Reflexiones extempor¨¢neas
?Acabar¨¢ Pepe Rei en los tribunales? Estoy en la incertidumbre que se corresponde con mi desconocimiento del C¨®digo Penal. Pero temo que no sea f¨¢cil entrarle a nuestro hombre por el ¨¢ngulo jur¨ªdico. Puesto que Rei es un profesional acabado. Naturalmente, no del periodismo, sino de lo que todos sabemos. Tendr¨¢ abogados que le den consejos, medir¨¢ sus movimientos, sabr¨¢ a qu¨¦ art¨ªculos acogerse si le atacan por este flanco o el de m¨¢s all¨¢. Estar¨¢, quiero decir, sobre aviso, y con la Constituci¨®n envolvi¨¦ndole como una coraza. De resultas, podr¨ªa ocurrir que ganase terreno algo que Antonio Elorza, en este mismo diario, estimaba urgente combatir. Me refiero a la sensaci¨®n de que Estado de Derecho equivale a impunidad.Obviamente, el Estado de Derecho no equivale a impunidad. Es m¨¢s, la idea misma supone una contradicci¨®n, un ox¨ªmoron. Con todo, existen ideas que, siendo l¨®gicamente inconsistentes, dan lugar a sensaciones perfectamente consistentes. Y como sucede que nuestros m¨®viles m¨¢s poderosos son las sensaciones, y no los conceptos, esta sensaci¨®n, la sensaci¨®n de que la ley es un coladero, puede terminar abrigando los efectos delet¨¦reos que Elorza teme. ?C¨®mo precaverse contra este desarrollo indeseable?
Si yo poseyese una f¨®rmula, la habr¨ªa publicado ya en los anuncios por palabras. A falta de f¨®rmulas y abracadabras, me conformo con enunciar algunas recomendaciones inspiradas en el sentido com¨²n. La principal es ¨¦sta: constituye una imprudencia confundir el ideal que el Estado de Derecho encarna con la noci¨®n de que el Estado de Derecho es una m¨¢quina implacable para imponer el bien. El Derecho integra una pieza important¨ªsima dentro del sistema que llamamos "imperio de la ley", pero s¨®lo una pieza. Quienes lo hacen responsble de que la ley no consiga imponer sus fueros est¨¢n, por tanto, dirigiendo la metralla contra un objetivo equivocado. Dicho lo cual, me veo en la precisi¨®n quiz¨¢ sorprendente de hablarles de Adam Smith.
En La teor¨ªa de los sentimientos morales, Adam Smith adopta una posici¨®n en cierto sentido esquizoide. De un lado afirma que la justicia, esto es, el conjunto de reglas expl¨ªcitas para castigar al malo y proteger al bueno, es m¨¢s necesaria a la preservaci¨®n del orden social que nuestros sentimientos de espont¨¢nea benevolencia. Al tiempo, sostiene que existe una emoci¨®n justiciera, instilada en nuestros corazones por un Dios providencial. Esta emoci¨®n se activa cada vez que asistimos a una tropel¨ªa o a la comisi¨®n de un acto inicuo.
Pues bien, yo creo que el Smith m¨¢s certero es el segundo. Tras haberlo despojado, por supuesto, de su vestimenta teol¨®gica. Es imposible de hecho que la sociedad se tenga en pie, si no existe una predisposici¨®n masiva de los individuos que la componen a conducirse de manera aproximadamente correcta. Los litigios, los pleitos, las diferencias ventiladas ante los jueces, representan episodios discretos dentro una coincidencia fundamental y no razonada en torno a intuiciones compartidas. Pero los litigios, los pleitos, las resoluciones formales, son impotentes, por s¨ª solos, para restaurar el orden. El orden es un producto de la anarqu¨ªa, en la acepci¨®n defendida por Buchanan. La anarqu¨ªa productora de orden es la que rige cuando el personal se busca la vida sin descrismar al vecino. Se resume en lo que acostumbramos a llamar "decencia", o en momentos menos solemnes, "buena educaci¨®n".
La buena educaci¨®n, el decoro civil, se ha hundido en el Pa¨ªs Vasco, en parte gracias a las vacilaciones y pensamientos cruzados del nacionalismo moderado. Contra esto, el Derecho puede hacer mucho, pero todo lo que puede queda a¨²n varios palmos por debajo de lo exigible a fin de que la ley se haga sentir con la eficacia debida. Es m¨¢s: el Derecho dejar¨¢ de decepcionarnos cuando el clima civil, ya restablecido, no tuerza, malogre o pervierta el esp¨ªritu de la ley.
Las pretensiones de esta columna son intr¨ªnsecamente modestas. Ignoro cu¨¢ndo o c¨®mo se devolver¨¢ el Pa¨ªs Vasco a un estado verdaderamente civil. Pero ser¨ªa poco realista, y por lo mismo peligroso, esperar del Derecho m¨¢s de lo que puede dar.
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