La tradici¨®n entre las mujeres
En las encuestas andaluzas, las mujeres han sido nuestras m¨¢s asiduas colaboradoras; aunque en alg¨²n pueblo malague?o, El Algarrobo, por ejemplo, en los atardeceres veraniegos, los grupos se re¨²nen en corro para cantar romances y canciones como San Antonio y los pajaritos. Justamente, estas reuniones de mozos y mozas han dado excelentes resultados en la recolecci¨®n. Como en tantas partes, el mayor n¨²mero de romances se consigui¨® entre gentes de escasa o ninguna cultura y en ¨¢mbitos rurales o en los que se re¨²nen muchachas reci¨¦n venidas de ellos: casa del servicio dom¨¦stico o talleres de bordadoras.De los textos reunidos se pueden obtener algunos datos significativos para conocer la situaci¨®n actual de la tradici¨®n andaluza. Cierto que los materiales, num¨¦ricamente bastante abundantes, no son de una riqueza extraordinaria ni de una variedad envidiable. S¨¦ c¨®mo se hicieron las encuestas y me anticipo a cualquier reserva que pueda formularse, pero no deja de ser notable la asiduidad con que afloraban ciertos textos y el enmudecimiento que produc¨ªan otros. Tal como es mi colecci¨®n, sirve para saber qu¨¦ es lo que posee vitalidad. Sabemos, pues, lo que ya existe; hay que buscar otros romances para salvarlos antes de su total desaparici¨®n, si es que a¨²n perduran.
Leyendo las Memorias de Pepe Monagas (Madrid, 1958), encontr¨¦ c¨®mo un escritor canario, Pancho Guerra, hallaba en el Romancero f¨®rmulas de medicina popular: "Busqui un campo ondi haya borrajas. Pas¨¦e por arriba de esta hielba y pisot¨¦ela, que di antiguo est¨¢ dichu: 'Hay una hielba en el campo que la llaman la borraja, toda mujer que la pisa luego se siente pre?ada". Lo notable del caso es que ninguna de las versiones canarias publicadas en La Flor de la Mara?uela habla de la borraja, ni de ninguna clase de hierba, sino que comienzan m¨¢s o menos como ¨¦sta de Ag¨¹imes: "En Sevilla est¨¢ una fuente / que echa el agua turbia y clara / aquel que bebiese de ella / al momento est¨¢ ocupada".
No deja de ser curioso que en nuestras encuestas el romance de Las se?as del marido, tan insistentemente recogido por todo el mundo hisp¨¢nico, no haya dado m¨¢s que versiones truncadas. Del pliego suelto de 1605, apenas queda nada; el romance-cuento ha perdido todos los elementos tradicionales (la dama que ignora hablar con su esposo, el reconocimiento...) y ha quedado en esa estructura abierta que llama muy poco a la imaginaci¨®n personal. Ascensi¨®n Pastor Sedano transcribi¨® la siguiente versi¨®n en Mollina (marzo de 1959): "?sta es la rueda del mundo, / la rueda del mundo es. / ?Ha visto ust¨¦ a mi marido / en la guerra de un marqu¨¦s? / -No, se?ora, no lo he visto, / ni tampoco s¨¦ qui¨¦n es. / -Mi marido es alto y rubio, / alto y rubio, aragon¨¦s, / en la punta de la espada, / lleva un pa?uelo franc¨¦s, / que lo bord¨¦ cuando chica, / cuando chica lo bord¨¦, / y otro que le estoy bordando / y otro que le bordar¨¦".
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