contraria de la garganta, a la sombra de vetustos nogales, hasta llegar de nuevo a la orilla del Alberche, junto enfrente de donde se alza el viejo molino de los Brazos. Verlo m¨¢s de cerca es casi imposible, pues fuera del estiaje no hay quien vadee el r¨ªo, as¨ª que no nos quedar¨¢ m¨¢s remedio que retroceder hasta la entrada del primer prado, bajar por ¨¦l, cruzar la garganta Fernandina saltando de piedra en piedra y volver por la vereda ya conocida al punto de partida.