En el interior
Cuando hace ahora casi tres meses un amigo m¨ªo se march¨® del pa¨ªs, le dediqu¨¦ aqu¨ª una columna en la que, entre otras cosas, le dec¨ªa lo siguiente: "Porque m¨¢s de uno te habr¨¢ dicho eso de que hay que quedarse.. Irse puede ser una medida m¨¢s razonable para quien pueda hacerlo. Cuando hay que elegir entre la vida y la tierra, la opci¨®n tambi¨¦n puede servir para dar testimonio". Y recuerdo que escrib¨ª esas palabras con cierta prevenci¨®n. Tem¨ªa que pudieran resultar provocadoras para la opini¨®n dominante en aquel entonces. No estaba muy bien visto irse del pa¨ªs. Sospecho que denotaba cierta cobard¨ªa, y tal vez ese fuera uno de los motivos por los que la gente se fuera como sin que se notara. Pero la marcha se interpretaba adem¨¢s como una derrota pol¨ªtica. Era una forma de darles la raz¨®n a quienes acosaban, de claudicar ante ellos. Yo escrib¨ª aquellas palabras, con todos esos reparos, para defender a mi amigo. Tres meses despu¨¦s, compruebo que todas mis prevenciones eran infundadas, y que aquellas palabras m¨ªas se han convertido en la verdad revelada. Si la opini¨®n de entonces manten¨ªa que hab¨ªa que quedarse, la actual defiende casi que hay que marcharse a toda costa.Yo sigo manteniendo las palabras que entonces le dediqu¨¦ a mi amigo. No me atengo a ninguna opini¨®n generalizada, y menos a¨²n a ninguna que adquiera perfiles de consigna. En la triste y dram¨¢tica situaci¨®n en que vivimos, cada cual tendr¨¢ que sopesar los pros y los contras a la hora de tomar una decisi¨®n. Pero, sea cual sea, siempre ser¨¢ una decisi¨®n personal, y como tal habr¨¢ de ser considerada y respetada. Tan respetable es marcharse como quedarse, y el peor servicio que les podemos hacer a quienes est¨¢n viviendo una situaci¨®n de acoso es considerarlos como piezas del juego pol¨ªtico y endosarles un sufrimiento a?adido: el que puede derivarse de una culpabilizaci¨®n de su comportamiento y de sus decisi¨®n. La pol¨ªtica no debe servirse del sufrimiento de quienes se sienten perseguidos; la pol¨ªtica debe hacer lo posible para ayudarlos, para remediar su situaci¨®n. Hay veces en que siento que en el momento actual se est¨¢ haciendo m¨¢s lo primero que lo segundo.
Nunca antes se hab¨ªa hablado tanto entre nosotros del exilio como ahora. Tan es as¨ª, que podr¨ªa pensarse que se trata de un fen¨®meno nuevo. Y en absoluto lo es. Pueden ser miles las personas que se han marchado del pa¨ªs estos ¨²ltimos veinte a?os por motivos de seguridad. Se iban casi clandestinamente y en muchos casos camuflando casi los motivos de su marcha. Pero todos sab¨ªamos. Y no estaban muy bien vistos; de hecho, no se hablaba apenas de ellos. Y a m¨ª me parece estupendo que ahora se hable de ellos, de los recientes y de los antiguos. Tenerlos en cuenta ha de ser un medio para tomar plena conciencia de la gravedad de nuestra situaci¨®n y para intentar remediarla. Ha de ser tambi¨¦n un paso para preocuparnos por ellos e intentar ayudarlos. Lo que no ha de ser, en ning¨²n caso, es una v¨ªa para instrumentalizarlos, salvo si ellos se prestan a serlo.
Lo que tampoco debe ser es un instrumento para establecer criterios de moralidad, y podemos estar tambi¨¦n corriendo ese peligro. Nadie duda del valor moral de quienes han tenido que irse: su marcha fue provocada por su compromiso con la lucha por la libertad. Pero esa evidencia no puede servir para poner en duda el valor moral de quienes se quedan. No podemos pasar de un extremo a otro con tama?a falta de escr¨²pulos. Quien se queda no es forzosamente aquel que tiene garantizada su seguridad. Hay mucha gente que la ve en peligro, y en estos momentos ser¨ªa dif¨ªcil establecer qui¨¦n se siente seguro y qui¨¦n no. Podr¨ªamos afirmar que los nacionalistas se sienten m¨¢s seguros que quienes no lo son. Pero, si es as¨ª, a ellos no les van a afectar esos juicios morales. A quien s¨ª le van a afectar, como un agravio a?adido, es al no nacionalista que sinti¨¦ndose en peligro ha decidido por las razones que sean quedarse aqu¨ª y en total desamparo. El sufrimiento de esa persona merece un respeto m¨¢ximo. S¨®lo le faltar¨ªa que, en un momento determinado, tuviera adem¨¢s que pedir perd¨®n.
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